Es el día de filmar la matanza. El actor mexicano Damián Alcázar llega al set, en un restaurante del centro de Bogotá llamado La Giralda, en la calle octava con Avenida Jiménez. Saluda, con la amabilidad de cada día, a todas las personas del equipo de producción de Satanás. Entra a la sala de maquillaje. Y entonces se trasforma en Eliseo, la versión cinematográfica de aquel Campo Elías Delgado que asesinó a 29 personas el 4 de diciembre de 1986. Lo que vendrá, apenas el director debutante Andrés Baiz grite “acción”, será la puesta en escena de una masacre, la del restaurante Pozzetto, que dividió en dos la historia de la violencia de la ciudad: el asesino no era un militante de un grupo al margen de la ley ni un delincuente común, sino un veterano de la guerra de Vietnam que nunca logró encontrar su lugar en la sociedad. Cuando el escritor bogotano Mario Mendoza publicó Satanás, la novela que conduce a un grupo de personajes de ficción a aquella matanza de la vida real, el cineasta caleño Andrés Baiz estaba viviendo en Nueva York. “Le pedí a una amiga que me trajera el libro, lo leí, me encantó y se lo pasé al productor Rodrigo Guerrero, dice Baiz. Juntos decidimos comprar los derechos de la novela y ahí comenzó la aventura”. Han pasado cuatro años desde entonces.Después de participar como asistente en algunas producciones norteamericanas de primer orden (Vidas al límite, de Martin Scorsese; Zoolander, de Ben Stiller, y María, llena eres de gracia, de Joshua Marston, entre otras), Baiz, de 32 años, regresó a Colombia. Se encerró a escribir la adaptación de la novela de Mendoza en un apartamento en La Candelaria. Y con el visto bueno del escritor, que para ese entonces no sólo era su amigo, sino su guía por las calles de Bogotá (“Andi me mostraba el guión por amistad: la verdad es que su contrato lo liberaba de hacerlo”), se dedicó a hacer los cambios necesarios para que la historia funcionara en el cine. Sacrificó a uno de los cuatro protagonistas de la novela, cambió la estructura del libro, creó escenas nuevas y eliminó otras, decidió no utilizar ni voces en off ni flashbacks (que sí están en la novela) y le quitó al guión los elementos sobrenaturales que tiene el texto. “Quería hacer un drama sicológico, más que una película de horror. Creo que el libro también es un drama sicológico, pero que se presta a erróneas interpretaciones”.El relato de Mario Mendoza, que en 2002 obtuvo el premio Seix Barral, se convirtió con el paso de los años en un libro de culto en los colegios del país. Los estudiantes de secundaria, aun cuando muchos profesores se hayan empeñado en prohibirlo, parecen conocerlo al derecho y al revés. Saben, por ejemplo, que el narrador conoció al asesino, en la Universidad Javeriana, en el segundo semestre de ese 1986; que, entre un asesinato y el siguiente, Campo Elías buscó a Mendoza por los pasillos de la facultad de literatura para despedirse; y que, al no encontrarlo, se fue al edificio de la calle 52 con carrera séptima en donde asesinó a su madre y a un par de vecinas. Unas horas después, con varios muertos a sus espaldas, se regalaría una última comida en su restaurante favorito. Allí enfrentaría, en su cabeza y frente adversarios desconocidos, esa última batalla en la que mueren los verdaderos combatientes. “Cuando ocurrió lo de Pozzeto yo tenía 11 años y estaba viviendo en Cali. No recuerdo con claridad el incidente. No tengo presente qué estaba haciendo el 4 de diciembre del 86, dice Baiz. Investigué en la Biblioteca Luis Ángel Arango con el propósito de entender mejor a mi personaje y poder construirlo mejor. No hice esta investigación para recrear la masacre tal como fue. Nunca fue esta mi intención. Sí escuché testimonios, pero no porque los estuviera buscando, sino porque me llegaban por sí solos. La puesta en escena de la matanza parte del libro y de mi imaginación”.Campo Elías Delgado llegó al restaurante Pozzeto, en la carrera séptima con calle 61, en Chapinero, a las 7:15 de la noche. Se sentó en la mesa que le fue asignada. Ordenó un plato de espaguetis a la boloñesa, media botella de vino y un flan de caramelo. Después de tomarse un par de vodkas con jugo de naranja, de pagar la cuenta y de visitar el baño del lugar al menos cuatro veces, empezó a dispararles, con un par de armas de fuego, a las personas que se encontró en el primer piso del restaurante. No le temblaba el pulso. Su puntería era asombrosa. De su boca sólo salía la frase “bienvenidos al infierno”. Antes de ser neutralizado, lo que en su cabeza equivalía a morir sin honor, puso una de las pistolas en su sien y se disparó.“Fue una de las escenas para la que mejor nos preparamos, asegura Baiz. Lo primero fue conseguir una locación que se ajustara a nuestras necesidades: Pozzeto nunca fue una opción. Visité muchísimas veces el lugar elegido, La Giralda, junto con el director de fotografía, los actores, el asistente de dirección, el sonidista, la vestuarista y el director de arte. La planeación de todo tenía que ser perfecta. La secuencia fue dibujada, coreografiada y ensayada en un garaje. Lo que más tiempo nos tomó fue decidir quién moría, quién se escapaba y de qué forma lo hacía. Tardamos tres días en filmarla. Le dimos una sola pistola al asesino para no caer en artificios tipo John Woo. Y, la verdad, estoy muy contento con el resultado final: es muy fiel a lo que me imaginaba”.Eliseo, la versión cinematográfica de Campo Elías (y que se llama así, Eliseo, para subrayar la idea de que se trata de una ficción), no es el único protagonista de Satanás. Es, más bien, el personaje que enlaza la historia del cura Ernesto, que ha empezado a dudar de su vocación, con la tragedia de Paola, una vendedora de aguas aromáticas en el mercado de Paloquemao. “La verdad es que ‘Satanás’ no es nadie en particular: todos los personajes están atravesados por esa fuerza creativa, advierte Baiz. Por eso me parece acertado afirmar que ‘Satanás’ es el narrador, el adversario que necesita el mundo para avanzar, el que triunfa al final, pero no es nadie en específico”. La película, la primera en la historia del cine colombiano que aprovecha todos los beneficios que ofrece la celebrada Ley del Cine (incluidos los beneficios por exención de impuestos), en un primer momento se encontró con los prejuicios de los posibles inversionistas. Incluso uno de sus productores, el ya fallecido director y productor Jaime Osorio, llegó a pensar que producirla era un grave error. Pronto fue evidente, sin embargo, que todo iría por el camino correcto: el talento de Baiz, el profesionalismo de Guerrero y el compromiso del resto del equipo conducirían la discusión al terreno de la calidad artística. Y el mayor de los riesgos, ser considerada “una glorificación de un asesino”, se convirtió en una importante oportunidad para reflexionar sobre el papel que desempeña la sociedad en la edificación de un asesino de masas. Con ese argumento, el de una obra de arte que seguro moverá a la discusión, Guerrero consiguió que el largometraje fuera clasificado para mayores de 15 años. “Los realizadores de la película entendieron desde el principio que era importante demostrar que Campo Elías fue más que un demente que un día entró a un restaurante y mató a todo el mundo porque sí, que fue la consecuencia de un mirar por encima del hombro en el que todos estamos involucrados”, dice Mendoza. “Yo soy legión”, declara Eliseo al final de su última jornada. No sólo quiere decir que es muchas personas, sino que es la suma de muchos desplantes, de muchas humillaciones. Su imagen se repite en el espejo del baño. Y la impecable interpretación de Alcázar impide que el público quite la mirada de la pantalla. Ya lo había dicho el director de fotografía Enrique Chediak, coproductor de la obra, cuando terminó de leer la novela: “De todos los actores con los que he trabajado, nadie tiene el magnetismo de Damián Alcázar”.El experimentado Alcázar llegó a Bogotá a hacer el casting, como cualquiera de los actores de la producción, y, a los pocos minutos de estar en la ciudad, Baiz, que en un principio dudaba de que el protagonista de La ley de Herodes y El crimen del padre Amaro encajara en el papel de Campo Elías, ya le estaba ofreciendo el papel principal de su primera película. “Esto es muy importante para mí, le respondió el actor mexicano. Yo sólo acepto personajes que me trasformen al final de la filmación y este será uno de ellos”. Aplacó en pocos días su acento. Recorrió las calles para transformarse en bogotano. Entró, como anunció ese mismo día, en la cueva de sus demonios. Y, aunque nunca perdió sus buenas maneras, aunque todas las mañanas llegó en punto a hacer sentir bien a todos los involucrados en el rodaje, siempre que estuvo frente a las cámaras se convirtió en aquel asesino.Ver la escena de la matanza es ver a un hombre que quiere deshacerse de sí mismo. Y ver a un actor que ha sido capaz de darle humanidad a un monstruo.