Carolina, Paula, Sebas, Juan, todos me han dicho lo mismo desde diferentes perspectivas. Ya no me da el cuerpo, estoy cansado, pero debo seguir porque la competencia está difícil y tengo mucho trabajo.

De hecho, Rodrigo me contó que tuvo un tiempo cercano a la agorafobia, pues no quería salir a verse con nadie ya que sentía una fatiga enorme y se sentía culpable de perder tiempo en banalidades. Me di a la tarea de profundizar un poco más y entender qué está pasando.

Vivimos en una época en la que el cansancio ha dejado de ser físico para convertirse en algo más profundo, más difuso. Ya no se trata de cuerpos agotados por el trabajo manual, sino de mentes saturadas por la exigencia constante de rendimiento, productividad y éxito. Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio, reflexiona y ofrece una mirada con otros ojos de este fenómeno silencioso que atraviesa nuestras vidas.

En esta sociedad, el sujeto ya no es explotado por otro, sino por sí mismo. Somos emprendedores de nosotros mismos, gestores de nuestras metas, emociones e imagen. El ideal de libertad se ha transformado en una trampa. Y es que creemos que elegimos, pero en realidad estamos atrapados en una lógica de autoexigencia que no da tregua. Por eso, ahora se habla tanto del síndrome del impostor, que hace unos años ni sabíamos que existía.

Han lo resume con crudeza cuando dice: “La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. El hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí mismo, voluntariamente, sin coacción externa”.

Este modelo tiene consecuencias reales, está afectando nuestra salud mental y creando un nuevo sistema que nos mantiene como en una matrix. Según la Organización Mundial de la Salud, más de 1.095 millones de personas viven con algún trastorno mental. La ansiedad afecta a 359 millones y la depresión, a 332 millones. En América Latina, 160 millones de personas viven con trastornos mentales, pero solo 1 de cada 5 recibe tratamiento. La región reporta niveles de ansiedad más altos que nunca: 7,3 % de la población frente al 4,7 % global.

Entonces no es un tema solo de quienes me hablaron cansados y preocupados. Estamos realmente en la sociedad del cansancio. Encontré una reflexión de la sicóloga Erin Sánchez que —me parece— resume muy bien lo que pasa: “La autoexigencia excesiva puede derivar en ansiedad, baja autoestima y frustración. El sujeto se centra en metas inalcanzables, con un elevado grado de autocrítica y sin capacidad para delegar o decir que no”.

Y es que parece que el cansancio que nos habita no se cura con descanso, porque aparentemente no sabemos descansar. No sabemos cómo dejar de hacer. Es un agotamiento existencial, una fatiga del ser. Nos sentimos insuficientes, aunque logremos mucho. Nos sentimos solos, aunque estemos hiperconectados. Nos sentimos vacíos, aunque tengamos agendas llenas.

Han, en su libro, lo describe cuando afirma que lo que provoca la depresión por agotamiento no es el imperativo de pertenecer solo a sí mismo, sino la presión por el rendimiento.

En otras palabras, el problema pareciera estar adentro. Antes otros presionaban por el rendimiento y ahora la autoexigencia nos está acabando de a poco.

En medio de esta escalada de metas, métricas y logros, detenerse puede parecer un acto de debilidad. Pero tal vez sea todo lo contrario, para mí es un acto de valentía. Porque parar no es rendirse, es escucharse. Es reconocer que somos más que lo que producimos, más que lo que mostramos, más que lo que logramos.

Cultivar espacios de pausa, de silencio, de conexión auténtica, es hoy un gesto revolucionario. No para escapar del mundo, sino para habitarlo con más conciencia, con más humanidad. Desde la autocompasión y el amor propio. Hay que aprender a no hacer nada, a hacer silencio, a gozar un espacio de quietud y tranquilidad. Quizás el verdadero éxito no esté en llegar más lejos, sino en aprender a estar más cerca de nosotros mismos, de los otros, de lo que realmente importa.

Mírate un rato y pregúntate cuando fue la última vez que conectaste contigo mismo. O cuando fue la ultima vez que hiciste silencio. Esa puede ser la meta de esta semana.