Durante su paso por Bogotá, Mansour Al Mansour, el mejor profesor del mundo, quiso conocer una escuela pública que reflejara la fuerza y la esperanza de los maestros colombianos. Así llegó al Gimnasio Sabio Caldas, en Ciudad Bolívar, con la intención de aprender de la realidad educativa local.

Allí, entre techos azules, murales coloridos y un patio lleno de risas, conoció una escuela que lo impresionó por la entrega de sus docentes y la alegría de sus alumnos. Dijo que en ese lugar encontró la misma vocación que lo llevó a ser maestro, la de quienes enseñan con esperanza, aun en medio de las dificultades.

En esa institución, ubicada en el barrio Arborizadora Alta, el sueño de transformar vidas a través de la educación pública comenzó hace 25 años, cuando el terreno era apenas un botadero de escombros; aunque no fue hasta mayo de 2000 que ese sueño se concretó con nombre y apellido. Lo que parecía una apuesta quijotesca se convirtió en una realidad que supera cualquier expectativa.

Tanto ha florecido en ese rincón del sur de Bogotá que hoy el colegio parece tener todo lo necesario para aspirar al título de mejor escuela del mundo, un reconocimiento que entrega la Fundación Varkey.

El visitante llegó con la expectativa de conocer un ejemplo de educación pública y se encontró con algo mucho más profundo, una comunidad viva tejida con ilusión. Lo recibió una delegación de estudiantes y docentes que lo saludó con calidez; y poco después atravesó un pasillo de honor formado por niños y jóvenes, algunos vestidos con túnicas y pañuelos árabes en señal de aprecio. Aquella escena sencilla, cargada de afecto, lo conmovió.

En los rostros de los estudiantes reconoció la energía que da sentido a la docencia. Le impresionó la complicidad entre maestros y alumnos, la sensación de pertenencia y el ambiente de respeto que se respira en cada aula. Percibió que allí, más que una escuela, hay una familia. Mansour resumió su impresión con una frase sencilla: “Esta escuela está dirigida con amor y felicidad. Los estudiantes son el corazón del aprendizaje y los maestros los rodean con confianza”.

Al recorrer los pasillos comprendió que el aprendizaje en ese lugar tenía un significado más amplio. Observó a los estudiantes hablar con seguridad, resolver problemas, asumir responsabilidades. Vio a los maestros celebrar los logros y a los niños confiar en ellos. Esa conexión, tan genuina, le pareció el alma del colegio.

La institución, administrada por el Gimnasio Moderno, también lo sorprendió por su enfoque. A pesar de las carencias materiales, transmite entusiasmo y fe en lo posible. Cada dificultad se vuelve una oportunidad y cada reto, un motivo para seguir adelante. Incluso el edificio tiene un significado especial. Los techos azules que sobresalen entre las casas del barrio invitan a mirar hacia arriba. Ese color representa el cielo abierto, la libertad y la posibilidad de soñar más allá de lo cotidiano. Por eso los estudiantes lo llaman con cariño “la casita de los techos azules”, no solo por el color, sino porque lo sienten como un segundo hogar.

“Es un entorno seguro, con educación de calidad y niveles de deserción casi nulos. Se siente esperanza y alegría”, explicó Santiago Espinosa, rector desde 2022. “Por eso los niños lo llaman así y quieren venir todos los días”. Ese espíritu también se refleja en su modelo educativo. La escuela combina la formación académica con la socioemocional y técnica. Gracias a un convenio con el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), los estudiantes se gradúan con títulos en electricidad, mantenimiento de equipos de cómputo o patronaje en prendas de vestir.

A lo largo de la jornada, el ‘mejor profesor del mundo’ se detuvo en el taller de confección, donde los jóvenes de décimo y once diseñaban y cosían sus propias prendas.

El espacio, equipado gracias a una donación de Arturo Calle, estaba lleno de máquinas, telas y entusiasmo. Allí los estudiantes aprendían un oficio y, al mismo tiempo, el valor del trabajo en equipo y de poner su talento al servicio de los demás.

“Ver a los chicos crear y coser me pareció una metáfora de lo que hace esta escuela: tejer su futuro con esfuerzo, creatividad y fe en el cambio. Pero también los animaría a ir más allá, a explorar proyectos en tecnología o inteligencia artificial”, comentó Mansour.

Juanita Sánchez, del equipo pedagógico de la Fundación Varkey, resumió así el espíritu del lugar: “Esta es una escuela que transforma la educación. No por tener los mejores recursos, sino porque quienes la dirigen tienen pasión, visión y garra para poner la educación en primer lugar”.

Por todo eso, el Gimnasio Sabio Caldas fue invitado a postularse al Premio a la Mejor Escuela del Mundo, que reconoce instituciones destacadas en categorías como superación de adversidades, impacto ambiental o formación en valores.

“Encontré algo muy importante. Los estudiantes hablan con confianza, los maestros los acompañan y la escuela convierte cada desafío en oportunidad. Eso es lo que hace que merezca ser candidata al Premio Varkey”. El rector Espinosa lo asumió como una motivación más que como una meta. “Que nos digan que estamos a la altura ya es un motivo de orgullo y una invitación a creer que, con la educación, se pueden transformar vidas”.

Antes de despedirse, Mansour dejó una reflexión que los docentes recibieron con afecto. “No lo digo como crítica, sino como reflexión. Para crecer aún más necesitan fortalecer la planificación, el trabajo en equipo y las alianzas con la comunidad. Así lograrán transformar aún más la vida de las familias”.

Si llegaran a ganar –la noticia se conocerá en mayo de 2026–, la escuela recibiría 50.000 dólares para fortalecer proyectos como la apertura de un nivel de preescolar. Pero, gane o no, esta casa de techos azules ya tiene un lugar propio entre las historias que prueban que la educación, cuando nace del amor, puede convertir lo imposible en futuro. “Una escuela no necesita tenerlo todo para ser grande. Basta con enseñar con amor, con propósito y con la mirada puesta en el futuro”, dijo Mansour al despedirse.