“Me van a atacar. Voy a tener que comprarme un escudo”, le declaró a Le Figaro, de Francia, país donde apareció primero el volumen, titulado Reconciliación. Efectivamente, ha levantado ampolla entre los españoles, así él diga que su fin es unir, exorcizar “nuestros demonios, que regresan”.
Juan Carlos, de 87 años y quien abdicó en 2014 en su hijo Felipe VI, es el primer monarca español que se atreve a desnudar sus vivencias en el trono, un acto tan extravagante, que su heredero trató de disuadirlo. Vaciló, pero en vista de los 50 años de su proclamación, lo ve pertinente. “Descubrí que los hijos y los nietos de mis amigos no tenían la menor idea de Franco ni de la transición democrática (…) Pensé que era necesario dar mi testimonio de lo que viví durante los 39 años que estuve al servicio de mi país”, explicó.
Dispuesto a despejar los temas tabú, aborda su relación con el dictador Francisco Franco, pues se le achaca que le deba su ascenso. En medio de una España hoy polarizada, Juan Carlos traza una semblanza más matizada de lo habitual del generalísimo. Rememora la relación filial que estableció con él desde los 10 años, cuando lo mandó a buscar desde Portugal, donde la familia real estaba exiliada.
“¿Por qué mentir si fue la persona que me hizo rey, en realidad, para conducir un régimen más abierto?”, preguntó. Una versión que ha impactado a sus compatriotas educados para equiparar al generalísimo con Mussolini y Hitler. De él relata también anécdotas graciosas. Por ejemplo, la primera vez que lo visitó en su despacho del Palacio del Pardo se distrajo con un curioso visitante. Cuando Franco le preguntó: “¿Qué mira usted?”, no tuvo más remedio que contestarle: “¡Mi general, hay un ratón junto a usted!”.
Igualmente, se esperaba mucho su versión del fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, luego de haber entregado los poderes absolutos que recibió de Franco y establecido la democracia. Refuta que fuera cómplice subrepticio de los golpistas, como muchos lo han pensado. Expresa que, uno de ellos, el general Alfonso Armada, muy cercano a él desde la adolescencia, lo traicionó al hacerles creer a otros generales que hablaba en su nombre para perpetrar el crimen. La crisis solo pudo ser atajada por Juan Carlos con su célebre discurso por Televisión Española, que selló “el matrimonio entre un monarca modernizador y una España que ansiaba Europa”. Lo que pocos sabían es que el lío lo sorprendió en paños menores y, para agilizar las cosas, solo se puso la chaqueta militar para dirigirse al país.
El emérito habla por primera vez, aunque no le gusta, del trágico episodio en el que, a los 18 años, mató por accidente a su único hermano varón, Alfonso, de 14, en 1956. La forma en que Franco ocultó la verdad en principio, extendió un manto de duda que ahora procura disolver con su explicación definitiva: Ese Jueves Santo en Estoril, los dos jugaban con una pistola automática. “No teníamos ni idea de que quedaba una bala en la recámara (…) Murió en brazos de mi padre. Hubo un antes y un después”. Varios biógrafos relatan que la tragedia dañó la relación con su papá, Juan de Borbón, ninguneado por Franco para ponerlo a él en el trono. ¿Traición?, se preguntan algunos.
Desde antes de la abdicación, España empezó a hablar abiertamente de las grietas en la familia real que por años fueron un secreto a voces, como las infidelidades del rey a la reina Sofía. Al respecto, se refiere a su amante más conocida, Corinna Larsen, su acompañante en la célebre cacería en Botswana que marcó su desgracia: “Esa relación fue un error que lamento amargamente (…) Tuvo un efecto devastador sobre mi reinado y mi vida familiar. Erosionó la armonía y la estabilidad de esos dos aspectos esenciales de mi existencia, conduciéndome finalmente a tomar la difícil decisión de dejar España”.
Las declaraciones sobre Sofía, de quien está separado hace años, contrastan con la imagen de compañera humillada, blanco de sus desplantes en público. Si una vez, en una entrevista, fue incapaz de decir resueltamente que se casó enamorado de ella (se dice que fue un matrimonio arreglado), ahora afirma que se sintió deslumbrado por sus múltiples cualidades al conocerla. Mientras que unos dicen que el verdadero amor de su vida es la decoradora Marta Gayá, aquí expresa: “Nada podrá borrar nunca mis profundos sentimientos hacia mi esposa, Sofi, mi reina”, contra quien admite haber incurrido en “algunos deslices”.
Juan Carlos confirma el viejo rumor de que no simpatiza con su nuera, la reina Letizia. Se murmura que no le gusta su origen humilde y manifiesto intelecto. Pero él asegura que cuando llegó a la familia, “le repetí una y otra vez: ‘La puerta de mi despacho estará siempre abierta para ti, ven cuando quieras’. Pero nunca vino”. Letizia “no contribuyó a la cohesión de nuestras relaciones familiares”, agrega, pues distanció a Felipe de sus padres, sus hermanas y amigos de la infancia. No tener una buena relación con ella resultó en que tampoco la tenga hoy con sus nietas, la futura reina Leonor y la infanta Sofía. Su madre nunca dejó que estuvieran a solas ni con él ni con su esposa, como lo hacían con sus otros nietos, recuerda.
Por estas remembranzas desfila además la princesa Diana, huésped de los Borbón varias veces en Palma de Mallorca junto con el hoy rey Carlos III y los príncipes William y Harry. Según ella, Juan Carlos le coqueteaba, mientras que las malas lenguas hablaron de romance. El rey lo niega. Ni siquiera fue su paño de lágrimas en el desastre de su matrimonio, según otros chismes. A cambio, la retrata áridamente, como “fría, taciturna y distante, excepto en presencia de los paparazzi”.
El pariente de quien más habla es Felipe. Lo elogia como el rey que llegó mejor preparado al trono, a la vez que le recrimina el haberlo dejado solo y casi que prohibirle pisar España. Se muestra dolido de que, en 2020, cuando se radicó en Abu Dabi, se haya distanciado públicamente de él y hasta renunciado a su herencia, a causa de los líos fiscales que sugerirían que Juan Carlos usó su reinado para enriquecerse. Uno de sus pocos encuentros desde entonces, se queja, estuvo plagado de críticas. “Me pregunté a dónde había ido su ternura, su compasión. Ya no reconocía al joven sonriente y amable de antes. El peso de la corona lo había transformado”, rememora el rey en el exilio.