A Colombia la “conocí” en Barcelona, España, donde viví algunos años. Mis amigos más cercanos eran colombianos y ellos me fueron presentando a este país maravilloso a través de sus costumbres, acentos e historias. Esa interacción me permitió descubrir lo mucho que tenían en común con los mexicanos, quizás por eso junto a ellos siempre me sentí como en casa. Otra buena parte de la cultura colombiana la exploré en su literatura. De hecho, algunos de sus autores contemporáneos figuran en mi lista de favoritos y podría decir que El Síndrome de Ulises, el libro de Santiago Gamboa, me dejó marcado por esos días.

Sin embargo, no fue hasta 2010 que pisé tierras colombianas por primera vez, cuando hice escala por cinco días en Bogotá, durante un viaje a la Patagonia. Los aproveché al máximo. Cuatro años después, el destino me llevó de vuelta por mi trabajo en la vicepresidencia de Educación de la plataforma de formación en línea Platzi. La ruta Colombia-México fue un itinerario frecuente por un buen tiempo. Durante mis estadías ratifiqué que los colombianos y mexicanos éramos hermanos “por defecto”. Creería que esa hermandad me impulsó a buscar quedarme siempre más tiempo de lo previsto: extendía mis temporadas de trabajo y elegía algunos de sus parajes para mis vacaciones.

La Guajira es uno de los sitios de todo el planeta, que más sorprenden a este fotógrafo. | Foto: Alberto Alcocer

Uno de los viajes que atesoro fue al Caribe colombiano, hasta donde me llevó mi pasión por los puntos cardinales, que para ese entonces ya me había conducido hasta el Polo Norte y Ushuaia, la punta de América Latina, el fin del mundo como le dicen muchos. En esa búsqueda me topé en el mapa con Punta Gallinas, en La Guajira, el punto más al norte de Suramérica continental. Una agencia de viajes de Bogotá financió la mitad de esta aventura. En una mochila empaqué una Canon 5D, un lente fijo de 200 milímetros, lentes cortos, un dron y después de eso lo que cupiera de ropa, con suerte alcanzaría para tres días. Lo justo para completar diez kilos de equipaje.

Descubrir La Guajira

"Un territorio de contrastes: el cielo con el desierto, el mar con las dunas", Alberto. | Foto: Alberto Alcocer

Llegar no resultó sencillo. Un día aterricé en Riohacha, sin mayores expectativas, desde donde emprendí un viaje en una 4x4 que me llevó a un territorio de contrastes: el cielo con el desierto, el mar con las dunas, un escenario diferente, social y económicamente muy impactante. Los colombianos de esa tierra wayúu no se parecían a ninguno otro que yo conociera, eran más reservados, pero con la misma disposición de hacerme sentir en casa.

Irónicamente, haber llegado a donde poca gente ha estado me ha permitido acercarme más a otros. Hoy puedo decir que el viaje fue más introspectivo al que proyecté. Creería que, si Colombia tiene el potencial para embelesar todos los sentidos del ser humano, La Guajira es el mejor destino de su oferta para experimentar y entender, tanto como nos sea posible, el silencio desde la vastedad. De regreso a Bogotá, en un local en Chapinero, recuerdo escuchar a un grupo de amigos repetir: “Esto no es Colombia; no es Colombia”, luego de ver mi trabajo fotográfico en La Guajira. Y no fue la primera vez. Incluso antes de emprender el viaje la pregunta recurrente era ¿a qué vas? Cuando les contaba cómo llegar y qué hacer, sentía que les estaba hablando de otro mundo; y es razonable, el mercado del turismo local hacia este destino es muy bajo.

"Los colombianos de esa tierra wayúu no se parecían a ninguno otro que yo conociera", Alberto. | Foto: Alberto Alcocer

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Otro impulso me empujó a Santa Marta, una ciudad que en mi criterio lo tiene todo: música, cultura, gastronomía, fiesta, y no me refiero exclusivamente a la nocturna. La alegría aquí se siente todo el día y a todas horas, porque forma parte de su gente. También pude experimentar esa cualidad “diversa” con la que siempre describen a Colombia. La canción de La bicicleta no podía ser más acertada cuando dice “cuidado con el Tayrona porque este se va a querer quedar a vivir ahí”.

La oferta gastronómica me conquistó. Debo confesar que durante mi estadía en Bogotá me costó trabajo encontrar platillos realmente colombianos. Era más fácil dar con un buen sitio de hamburguesas que de comida tradicional, aunque no imposible porque sería una sentencia injusta y malagradecida con Doña Elvira, en el centro, o con los platos típicos que sirven las cocineras como mamá Lu de la plaza de mercado La Perseverancia.

No he encontrado aún Macondo, pero viajar buscándolo me ha llevado a diferentes destinos de Colombia, aún faltan kilómetros por recorrer, sabores que descubrir, nuevos amigos por hacer. Más fotografías como las de La Guajira y la conocida imagen que capté desde una hamaca en Menegua, que hace que muchos, locales y foráneos, además de preguntarse si ese lugar realmente existe, quieran conocer o, como yo, añoren volver siempre a tierras colombianas.

(*) Matemático y fotógrafo profesional.

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