En tiempos en que la humanidad parece correr contra el reloj, la educación se ha convertido en un punto de inflexión. Y dentro de ella, el rector -esa figura a veces silenciosa, a veces cuestionada- emerge como un actor clave para mover las piezas hacia un futuro más sostenible. Su papel ya no es solo dirigir una institución: es liderar una transformación cultural que prepare a las nuevas generaciones para enfrentar los desafíos sociales, económicos y ambientales que tenemos al frente.

Porque no hay que engañarse: el panorama global es preocupante. Según el Informe de los ODS 2024 de la ONU, apenas el 15 % de las metas trazadas para 2030 está en camino de cumplirse. Casi la mitad avanza lentamente o no avanza, y el resto, lamentablemente, retrocede. En el caso del Objetivo 4: Educación de calidad, más de 250 millones de niños y jóvenes en el mundo siguen fuera de la escuela. Y la pandemia, lejos de ser un paréntesis, dejó secuelas profundas en los aprendizajes. Si no actuamos con decisión, una generación entera podría quedarse sin las herramientas necesarias para desenvolverse en el siglo XXI.

Ahí entra el rector. No como un simple administrador, sino como un líder con visión, capaz de conectar la gestión institucional con un propósito mayor: la sostenibilidad. Su influencia no solo se mide en resultados académicos, sino también en su capacidad para inspirar a docentes y estudiantes, de crear una cultura donde la innovación, la inclusión y la conciencia ambiental sean parte natural de la vida escolar. En un colegio o universidad donde el rector lidera con coherencia y propósito, el cambio se nota: los proyectos se vuelven más significativos, las aulas más participativas y las decisiones más humanas.

En la educación superior, este compromiso es aún más decisivo. Los egresados de hoy serán quienes diseñen las soluciones -y los negocios- del mañana. Por eso, además de conocimiento técnico, deben salir con una conciencia sostenible: la comprensión profunda de que su trabajo impacta directamente al planeta y a la sociedad.

Liderar ese cambio exige rectores éticos, empáticos y valientes. El liderazgo transformacional, basado en la escucha, la inspiración y la participación, es el que realmente deja huella. No se trata de discursos bonitos sobre sostenibilidad, sino de acciones coherentes: desde cómo se toman las decisiones hasta cómo se gestionan los recursos o se involucra a la comunidad. La coherencia, al fin y al cabo, empieza por dentro. Solo quien se transforma personalmente puede transformar a los demás.

Ahora bien, hablar de sostenibilidad en educación no puede quedarse en el papel. Implica que los estudiantes vivan la experiencia: que participen en proyectos ambientales y sociales, que aprendan a resolver problemas reales, que conecten el aula con la calle y el conocimiento con la acción. Como recuerda la UNESCO en su informe Reimaginar nuestros futuros juntos (2021), el aprendizaje activo y el protagonismo estudiantil son claves para formar verdaderos agentes de cambio.

Y es que los jóvenes tienen un poder transformador que no podemos subestimar. Un rector que los empodera, que los invita a pensar, crear y actuar, está sembrando la semilla de una ciudadanía más crítica, creativa y comprometida. Experiencias como el Medellín Challenge, donde los estudiantes se enfrentan a retos reales de ciudad y proponen soluciones innovadoras, muestran que, cuando se confía en ellos, los resultados son sorprendentes.

Organismos como la ONU y la OCDE coinciden en lo mismo: el futuro se juega en el desarrollo de competencias socioemocionales, en la colaboración y en la capacidad de entender que somos parte de un mismo planeta. La educación, por tanto, debe ser tan humana como rigurosa, tan local como global y profundamente inclusiva.

Al final, el gran desafío de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es también un desafío de liderazgo. Necesitamos rectores que inspiren, que se atrevan a innovar, que actúen con coherencia y empatía. No basta con administrar: hay que transformar desde el ejemplo. Solo así lograremos instituciones que formen jóvenes conscientes, dispuestos a cuidar la vida en todas sus formas y a construir un futuro más justo y sostenible.

Porque el tiempo apremia. Y aunque los retos son enormes, las transformaciones comienzan siempre con una decisión: la de actuar. Y el momento de hacerlo es ahora.

Gloria Figueroa Ortiz, Directora general de la Organización San José de Las Vegas