Hablar de cáncer nunca es fácil. Es una palabra que todavía carga con miedo, silencios y mitos. Tal vez por eso tenemos una tendencia muy humana a postergar lo que nos asusta. No porque no nos importe, sino porque tememos lo que podría cambiarlo todo con una sola noticia. Pero ese silencio, que creemos protector, suele ser lo que más nos pone en riesgo.
El cáncer es hoy la principal causa de muerte en el mundo, responsable de casi 10 millones de fallecimientos cada año, según la Organización Mundial de la Salud. En las Américas, más de 4,2 millones de personas fueron diagnosticadas con algún tipo de cáncer en 2022, y se estima que esa cifra crecerá un 60 % hacia 2045. En Colombia, el cáncer de mama -el tipo más frecuente entre las mujeres- aumentará más del 5,5 % hacia 2030. Sin embargo, pese a toda la información disponible, muchas veces seguimos demorando la consulta médica cuando algo no anda bien.
A veces es la negación -“si fuera algo grave, ya me habría dado cuenta”- o la costumbre de atribuir los síntomas a la rutina: cansancio, pérdida de peso, pequeños cambios digestivos. Otras veces, el ritmo de la vida cotidiana, los tiempos de espera o las distancias hacen que postergar una cita médica parezca inevitable.
Pero, en realidad, todo esto forma parte de lo humano: del miedo, de la incertidumbre, de esa tendencia a protegernos de lo que no queremos escuchar. Sin embargo, el cáncer no distingue edades ni lugares. Lo que sí marca la diferencia, siempre, es la oportunidad con que se detecta.
En regiones como la Amazonía-Orinoquía, por ejemplo, solo el 29 % de los casos de cáncer de mama se diagnostican a tiempo. Esa realidad nos recuerda cuánto puede transformar la educación en salud, la detección temprana y el acompañamiento continuo. Cada examen realizado a tiempo es, literalmente, una oportunidad de vida.
Y la evidencia es clara: la prevención y la detección temprana salvan vidas. Un estudio del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos mostró que, en 45 años de seguimiento, las mejoras en prevención y detección oportuna evitaron un gran porcentaje de muertes, siendo responsables del 80 % de las vidas salvadas por cinco tipos de cáncer. Es decir, actuar a tiempo sigue siendo la herramienta más poderosa que tenemos.
Hablar de prevención no es hablar de enfermedad, sino de esperanza. Es hablar de vida. Es un llamado a reconocer nuestro cuerpo, a cuidarnos con conciencia, a acompañar a quienes queremos y a mantener conversaciones abiertas y honestas sobre salud.
No hay heroísmo en soportar el dolor en silencio. El verdadero valor está en actuar a tiempo, en pedir ayuda, en escucharse sin miedo. Porque detectar a tiempo no solo mejora los resultados médicos: devuelve el control, la serenidad y la posibilidad de escribir una historia distinta.
Los invito a que hablemos más, a que preguntemos sin miedo y a que hagamos de la prevención un hábito cotidiano.
Johanna Ballesteros, gerente general de MSD para el clúster Colombia y Ecuador.