“Me lleva él o me lo llevo yo, pa’ que se acabe la vaina...”

La gota fría, Emiliano Zuleta

En el eco de un acordeón bien tocado, Valledupar, además de cantar, resiste, transforma y enseña. Como en aquel duelo mítico que inmortalizó Emiliano Zuleta en La gota fría, esta ciudad sabe defender su honor con versos, melodía y alma. En sus notas no solo habita el pasado glorioso de los juglares, también se dibuja el futuro de una cultura que se niega a morir en el olvido de la globalización. En esta tierra que se comunica con la emoción y se educa con melodía, la identidad es más que una bandera: es una vivencia colectiva.

Hoy quiero aclarar, con el corazón en la mano y la convicción de una gestora cultural que respira vallenato, tres grandes hitos que han sido celebrados con orgullo, pero también confundidos con frecuencia. Hablo de la declaratoria de Valledupar como Ciudad Mundial del Vallenato, el Plan Especial de Salvaguardia del Vallenato Tradicional (PES) y la membresía en la Red de Ciudades Creativas de la UNESCO. Tres distinciones, sí, pero con un solo espíritu: proteger la esencia vallenata como patrimonio vivo.

La Ciudad Mundial del Vallenato, reconocimiento impulsado por la Fundación del Festival de la Leyenda Vallenata y la Alcaldía de Valledupar, es un tributo institucional, local y simbólico que reconoce el papel de nuestra ciudad como cuna, corazón y altar de esta expresión musical. Esta declaratoria no proviene de organismos multilaterales, sino de la identidad de un pueblo que se reafirma. Es una marca de pertenencia que fortalece nuestro orgullo y proyecta a Valledupar como destino cultural ante Colombia y el mundo.

Por su parte, el Plan Especial de Salvaguardia (PES) nace desde una urgencia global. En 2015, la UNESCO alertó que el vallenato tradicional estaba en riesgo de desaparecer, no por falta de talento, sino por la amenaza constante de su desnaturalización. El PES es, entonces, la respuesta del Estado colombiano —a través del Ministerio de Cultura y actores como la Fundación del Festival— para garantizar que la parranda campesina, el canto narrativo y la tradición oral no se pierdan en la velocidad del mercado. Es un pacto intergeneracional, una hoja de ruta que preserva la verdad detrás de cada acorde.

Y, finalmente, está la más ambiciosa de las tres: la membresía de Valledupar en la Red de Ciudades Creativas de la UNESCO, otorgada en 2019. Este no es un trofeo para enmarcar: es un compromiso vivo que implica convertir la creatividad musical en un eje de desarrollo urbano y humano. Ser parte de esta red global significa adoptar políticas culturales, fortalecer industrias creativas, tejer alianzas internacionales y construir oportunidades económicas desde el arte.

Como lo dice una canción que resuena con fuerza en nuestro Caribe:

“Viejo Valledupar, si te volviera a ver, como tú fuiste ayer, típico y colonial…”

—Rodolfo Bolaño—

El mensaje de esta letra es claro: si queremos transformar desde la cultura, debemos volver al origen, comprender nuestra historia y proyectar un futuro coherente con nuestras raíces. La música no solo entretiene: construye ciudadanía, fortalece el alma colectiva y sana heridas profundas, sobre todo en los jóvenes que hoy más que nunca necesitan referentes de identidad.

Cada uno de estos logros tiene un lenguaje, un público y una finalidad distinta. La Ciudad Mundial del Vallenato honra la tradición; el PES garantiza su existencia futura; la Red de Ciudades Creativas transforma esa tradición en motor de cambio social y económico. Y, sin embargo, todos convergen en lo mismo: en un acordeón que no deja de sonar, en una memoria que se niega a ser silenciada.

Como directora del Museo Cocha Molina, como escritora de Estrella binaria y como madre de hijos criados entre cantos, piquerías y acordeones, creo firmemente que el vallenato no es solo música: es resistencia, es identidad, es pedagogía emocional. Nuestra cultura necesita ser comprendida en su complejidad, valorada en su diversidad y defendida en su autenticidad.

Mientras el viento caribeño siga soplando entre los palo’e mango y el alma vallenata siga cantando su verdad, nosotros seguiremos aquí: tocando, enseñando y soñando.

Como esa “casa en el aire” de Escalona:

“Voy a hacer mi casa en el aire, pa’ que no la moleste nadie”

Julieth Peraza, gestora cultural y cofundadora Fundación Cocha Molina