Todo comienza con un potrero. En realidad, casi todos los relatos de familia en Colombia están antecedidos por un horizonte verde al cual algún astuto parroquiano –con buena o mala intención– le encuentra potencial económico. La historia del barrio 20 de Julio comienza –como si de una cábala se tratase– en 1920. En la zona existía una enorme hacienda ganadera sobre la cual posó sus ojos el sagaz protagonista de turno: el empresario judío Rubén Possin. “Posteriormente, en 1923, Possin contrató un arquitecto para que realizara un diseño urbano allí y la división de los lotes por manzanas. Luego comenzó a vender 230 lotes sin servicios, entre 4 y 6 pesos cada uno”, recuerda el arquitecto e historiador Rubén Hernández Molina, quien consignó decenas de anécdotas y datos inéditos sobre este sector en su libro Urbanizando San Cristóbal y Santa Ana.

Possin tenía acceso a información privilegiada de la entonces Alcaldía Municipal de Bogotá, y por eso sabía que su inversión derivaría en un éxito rotundo. “Compró el terreno porque sabía que era una ruta obligada para el tranvía que estaba en construcción y que se puso en funcionamiento el 24 de noviembre de 1934”. Aunque se hizo millonario con la venta de los lotes, sus planes se vieron retrasados. El barrio no empezó a construirse sino hasta el inicio de las obras de la iglesia del Santuario del Divino Niño Jesús, en 1935, ordenadas por el legendario padre italiano Juan del Rizzo. “De ahí en adelante aparecieron casas, comercios y avenidas”, cuenta Hernández.

Con este aviso clasificado de 1920 se vendieron los primeros lotes para construir el barrio 20 de Julio en Bogotá.

¿Por qué bautizó al barrio como 20 de Julio? A veces la realidad es menos gallarda y romántica de lo que se esperaría de un relato histórico. “En realidad fue una estrategia de Possin para vender más lotes, pues era una época de fervor patrio. Incluso sus calles y carreras tenían originalmente nombres de próceres de la independencia, como Acevedo y Gómez, Camilo Torres, Francisco Morales, etcétera”. En los años cuarenta, el barrio no distaba mucho de otros sectores populares emergentes para las cansadas familias campesinas que llegaban a Bogotá buscando un mejor futuro. Su fama posterior se la debe a la congregación religiosa de los salesianos y a un pequeñito de cabellos rubios, que les hizo el ‘milagrito’: el Divino Niño, por el cual los colombianos tienen especial devoción. “El barrio empieza a tener relevancia en 1941, cuando el santuario al fin es terminado por los curas Giovanni Buscaglione (italiano) y el español Constantino de Castro.

La figura principal de esta iglesia, aparte de Jesús, fue el padre Del Rizzo, consagrado como apóstol de los niños y de los pobres, porque cada mañana les daba pan y chocolate a los menos favorecidos. La romería era enorme”. Las obras arquitectónicas adelantadas por los religiosos, así como la llegada de compañías ladrilleras, comercios y el tranvía, hicieron que la zona viviera su mayor esplendor entre 1956 y 1960.

Además, ya se había vuelto costumbre tomarse la foto familiar en la plazoleta de la iglesia, lo que generó un pujante negocio para los fotógrafos.Fue tanta la celebridad y el crecimiento de este arrabal que incluso terminó ‘engullendo’ a varios de sus vecinos. Por ejemplo, la famosa iglesia en realidad no queda en el 20 de Julio, sino en el barrio Suramérica.

Algo similar sucede con los tradicionales comercios religiosos, que en realidad están ubicados dentro del sector conocido como el 10 de Mayo. Para el visitante, todo está junto y es lo mismo.Pero si bien el sol brilla con esplendor al mediodía, el ocaso al final lo vence. El poniente del barrio llegó en la década de los noventa, cuando –por causa de la superpoblación– se infestó con basuras, ladrones, tráfico de drogas y un mar de vendedores ambulantes y camanduleros.

Los vecinos tradicionales vendieron sus casas y se fueron, dejando con nostalgia su hogar, ahora convertido en el ‘San Victorino’ del sur de la capital. “Gente de muchas partes del mundo iba al santuario por los milagros atribuidos al Divino Niño Jesús, pero a nadie le importaba el barrio en sí. Aunque recibía mucha publicidad, eso no mejoró la situación de los habitantes y seguía siendo un barrio pobre”, cuenta Rubén Hernández con cierta desazón.

En 1941 se inauguró la iglesia del 20 de Julio. El empresario judío Rubén Possin construyó y fundó el barrio de Bogotá. Aquí, junto a su hija Maruja Possin.

El 20 de Julio, como su fecha homónima, ha visto pasar tanta gloria como sangre por sus viejas calles. Aun así, su espíritu es vigoroso. “Creo que el alma del barrio no radica en la santidad de su iglesia, sino en las piernas de sus ciclistas, pues durante los años setenta se vivió una verdadera fiebre por la bicicleta. Allí nacieron grandes glorias como Pajarito Buitrago y se celebraba cada año una tradicional competencia deportiva por las calles del sector”.

La gran carrera del 20 de Julio

Como era de esperarse, la celebración de la independencia de Colombia tiene un lugar más que especial entre los habitantes del 20 de Julio. Para conmemorar esta fecha, el entonces agente de la Policía y ciclista amateur Héctor J. Vargas Chinchilla y algunos amigos unieron fuerzas en 1977 y crearon el Circuito Ciclístico y Carrera Atlética del 20 de Julio. “El alcalde menor de San Cristóbal de ese entonces, Guillermo Sánchez Rodríguez, fue quien me pidió que organizara una carrera y que trajera también ciclistas conocidos, gente que corría en el equipo Café de Colombia”, explica. Pero ¿qué tenía que ver el ciclismo con la independencia? Tal vez, que ambos afectos reposan en el mismo lugar del cuerpo, entre la sístole y la diástole. La gente de este barrio había desarrollado una pasión inusitada hacia el ciclismo, haciendo que en gran parte del día solo se hablara del ‘caballito de acero’.

Fue lógico entonces celebrar la emancipación con sangre, pero de la variedad que fluye a raudales por las piernas al pedalear. “La carrera originalmente la organizaba el padre Juan del Rizzo, pero era más por esparcimiento. Cuando empezamos a hacerla a nivel más profesional, comenzaron participando unas 800 personas, pero luego llegaron a correr al tiempo hasta 2.500 ciclistas en 15 diferentes categorías”. El circuito original era de tres kilómetros y 800 metros, lo que representaba más o menos unas 25 vueltas al barrio en el lapso de una hora y media sin parar. “Salían desde el frente de la plaza de mercado, tomaban la curva sobre la avenida Primero de Mayo hacia la carrera primera oeste, para salir después por la calle 27 sur. Con los años, el recorrido se fue haciendo más largo”.

Héctor J. Vargas (izquierda) organizó, desde 1977 hasta 2016, cerca de 40 ediciones del circuito ciclístico del barrio 20 de Julio.

Si bien la competencia era de carácter amateur, tenía todas las características técnicas de una carrera profesional, empezando por los premios. “En ese entonces les dábamos implementos deportivos a los participantes y en el podio se otorgaban 200 pesos al ganador. Imagínese cuánta plata era, si en esa época el sueldo mío en la Policía era de 180 pesos. Esos 200 serían como 2 millones de pesos hoy en día”. Eso sí, el dinero para estas preseas salía del rebusque de Héctor y sus amigos. “Teníamos que ir puerta a puerta por todos los comercios del barrio, pidiendo donativos. Nos daban de a 10, de a 20 pesos y a veces 30”. Con el pasar de los años, el circuito ciclístico fue tomando cada vez mayor renombre. Desde 1980 comenzaron a recibir dinero de grandes patrocinadores de la época, como Pilas Varta, Bavaria o Telecom. “La carrera se llevaba a cabo durante dos días, para que todos alcanzaran a participar.

En total organizamos 44 carreras, una cada 20 de julio, desde 1977 hasta 2016”. Ese año, el circuito vio la luz por última vez. “Hubo un paro nacional camionero y la presidencia de Juan Manuel Santos ordenó la cancelación de todas las actividades culturales y recreativas en la calle. Ya para 2017 y 2018 no hubo la plata para organizar de nuevo la carrera y desde entonces quedó solo en recuerdos”.

Héctor, de 63 años, sueña con volver a ver a los ciclistas correr junto a la iglesia, y frecuentemente le pide ese ‘milagrito’ al Divino Niño, que tiene de vecino. “Aquí se formaron grandes ciclistas en el velódromo Primero de Mayo como Samuel Cabrera, Pedro Soler, ‘el Pollo’ López, Juan de Dios ‘Escobita’ Morales, José Patrocinio Jiménez y toda la gente que conformaba el Club Ciclístico y Deportivo del Suroriente. Esta es la cantera del ciclismo y eso no se puede perder”, reflexiona, mientras ajusta su cicla para montar un día más.