Quiero empezar diciendo que esta columna está basada en la percepción de cientos de personas que se han manifestado en los Space de X en los que participo.
El Centro Democrático acaba de cometer un error que podría costarle más que cualquier derrota electoral: tras la muerte de Miguel Uribe Turbay, decidió aceptar a su padre como reemplazo. Esa decisión fue el inicio de una cadena de problemas.
Primer eslabón: el privilegio familiar sobre la meritocracia. La entrada de Miguel Uribe Londoño a la contienda electoral significó un quiebre en las reglas que, desde meses atrás, se habían establecido para definir la candidatura mediante encuesta y con fecha precisa de entrega de resultados.
Su irrupción envió un mensaje inequívoco: que el verdadero candidato preferido por algunos miembros de la directiva era el fallecido Miguel y que los otros cuatro aspirantes no estaban a la altura, reducidos a simples “rellenos” en un proceso que se suponía abierto y competitivo.
En realidad, se debió respetar el procedimiento y continuar con los cuatro candidatos que ya estaban en la competencia, sin improvisar un reemplazo para Miguel Uribe Turbay. A todo esto se suma lo que reveló Álvaro Uribe a Néstor Morales en Blu Radio: que no era cierto que la familia de Miguel Uribe Turbay estuviera de acuerdo con que el padre tomara su lugar.
Segundo eslabón: el cambio de fechas que debilitó la lista al Senado. La fecha prevista para la entrega de resultados por parte de AtlasIntel —y el anuncio de quién sería el candidato del Centro Democrático— estaba fijada entre finales de octubre y principios de noviembre. Sin embargo, con la llegada de Miguel Uribe Londoño se concedió un aplazamiento, bajo el argumento de darle tiempo para darse a conocer entre la militancia. Ese cambio, más que un gesto de cortesía, terminó siendo un autogol: se sacrificó la posibilidad de inscribir en la lista al Senado a tres de sus liderazgos femeninos más fuertes, Paloma Valencia, María Fernanda Cabal —la mujer más votada del Senado en 2022— y Paola Holguín, pues la inscripción cierra el 8 de diciembre y la selección de la candidata ya no se daría antes de esa fecha. Tres capitales políticos que, juntos, representaban más respaldo real que cualquier gesto simbólico.
También está la sensación de que en el Centro Democrático existe una gran fuerza que no quiere a María Fernanda Cabal y que estaría dispuesta a ver arder el partido antes que dejarla ser candidata. Incluso hubo insinuaciones de incluir a Pinzón en la lista, a pesar de que ni siquiera es miembro del partido.
Tercer eslabón: la alianza frustrada con Abelardo de la Espriella. La reunión en la que Miguel Uribe Londoño le comunicó a Abelardo de la Espriella su intención de renunciar a la contienda interna y sumarse a su campaña fue un golpe fuerte al proceso interno del Centro Democrático. Tan fuerte que la única reacción posible fue su expulsión inmediata de la lista de precandidatos, lo que terminó llevándolo a anunciar su renuncia definitiva al partido. El episodio no solo evidenció improvisación, sino la fragilidad de las reglas internas frente a decisiones personales que desdibujaron la seriedad del proceso.
Todo lo anterior convirtió a Miguel Uribe Londoño en un personaje incómodo para el Centro Democrático, más un problema que una solución. El propio Miguel Uribe Turbay había aceptado las reglas de la consulta interna por medio de una encuesta. Al abrirle la puerta a su padre, el partido rompió ese pacto tácito de respeto a la meritocracia. La decisión, más que un gesto de continuidad, fue interpretada como un acto de privilegio familiar, debilitando la confianza en el proceso. Además, surge la pregunta inevitable: ¿cómo entender que los votantes que creyeron en Miguel por su juventud y promesa de renovación terminaran viendo con buenos ojos que su lugar fuera ocupado por un hombre de 73 años, símbolo de lo contrario?
El cambio de fechas sembró incertidumbre entre la militancia, que observa con preocupación cómo la izquierda ya definió candidato mientras la derecha, atrapada en egos, aún debate si habrá una consulta interpartidista capaz de unificar una candidatura fuerte. Además, la construcción de la lista de aspirantes al Senado, sin las tres mujeres fuertes del Centro Democrático, se ve debilitada y no se augura que el partido consiga el número de curules al que aspira llegar. Mi percepción es que para alcanzar 25 curules se necesitarían cerca de cuatro millones de votos, una meta difícil de lograr sin ellas.
Y la cereza en el pastel: la propuesta de unión con Abelardo de la Espriella. Tal vez lo que no calculó el señor Uribe Londoño es que Abelardo, amigo de Álvaro Uribe, no aceptó una propuesta desleal. El desenlace confirmó el error: Miguel Uribe Londoño fue expulsado de la consulta presidencial, dejando a la dirección del partido con una crisis.
Lo que comenzó como una decisión excepcional al aceptar la entrada del padre del asesinado Miguel Uribe Turbay terminó debilitando la unidad del partido y la narrativa de selección por meritocracia. El mensaje hacia la opinión pública fue claro: las reglas se cambiaron por las circunstancias, incluso si eso significa marginar a quienes más votos pueden aportar.
En política, las reglas no son simples formalidades: son el cemento de la confianza. Al romperlas, el Centro Democrático perdió la oportunidad de mostrar coherencia y fortaleza. Y en un momento en que la credibilidad es el recurso más escaso, ese error estratégico empezó a costar. El precio no se medirá solo en votos, sino en la erosión de confianza en las bases del uribismo. Solo queda un camino para recuperar esa confianza y es, como diría Álvaro Uribe, trabajar, trabajar y trabajar.