Ocurre con este gobierno que son tantos los exabruptos con los que cada día nos agreden que vamos normalizando lo que en circunstancias normales sería impensable. El umbral de tolerancia va aumentando con el avance de la demolición del estado de derecho; estamos como sentados en un teatro viendo la película de nuestra propia destrucción. Pero hay algunos hitos en esta carrera desenfrenada hacia el abismo, que nos deberían sacar de la atonía y llamar a la acción, como fueron las palabras del ministro de Defensa, Pedro Sánchez, al decir que, si el presidente da la orden de ir a combatir al ejército de Israel en Gaza, hombro a hombro con el grupo terrorista Hamás, estaría presto a cumplirla.

El Ejército de Colombia no es el ejército de Petro y sus lacayos, al menos, todavía no. Pero las palabras del ministro son una vuelta de tuerca más para ir implantando esa nueva normalidad. El solo hecho de anticipar la sumisión de las fuerzas ante tamaño exabrupto es una ofensa a la institución que ha mantenido en pie la democracia frente a los embates del narcotráfico, y una afrenta a las miles de familias que han enterrado y siguen enterrando a los suyos por defendernos.

Petro sabe más que nadie lo que significa el Ejército colombiano para la democracia; en el año 85, cuando se tomaron el Palacio de Justicia, la misión principal no era quemar los expedientes de Pablo Escobar y demás extraditables; era el poder. Pero el Ejército se interpuso, como también lo hizo cuando las Farc acumularon la suficiente capacidad militar para hacer guerra de posiciones y amenazar al poder constituido. Y eso Petro no lo perdona; por eso, ahora con el poder presidencial, ha emprendido un proceso metódico de destrucción de las Fuerzas Militares.

Empezó con el ministro Iván Velásquez, quitándoles presupuesto, purgando a muchos altos oficiales capaces, inutilizando buena parte de su flota aérea, destruyendo las capacidades de inteligencia y, lo más infame, fortaleciendo al enemigo con la paz total, lo cual ha costado inútilmente la vida a cientos de militares y policías.

Luego la tarea la continuó el ministro Pedro Sánchez, quien hace el trabajo de manera más efectiva, ya que en su calidad de general retirado puede simular con mayor credibilidad un amor por la institución militar y sus hombres, algo que a Iván Velázquez nunca se le dio bien. Bajo su ministerio, la destrucción de capacidades continuó y se agregó el rompimiento de la cooperación militar con Israel y, últimamente, con Estados Unidos. Pero estas declaraciones suyas, de poner a disposición a nuestros héroes para irse a enfrentar a uno de los ejércitos más poderosos del mundo, como es el israelí, en apoyo a un grupo terrorista, es insólito.

Pero hay más, ya no solamente tendrían que ir a pelear a Israel, cuando acá el narcoterrorismo aliado de Petro los mata y secuestra a diario, sino que, según Petro, tendrían que ir también a enfrentar al ejército más poderoso del mundo para ir a defender al Cartel de los Soles y a su jefe, el dictador Nicolás Maduro.

Realmente no nos hemos dado cuenta de la gravedad de las cosas: en las últimas semanas el presidente de la República, con el país hecho un mar de violencia, ha dicho que el Ejército de Colombia debe ir a combatir al ejército más poderoso del mundo para apoyar a un cartel del narcotráfico, y a uno de los cinco más poderosos del mundo para apoyar a un grupo terrorista islamista. Y el ministro de Defensa servil le ha dicho que sí, que está listo para ese holocausto, porque ni más faltaba, el que manda es Petro y el ejército es suyo. Vaya manera más infame de acelerar la destrucción de nuestro Ejército.

Ya es hora de poner pie en pared; me resisto a creer que los generales de la cúpula no tengan honor militar. Frente a esas palabras del ministro de Defensa, tendría que salir el comandante general, o el comandante del Ejército, de la Armada o de la FAC, a dar un paso al frente, renunciar y decir que lo hace porque no está dispuesto a cumplir ninguna de esas órdenes. Eso sentaría un precedente para los difíciles siete meses que quedan antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales: la sumisión militar tiene un límite, y ese límite es la Constitución Nacional.