Esta distinción, tan obvia en teoría, ha sido sutil y sistemáticamente borrosa en el discurso público global por líderes que visten el antisionismo como crítica legítima, ocultando bajo ese velo un antisemitismo latente que se filtra a través de la máscara.

La Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) lo definió con claridad al incorporar los “tres D” en su definición operativa de antisemitismo:

  • Demonización (presentar a Israel como el mal encarnado),
  • Deslegitimación (negar su existencia como Estado judío) y
  • Doble rasero (exigir estándares imposibles solo a Israel, ignorando acciones similares de otros países).

No se trata de blindar a Israel de la crítica —toda democracia se fortalece con ella—, sino de detectar cuándo esa crítica trasciende lo político y se torna odio étnico, histórico y existencial.

En ese terreno movedizo donde la crítica muta en negación, el sionismo ha sido caricaturizado, distorsionado y demonizado. Pero, ¿qué es realmente el sionismo, y por qué su deslegitimación es el síntoma más visible del antisemitismo contemporáneo? ¿Qué es el sionismo?

El sionismo es el movimiento de liberación nacional del pueblo judío. Surgió a finales del siglo XIX como respuesta al antisemitismo rampante en Europa, con el objetivo de establecer una patria segura en la tierra histórica de Israel. No nació como ideología de supremacía, sino como refugio ante la persecución sistemática. Su fundador, Theodor Herzl, no hablaba de conquista, sino de supervivencia —y abarcaba corrientes diversas, desde el sionismo político hasta el cultural.

Herzl lo expresó con profecía:

“Los judíos que deseen un Estado lo tendrán. Somos un pueblo, un pueblo único. Nuestra unidad es nuestra fuerza.” (Der Judenstaat, 1896).

Y también:

“Si lo queréis, no será un sueño.” (Altneuland, 1902).

Estas frases no invocan dominación, sino autodeterminación. El sionismo no postula superioridad alguna; postula el derecho de un pueblo milenario a existir, a tener un Estado en su tierra milenaria y a vivir sin persecución.

La mentira institucionalizada

La frase “el sionismo es racismo” no surgió en un debate filosófico, sino en una estrategia de propaganda. Fue impulsada por la Unión Soviética en los años 70 como ofensiva diplomática contra Israel y adoptada por sectores de la izquierda global. En 1975, la Asamblea General de la ONU aprobó la infame Resolución 3379, equiparando el sionismo con el racismo, medida que fue derogada en 1991 por su sesgo evidente y antisemita.

El daño simbólico perdura, alimentando narrativas tóxicas que hoy se viralizan con nuevos disfraces.

Además de actos vandálicos antisemitas ocurridos en Europa, Canadá y los Estados Unidos, en Colombia, la madrugada del 27 de agosto de 2025, la sinagoga de la Sociedad Hebrea de Socorros en Cali fue vandalizada con grafitis que decían “Israel genocida”. Este acto fue rápidamente condenado por la Confederación de Comunidades Judías de Colombia, que alertó sobre el peligro de la retórica antisionista que, disfrazada de crítica política, termina incitando al odio y derivando en ataques concretos contra la comunidad judía local.

El Ministerio del Interior y diversas organizaciones internacionales lo calificaron como un acto antisemita, reafirmando que la instrumentalización de la causa palestina está siendo usada en Colombia, igual que en otros países, para legitimar el antisemitismo.

¿Por qué negar el derecho de Israel a existir es antisemitismo?

Negar el derecho de Israel a existir no es crítica política: es antisemitismo puro. No cuestiona políticas específicas, como asentamientos o gobiernos; niega el derecho colectivo del pueblo judío a la autodeterminación. Según la IHRA, esta negación es una manifestación directa de discriminación étnica o religiosa.

Decir que Israel no merece existir equivale a afirmar que los judíos no merecen un Estado, lo cual es un doble rasero inaceptable en un mundo que reconoce ese derecho a cientos de naciones. Cuestionar, por ejemplo, la expansión en Cisjordania es legítimo; pero borrar a Israel del mapa es revivir el odio que expulsó a judíos de Europa, los confinó en guetos, los obligó a portar la estrella amarilla, los persiguió en inquisiciones y los exterminó en campos. Hoy, ese veneno se enmascara como antisionismo.

El octavo frente: la guerra por la narrativa

El 7 de octubre de 2023 no solo fue una masacre; inauguró lo que llaman la “octava guerra”: la batalla por la opinión pública. Mientras Israel lidiaba con siete frentes militares, un octavo se abrió en universidades, medios y redes. Allí, el antisemitismo no ondea esvásticas, sino hashtags; no quema libros, sino que cancela voces; no niega el Holocausto, pero lo relativiza, lo invierte y hasta lo justifica.

Afirmar que Israel “existe por el Holocausto” invierte la historia: no fue la culpa europea por permitir el holocausto lo que creó a Israel, fue la ausencia de un Estado judío lo que permitió el Holocausto. La existencia de Israel es el retorno de un pueblo a su tierra ancestral tras milenios de exilio. Negar esa narrativa no solo borra un Estado; borra una historia, una memoria, una identidad.

Conclusión

Hoy, en un mundo polarizado, urge claridad moral. No toda crítica a Israel es antisemitismo; de hecho, el debate honesto sobre derechos palestinos e israelíes es esencial para la paz. Pero todo antisemitismo moderno se camufla como antisionismo. En esa zona gris, donde la retórica se arma hasta los dientes, plantemos bandera: defendamos la verdad, el diálogo y el derecho de todos los pueblos a la dignidad.