Los teóricos y patrocinadores de la revolución tendencial saben que las transformaciones ideológicas de las sociedades se logran por un ejercicio de seducción, no de razón. Por eso, la táctica que utilizan es capturar los ambientes culturales y sociales que influyen en la construcción de la conciencia individual y colectiva.

En este sentido, la revolución tendencial se instala en la estética de lo cotidiano, a saber: las formas de vestir, hablar, comer, entretenerse, y hasta la forma de amar. Si se comparan, por ejemplo, los uniformes de colegio y los trajes de oficina de antes y de ahora, pero también los modales en la mesa y en el trato, y hasta las manifestaciones amorosas, es evidente que hay una tendencia a la bajada común de todos los usos y normas sociales. El mensaje subliminal que tal tendencia esconde es claro: toda forma es enemiga y toda diferencia es sospechosa.

Pero la revolución tendencial penetra más allá de los ambientes sociales. Insiste en asaltar la comprensión de la cultura misma. La cultura, entonces, ya no es lo que cultiva la Verdad, el Bien y la Belleza. Ahora la cultura es cualquier práctica —por degradante que sea— de los pueblos. Según esta visión, propia de la antropología cultural, ya no hay cultura, sino “culturas” y “saberes” —como ha sucedido recientemente en Colombia y su “Ministerio de las culturas, las artes y los saberes”—pues uno de los propósitos de la revolución tendencial es la indistinción e igualación del bien con el mal. Esta nueva lógica considera cultura la música y la literatura clásicas, pero también la pornografía y el bantú, so pretexto de ser “expresiones culturales” de los pueblos y sus “tradiciones”.

La exposición sistemática a los ambientes culturales y sociales ideologizados consigue afectar la personalidad. Por consiguiente, un católico puede comenzar a defender “el amor libre” tras ver una película conmovedora; un conservador puede aceptar políticas liberales —aborto, cambio de sexo, lenguaje inclusivo—, si tales políticas se exponen con retóricas persuasivas; una mujer piadosa y de costumbres católicas puede terminar desestimando el matrimonio, la maternidad y el pudor, si pasa el tiempo suficiente con mujeres “modernas” que consideran que tener hijos, casarse y ser recatada implica ceder a estereotipos opresivos y anticuados, propios de sociedades patriarcales; incluso un sacerdote inmerso en contextos religiosos liberales puede acabar pregonando lecturas marxistas del evangelio.

Pero, ¿qué ha sucedido con el arte? Industria cultural —radio, televisión, cine—: un ejemplo histórico de la revolución tendencial en la industria cultural es el Proyecto radio de 1937, financiado por la Fundación Rockefeller, que fue encargado a la Escuela de Frankfurt, y muy especialmente a Theodor Adorno. Operado desde la Universidad de Princeton, este proyecto quiso comprobar una hipótesis: el efecto de la industria cultural en la manipulación social. Actualmente, la industria cultural promueve preferencias anticristianas en todos los órdenes.

Arquitectura: Nicolás Gómez Dávila, el filósofo colombiano de reconocimiento internacional, tuvo razón cuando escribió: “La más grave acusación contra el mundo moderno es su arquitectura”. Basta comparar una catedral gótica con un edificio estatal de los años 60. La primera eleva el alma, dirige la mirada hacia el cielo y simboliza una jerarquía de sentido. La segunda —fría, gris, sin ornamentos— aplasta la mirada, emborrándola y disolviendo la diferencia entre lo noble y lo vulgar. La diferencia no es solo estética, sino ética, pues la arquitectura moderna influye al hombre para que no quiera el cielo.

Pintura: varias escuelas del arte moderno y contemporáneo se distancian de todo paradigma sacral y, por ende, de cualquier ideal de belleza relacionada con la cultura cristiana. De ahí que las nuevas estéticas sustituyan la apertura al sentido y a la religiosidad que tuvieron la pintura medieval, renacentista y barroca, por estéticas de lo grotesco, lo deforme, lo trivial, lo burlesco y lo absurdo, tal y como sucede con las estéticas del feísmo, el dadaísmo, el pop art y el arte conceptual, entre otras corrientes pictóricas recientes.

Literatura: un repertorio vastísimo de literatos, de todas las geografías, ha promovido tramas y narrativas progresistas y revolucionarias, éticas nihilistas, relativistas y radicalmente liberales; utopías seculares, universos esotéricos y personajes cristianófobos.

Música: la cuestión de la música es tan compleja que amerita otro artículo, pues ningún arte ha decaído e influido tanto en el desorden humano y el deterioro de la cognición. Piénsese, por ejemplo, la distancia entre la música clásica y el reguetón.