Todo el mundo con algún interés en el regreso de la democracia a Venezuela y el fin del régimen mafioso que allí impera me pregunta con ilusión y temor a la vez: ¿cuándo se cargan a Nicolás Maduro? La respuesta es clara: pronto, muy pronto.
Dos hechos recientes marcan ya el camino que sigue Estados Unidos en este frente de política exterior. El primero fue la destrucción total de una lancha con un cargamento de coca, y el segundo, las declaraciones del presidente Donald Trump al respecto.
Los venezolanos, los mafiosos, obviamente, negaron el hecho y lograron mover la narrativa de que era un invento americano ayudado con inteligencia artificial. Ya el mismo Diosdado Cabello, ministro del Interior, reconoció la operación militar, pero la razón para negarlo en un principio es clara: necesitaban tiempo para ajustar la respuesta interna a este hecho de implicaciones importantes tanto para Maduro como para los narcos del continente y los dirigentes de países que los albergan, los acomodan y no los combaten, como Claudia Sheinbaum de México y Gustavo Petro de Colombia.
Esa operación militar, que, la verdad, no es muy complicada, tiene varios mensajes para distintos sectores de la sociedad latinoamericana. Para los presidentes antes mencionados y los narcos que operan allí, el mensaje es claro: esto también les puede pasar si no cooperan en la lucha contra las drogas.
El mensaje para el régimen mafioso venezolano es doble y de ahí toda la manipulación en la comunicación que se dio en días pasados. Además del mensaje claro a los narcos que allí están asentados bajo la protección del líder del cartel de los Soles, Nicolás Maduro, el otro mensaje clarísimo es: estamos listos a usar la fuerza para ir por ustedes o para neutralizarlos. Ver las caras de Cabello, Padrino López, el comandante de las Fuerzas Armadas y del mismo Maduro en estos días en sus declaraciones muestra el pánico en el que están.
Una parte importante de la respuesta del régimen venezolano es oprimir aún más a los militares para evitar un golpe. Cuba tiene un solo papel hoy en Venezuela: espiar y reprimir a los militares y a sus familias. Lleva años haciéndolo y hoy se puede decir con certeza que el régimen mafioso persigue a los militares y a sus familias con más saña de lo que lo hace con los civiles, lo que ya es mucho decir. Es más, hasta están prohibiendo la salida del país de los familiares para tenerlos como rehenes y así controlar a unas Fuerzas Armadas que no están con ellos.
Hoy quienes manejan la seguridad en Venezuela son las dos agencias de inteligencia y represión: el Sebin y la DGCIM, con apoyo de Cantv, la agencia de comunicaciones venezolana, que con tecnología china interviene todos los teléfonos y medios de comunicación en ese país en tiempo real. Los chinos saben de eso y le trasladaron esa tecnología a la mafia venezolana. Es más, quien opera esa agencia es, nada más y nada menos, el general Hernández Dala, quien era antes el director del otro órgano represor, la DGCIM.
La otra parte del mensaje, más sutil eso sí, fue la felicitación que el presidente Trump le dio al comandante del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas norteamericanas, general Dan Cain, por la operación de destrucción del barco repleto de narcóticos. No felicitó al comandante del Comando Sur, entidad encargada de América Latina en el Pentágono, sino a la cabeza, lo que dice claramente que esta es una operación al más alto nivel. Si yo soy Maduro, Cabello, Padrino o los hermanos Rodríguez, que ni aparecen en este momento de crisis, lo que genera muchas sospechas, estaría negociando mi salida. No me sorprendería que en las negociaciones que se están dando sean los Rodríguez los que entreguen a Maduro, Cabello y Padrino; de ahí su silencio, que, la verdad, dice mucho.
Hay otro elemento que la gente no conoce y solo los que estuvimos cerca de esas decisiones durante el primer Gobierno de Trump entendemos. Trump quiso acabar con la dictadura venezolana desde entonces. Primero, apoyó la creación del Gobierno interino, lo reconoció e hizo la diplomacia para que más de 60 países lo reconocieran, e incluso llevó a Guaidó a un discurso del estado de la Unión en Washington. Las acciones más duras que pretendió entonces hacer fueron saboteadas desde el Departamento de Estado y el de Defensa, algo que no pasa hoy. Trump aprendió esa lección de ese primer mandato y esta vez, en materia de política exterior, ha concentrado todo el poder en la Casa Blanca con el apoyo de Marco Rubio –quien, por cierto, ostenta los dos cargos más importantes en política exterior, algo que no se veía desde los tiempos de Henry Kissinger: secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional–.
No puede quedar más claro para dónde va esta operación, que, por cierto, no ha sido encubierta. Más claro no canta un gallo. Nicolás Maduro y sus amigos mafiosos tienen los días contados.