La presión cruzó de bando. Tras dos meses de despliegue naval sin precedentes en aguas caribeñas y de una recompensa de 50 millones de dólares por su cabeza, Nicolás Maduro sigue robando y torturando, cada día más confiado en que amainará la tormenta y el chavismo criminal seguirá en Miraflores.
Ahora le toca patear el balón a la Casa Blanca, se le acabó el tiempo. La excusa de que una intervención militar pudiese afectar las opciones republicanas en las elecciones del martes pasado se reveló cierta, pero en sentido contrario.
Trump perdió el voto latino –más del 60 por ciento escogió demócrata– y, aunque los comicios locales no siempre se replican en las nacionales, en noviembre próximo podrían arrebatarle la mayoría en el Congreso. Además de la violenta política contra la migración, que obedece a una promesa de campaña, no le benefició la falta de acción en Venezuela. El amenazar sin dar el golpe. Porque tanta alharaca, con portaviones, buques de guerra, submarinos, marines y demás parafernalia, ¿solo para destrozar unas simples narcolanchas y matar a sus ocupantes?
Cierto que frenaron el tráfico de estupefacientes por mar y aire y que solo algunos desquiciados se aventuran a embarcarse con pacas de cocaína.
Pero el narcotráfico volverá a su rutina en cuanto las naves de guerra retornen a sus bases, y Maduro y sus traquetos sigan mandando. No será la primera crisis del negocio y, como lo visto hasta la fecha no se antoja una solución bien planeada de medio y largo plazo, los narcos se limitan a aguardar a que Washington recule y puedan regresar a la normalidad.
Con seguridad, si Marco Rubio estuviese al mando, habría lanzado los misiles hacia las guaridas de los capos del cartel de los Soles hace rato. No existe otra nación de la importancia de Venezuela donde gobierne una banda mafiosa, dedicada a atracar el erario, a traficar con drogas y oro, a establecer nexos con los tiranos de Irán y Rusia, con terroristas islámicos y colombianos, además de encarcelar, desplazar y matar oponentes.
Tan abultado prontuario justifica el operativo militar norteamericano. Hay suboficiales venezolanos dispuestos a participar en un golpe de Estado, pero solo si los estadounidenses dan el primer paso. Piensan que ellos solos fracasarían dado el férreo control de la inteligencia cubana. Los apresarían y abortarían la intentona golpista. En todo caso, no olvidemos que el 83 por ciento de los venezolanos consultados por Es Noticia aprueba el despliegue naval (1.324 encuestas en el interior de Venezuela y en la diáspora).
Sin embargo, para opinadores y políticos que se mueven entre la izquierda moderada y la ultraizquierda, resulta aberrante que Trump tumbe la satrapía chavista por la fuerza. Prefieren que Maduro y sus secuaces conserven su despótico y mafioso régimen, sustentado en el marxismo, fiel a su tradicional condescendencia, cuando no su respaldo a las dictaduras comunistas y socialistas.
Temen, además, que su caída debilite la influencia china y rusa que hace contrapeso a la de Estados Unidos en Latinoamérica. Y que, una vez tumbado el chavismo, pudiera suponer el posterior derrocamiento del castrismo cubano, tan apreciado por todos ellos. Por eso, la comunista Claudia Sheinbaum ha proporcionado al criminal Miguel Díaz-Canel el petróleo que no le puede entregar Venezuela.
Lo que menos preocupa al sector zurdo planetario es la miseria y la democracia en Cuba, Nicaragua y Venezuela. Su única angustia es que Trump gane otra batalla, tras el tratado de paz de Gaza y, peor aún, que reedite la doctrina Monroe en el continente americano.
Para expertos de esta parte del mundo, el presidente republicano estaría acariciando la idea de desempolvarla. En ese ánimo anotan las irracionales propuestas de Trump de anexionar a su nación Canadá y Groenlandia, recuperar el canal de Panamá o la infantil de rebautizar el golfo de México. Y suman las realizadas –bien dirigidas y meditadas– para favorecer a los de su orilla: apoyo a El Salvador con dólares a cambio de aceptar presos; rescate económico a Milei días antes de las elecciones en Argentina, que propició su victoria cuando las encuestas pronosticaban una contundente derrota; o el acuerdo con el ecuatoriano Daniel Noboa para reinstalar las bases antinarcóticos en Manta, que desmanteló Rafael Correa.
En la trinchera contraria cabe anotar la retirada de la visa y la inclusión en la Lista Clinton de Gustavo Petro, sustentadas ambas medidas en razones de peso, o las amenazas de aranceles brutales a los mandatarios de izquierda que se atraviesan en su política antidrogas o de otra índole.
Todo indicaría que Donald Trump es el primer inquilino de la Casa Blanca que ha comprendido, después de decenios de indiferencia, que “su patio trasero” resulta vital para los intereses de Estados Unidos. El nombramiento de Marco Rubio fue la primera señal de ese cambio de brújula, seguida de la intensiva presencia militar en el Caribe.
Pero si no da el esperado jaque mate, si Maduro y su mafia no caen, el Gobierno Trump quedará como un estrafalario, débil y despilfarrador payaso.