Si la ecuación del desarrollo económico de Colombia para la próxima década se decidiera por talento, el tema estaría despejado. En nuestro país el talento humano es un recurso abundante, renovable y, pareciera, ilimitado. Quienes recorremos las universidades, los bootcamps de programación o los semilleros de investigación, sabemos que habita allí una juventud con una ‘recursividad’ digital innata.
El estudiante colombiano tiene una capacidad natural para la resolución de problemas, una creatividad resiliente que, bien orientada, es materia prima de calidad global. Por eso no sorprende —lo he visto— que desde destinos tan familiares como Estados Unidos o tan improbables como Nueva Zelanda, nos visiten empresarios que buscan programadores colombianos.
Sin embargo, la velocidad a la que avanza la Inteligencia Artificial (IA) y la conectividad 5G plantea un desafío logístico: la actualización de los currículos formales y las políticas públicas, por su propia naturaleza y rigor, a menudo no pueden marchar al mismo ritmo vertiginoso de la innovación en Silicon Valley o en Shenzhen.
Es en este punto de inflexión donde el rol de las grandes tecnológicas globales tiene el potencial para convertirse en un catalizador del proceso y en un eslabón crítico de la cadena educativa nacional. Compañías de Silicon Valley y de los polos de desarrollo de Asia han entendido que para garantizar la sostenibilidad de su propia industria, deben actuar como aceleradores de talento, complementando la formación académica tradicional con las herramientas prácticas que demanda el mercado. No se trata de reemplazar al Estado ni a la academia, sino de crear una simbiosis necesaria: un ecosistema donde la teoría se encuentra con la práctica de vanguardia.
Un ejemplo tangible de esta dinámica es la apuesta de Samsung Electronics con su Innovation Campus, una iniciativa que desde 2020 ha capacitado a más de 1.400 jóvenes colombianos. La compañía estructuró un programa que va mucho más allá de la alfabetización digital y que combina formación en inteligencia artificial, empleabilidad, habilidades blandas y, crucialmente, inglés técnico y laboral.
Es una iniciativa que ataca uno de los dolores más agudos del sector: la brecha de empleabilidad. El programa, realizado en alianza con la Universidad del Rosario, demuestra cómo la empresa privada puede inyectar recursos y metodología ágil para que jóvenes de entre 18 y 28 años no solo aprendan a codificar, sino a trabajar en la industria.
En una línea similar de democratización del conocimiento, Google Cloud ha desplegado un número de iniciativas, incluyendo algunas que son la definición de “masivas” como Capacita+. La compañía de Mountain View sabe que la IA generativa no puede ser un privilegio y por eso se lanzó tras la ambiciosa meta de formar a 200.000 estudiantes y profesores en la región… en un mismo día.
Puede que el alcance de esta formación sea, por necesidad, limitado, pero eso no evita que Capacita+ actúe como un catalizador que reduce las barreras de entrada a un campo en plena ebullición. En ese sentido, es una intervención vital porque permite que una masa crítica de la fuerza laboral se familiarice con las herramientas que definirán la productividad en los próximos años.
Sin embargo, hay una dimensión que va más allá de la capacitación: la validación. El talento necesita aprender, sí, pero también necesita medirse, probarse y saberse capaz de jugar en las grandes ligas. Entran en escena espacios como la Huawei ICT Competition, que brindan, justamente, esos escenarios de alto rendimiento y un campo de prueba del nivel más exigente disponible hoy para los estudiantes colombianos.
Con su convocatoria abierta hasta el 31 de diciembre de 2025, la décima edición de este concurso global funciona, en la práctica, como unas “olimpiadas” del sector TIC. La competencia invita a los estudiantes a salir de la zona de confort del aula para enfrentarse a problemas reales en cuatro pilares: nube, redes, computación e innovación.
Todas tienen el potencial de llevar a impactos significativos, pero lo más prometedor para el ecosistema de emprendimiento nacional es la categoría de Innovación. En ella, los equipos deben, bajo la guía de un mentor, diseñar una solución tecnológica que resuelva una problemática social real. Es en este cruce de caminos —tecnología de punta y sensibilidad social— donde el ingenio colombiano suele brillar.
No es casualidad que, en las últimas cuatro ediciones, delegaciones colombianas hayan alcanzado la final global en Shenzhen, China, y sus logros consecutivos demuestran que cuando se les da la plataforma adecuada, los estudiantes de nuestro país no tienen nada que envidiar a sus pares de otras geografías.
La apertura de esta convocatoria para técnicos, tecnólogos, universitarios y, ahora, estudiantes de maestría y doctorado, es una señal de madurez del ecosistema nacional. Representa una oportunidad para que la academia valide la calidad de su formación en un entorno internacional neutral y riguroso. Para el estudiante, es la posibilidad de saltar de la teoría local a la práctica global, y obtener en el proceso una visibilidad que difícilmente se consigue por otros medios.
Estas iniciativas privadas actúan como laboratorios de realidad donde el estudiante pone a prueba lo aprendido en el aula. El hecho de que empresas globales inviertan en llevar talento colombiano a China o en certificarlo en IA es un voto de confianza en el capital humano del país.
El mensaje para los jóvenes es de urgencia y oportunidad. Las herramientas están sobre la mesa. El talento colombiano es abundante; solo necesita oportunidades como las que encarnan estos espacios que la industria ha puesto a su disposición para demostrar, con código, que está listo para liderar la transformación digital.