Cuando se empiezan a perfilar los candidatos a la presidencia para las elecciones de 2026, necesariamente el tema internacional tiene una gran vigencia. Al parecer, nos estamos “desparroquializando”, porque ese tópico era marginal en las campañas presidenciales anteriores.

Ese interés surge de la compleja situación que afrontamos con los Estados Unidos y de la expectativa sobre el futuro del régimen venezolano, acosado por el Gobierno estasdounidense, que pronostica que los días de Maduro están contados, incluyendo a su círculo inmediato y, de pronto, a la primera línea de defensa, que son los grupos armados colombianos, que desde Venezuela organizan atentados en adelante en nuestro país.

Trump ha afirmado, sin embargo, que no emprenderá una guerra con Venezuela, lo que no es una novedad, ya que sería un tremendo error político y militar que se convertiría, además, en una bandera para generar una inútil y generalizada reacción contra los Estados Unidos.

No obstante, las arengas a los soldados, marinos y pilotos estadounidenses que han sido desplazados cerca de Venezuela, hacen poco probable que pocos estén dispuestos a morir en Caracas o en Maracaibo.

Tenemos también del otro lado al Perú, sumido en una crisis institucional permanente, que, tratando de imitar un seudo régimen parlamentario, cayó en el abismo. Está en medio de un remolino del que es difícil salir. Ni siquiera la campaña para fomentar el turismo internacional, incluyendo su famosa comida típica, ha servido para amortiguar esa situación.

Ni hablar del Ecuador, que no se repone aún de una crisis en la que el terrorismo y el narcotráfico lo tienen crucificado, a pesar de su firme respaldo y afinidad con el Gobierno estadounidense. El expresidente Correa, como Evo Morales, trató de eternizarse en el poder, por el sencillo procedimiento de reformar la Constitución, en medio de una corrupción sin precedentes. Entretanto, las provincias de Sucumbíos y Esmeraldas, los motores de la producción petrolera y limítrofes con Colombia, estaban en la anarquía y en el más completo abandono. Eso sirvió de abono para que los grupos armados de nuestro país se establecieran en territorio ecuatoriano.

Pero la gran figura para la internacionalización ha sido nuestro presidente, que resolvió acogerse estrictamente a la norma constitucional y dirige en forma unipersonal las relaciones internacionales. La ministra de Relaciones Exteriores se solidarizó con el presidente y renunció a la visa americana, cosa que tiene sin cuidado a Washington. ¿Qué otra cosa podía hacer?

El presidente viaja a los cuatro puntos cardinales. Aunque en las ceremonias o actividades oficiales, en las que emires, exguerrilleros, socialistas, comunistas y monarquistas visten formalmente, él usa atuendos que considera una demostración de rebeldía. Pero es lo de menos, a cada paso hace una afirmación estrafalaria en vivo y en directo o en sus mensajes, que nos pone en la mira de la comunidad internacional.

Nada que hacer, con seguridad, en el tiempo que le resta del mandato, ese tipo de actuaciones se multiplicarán y pasará a la posterioridad a la par del Cardenal Richelieu, de Metternich y de Kissinger.