Aún recuerdo muchas cosas de la campaña en la particular carrera a la Presidencia de Colombia para el cuatrienio de 2022-2026. Un candidato ausente del país y el otro jugando a ser todero. Más que los actos, recuerdo muchas frases dichas durante la contienda electoral; una de ellas: “¿Qué hace Duque metido en Ucrania, cuando tiene que resolver la guerra en Arauca?”. La misma autoridad moral que Gustavo Petro cuestionaba al mandatario de ese entonces se la cuestionamos muchos colombianos que vemos, con preocupación, cómo el horizonte del presidente salta a otros continentes, mientras las crisis en nuestro país caen en la miopía de su muy regular gestión.
Ciertamente, el tema de Palestina es inquietante, y dentro del concepto de humanidad —que tanto preocupa al presidente— todos deseamos que ese terrible conflicto en Oriente Medio termine, pero lo que debe ser centro de atención son los innumerables problemas por los que atraviesa nuestra nación, para cargarle a la agenda nacional algo de lo que muy poco o nada se puede hacer, pues ese escenario se resuelve solo con la voluntad de los palestinos e israelíes, muy a pesar de que medio mundo salga a las calles a elevar su voz y a destrozar todo cuanto sea asociado con Estados Unidos e Israel.
Un grito por Palestina tiene un trasfondo ideológico que va más allá del carácter humanitario que pretenden mostrar quienes —con megáfono en mano, en una calle de Nueva York o agitando banderas, armados de aerosoles y garrotes, en las calles de las diferentes ciudades de Colombia— alimentan la intención de ir a la batalla por la defensa de un pueblo atacado de manera inmisericorde por el Estado de Israel. Un grito por Palestina es la excusa perfecta para desviar la atención de los colombianos frente a su propia realidad, para sumergirlos en una espiral de egos e intereses dentro de una campaña electoral que, sin serlo de manera oficial, inició hace muchos meses.
Creo fue desafortunada la marcha de este 7 de octubre, promovida desde el Gobierno nacional y que torpemente el ministro Benedetti pretendió exculpar, pues ese mismo día se conmemoraba el aniversario de ese violento ataque perpetrado por Hamás, cuando en una acción coordinada, por aire y tierra, asaltaron el territorio de Israel, arrasando con todo lo que encontraron en su demencial andar. La incursión, una diafonía de terror y muerte, llegó ese día a quienes, disfrutando de un festival de música, fueron sorprendidos, perseguidos, arrinconados y asesinados. Los jóvenes que buscaron proteger sus vidas en refugios fueron destrozados con granadas y tiros de fusil. El recorrido de la muerte llegó hasta los hogares judíos, donde familias enteras, que se encontraban descansando a esa hora de la mañana, fueron masacradas, sin importar que fueran niños o ancianos; algunos fueron quemados y otros vieron impotentes cómo eran violadas sus esposas e hijas para luego ser secuestrados o asesinados.
El odio demencial, en pocas horas, arrojó más de un millar de muertos. Al terminar el macabro recorrido, los agresores se llevaron consigo como rehenes a centenares de ciudadanos israelíes y a varios extranjeros. Los secuestrados, algunos violados y otros asesinados, fueron exhibidos como trofeos de guerra en las calles de Gaza, en un macabro festejo de sangre de parte de una facción importante del pueblo palestino. La respuesta de Israel no se hizo esperar y, hoy, después de dos años de la agresión, el pueblo palestino sufre, como un todo, la respuesta violenta de un Estado que busca rescatar a sus ciudadanos que aún están en un cruel e injusto cautiverio y eliminar al grupo Hamás, que sigue controlando a Gaza. Este ataque no despertó ninguna manifestación de solidaridad del Gobierno colombiano y pese a la evidente barbarie, por el contrario, el mandatario solo se ha pronunciado a favor de la causa palestina.
Un grito por Palestina ha llevado a un inconveniente como peligroso distanciamiento con gobiernos que han sido tradicionalmente socios estratégicos de Colombia en muchos aspectos, especialmente en el militar y el comercial. Ese distanciamiento pone en vilo la estabilidad financiera de varias industrias que tienen como destino para sus productos esos países, y pone en peligro los puestos de sus empleados. También tiene en cuidados intensivos a las comunicaciones estratégicas y tácticas de las fuerzas militares, así como la movilidad aérea de la flota UH60 del Ejercito, la única que está operando a media marcha, dado que la de helicópteros MI rusos está en tierra por falta de mantenimiento. La aviación estratégica, la de los Kfir, también enfrenta ese escenario, pues su mantenimiento se basa en tecnología de Israel.
Hoy están en las calles liderando las marchas pro-Palestina quienes siempre vemos en ellas, los mismos que salieron a protestar por una reforma tributaria que no se presentó en el gobierno anterior; los mismos que incitaron a los bloqueos y a la destrucción del país por semanas, precisamente en la antesala de un periodo electoral como lo está viviendo este año nuestro país; los mismos que cosechan votos entre el odio y la desesperanza, entre la rabia y el dolor, así sean ajenos. Ese grito por Palestina, rechazando la violencia en Gaza, paradójicamente llena de violencia las calles de nuestras ciudades, y los ciudadanos ajenos a la movilización ven con tristeza y mucha preocupación cómo los bienes públicos y las fachadas de los edificios reciben la descarga de odio de quienes —envueltos en el shmagh o kufiya— esconden su rostro. También se ha visto escenas de agresión contra ciudadanos que se encontraban al margen de las marchas. Un soldado de la patria que, en mala fortuna pasaba cerca de una de ellas, fue agredido físicamente y su uniforme fue profanado con pintura lanzada por las “pacíficos palestinos” criollos.
Un grito por Palestina no puede hacer que olvidemos las tragedias que se viven en el territorio nacional, las cuales el gobierno central ha dejado en la última página de su agenda. A un año de terminar su gobierno, la paz, la misma que reclaman para Gaza, no se alcanza en el Catatumbo, en el Cauca, en Nariño, en el Bajo Cauca antioqueño, en el Valle del Cauca ni mucho menos en Arauca, donde Petro reclamaba a Duque mayor atención. ¿Qué hace Petro metido en Gaza cuando no ha resuelto la guerra en ningún lugar del territorio colombiano y, por el contrario, ha permitido que esta sea más cruenta?
Pero no se equivoquen. Aquí no se trata de falta de empatía con los palestinos y tampoco se está privilegiando el dolor del pueblo de Israel. La tragedia del Oriente Medio, aunque milenaria, sigue siendo preocupante y en el principio de solidaridad entre los pueblos, hacemos votos para que algún día lleguen a acuerdos que pongan fin a tanta violencia. Y con la misma vehemencia con la que pedimos paz en esa región, también lo hacemos por Ucrania, que viene siendo castigada desde hace varios años por el poder de Rusia, sin que ningún colombiano salga a la calle a manifestar su apoyo, o por lo menos el Gobierno Petro fije una posición en tal sentido.
Tampoco se trata de falta de humanidad de quienes no seguimos a rajatabla la causa palestina; aquí se trata de la falta de coherencia del Gobierno nacional, que la abraza de manera irrestricta, sacrifica su política exterior y olvida que Colombia se desangra por cada herida sufrida en toda su geografía, y adicional a eso, sigue incorporando en su discurso elementos que dividen más a la Nación, y este tema es uno de ellos. Un grito por Palestina de manera perversa, lejos de ser un gesto solidario, está siendo instrumentalizado por quienes —alineados con el socialismo de izquierda— quieren generar condiciones que les favorezcan en sus aspiraciones políticas para seguir viviendo del Estado; entre ellos, los muchos que lograron escaños gracias a su activa participación en los bloqueos a las ciudades durante el sitio social de 2021. Pese a que el movimiento propalestino aparenta ser una tendencia global, existe un razonable y creciente temor de que estas manifestaciones en nuestro país solo sean un elemento más de un engranaje dentro de la tramoya de la izquierda colombiana, para entorpecer el proceso electoral y permitir con ello la permanencia de Petro en el poder, del cual es adicto, así diga lo contrario.
Mientras los colombianos sobrevivimos a nuestra propia tragedia (31 muertos en dos fines de semana en Cali, más que los que ha dejado un bombardeo israelí), seguimos esperando a los cientos de progresistas y propalestinos que han salido a la seguridad de las calles colombianas a gritar, para que formen parte de ese gran ejército que Gustavo Petro prometió en las calles de Nueva York, el cual enviaría para la defensa de Gaza y —como también lo afirmó— viaje con ellos para que haga gala de la experiencia de combatiente que tantas veces negó, pero que al calor de uno de sus discursos en la Gran Manzana sacó a relucir.