Cuando bajan las temperaturas, mantener la casa caliente sin encender la calefacción puede parecer una misión imposible. Sin embargo, existe un “método gratuito” —más sencillo de lo que parece— basado en una serie de hábitos cotidianos capaces de conservar el calor sin recurrir a radiadores ni estufas. No es un truco milagroso, pero sí una estrategia eficaz que muchos hogares pasan por alto y que puede elevar la temperatura interior varios grados.

La idea principal es aprovechar al máximo el calor que ya existe en la vivienda y evitar que se escape. Una combinación de sentido común, física básica y pequeños gestos que, aplicados de forma simultánea, marcan una diferencia real durante las horas de más frío.

El electrodoméstico que le ayudará a mantener el calor

Para empezar, la luz solar es la principal fuente de calor natural en invierno. Abrir bien cortinas y persianas durante el día permite que el sol caliente paredes, suelos y muebles, los cuales liberan ese calor de manera gradual. Cuando anochece —especialmente a partir de las 17:30— conviene bajar las persianas y cerrar cortinas gruesas para crear una barrera térmica que evite que la temperatura caiga abruptamente.

Tener un ambiente cálido es clave por confort y bienestar. | Foto: Getty Images

El aislamiento casero también juega un papel fundamental. Acciones sencillas como colocar toallas o burletes en las rendijas de puertas y ventanas, usar alfombras en suelos fríos o cubrir paredes y cristales con textiles densos ayudan a retener el calor. Incluso el clásico papel de burbujas colocado en los cristales puede mejorar el aislamiento sin gastar un solo peso, reduciendo fugas en ventanas antiguas.

Otro error habitual es bloquear con muebles las zonas más templadas de la casa. Mover ligeramente una mesa o separar un sofá pegado al ventanal puede facilitar una mejor distribución del calor. También es útil cerrar las habitaciones que no se usan para concentrar la temperatura en los espacios habitados.

El calor generado por actividades cotidianas también suma. Cocinar calienta la cocina y parte del salón, y el calor residual del horno —una vez apagado— puede aprovecharse, dejando la puerta entreabierta unos minutos, siempre con precaución. Incluso encender un par de velas aporta una leve subida de temperatura en estancias pequeñas, además de generar una sensación de calidez.

Una forma sencilla de reforzar este método es utilizar cortinas dobles: una ligera durante el día y otra más gruesa por la noche para impedir que el frío entre por los cristales. A la hora de ventilar, es mejor hacerlo durante diez minutos que dejar las ventanas abiertas por un periodo prolongado, así se renueva el aire sin enfriar la vivienda.

El horno es uno de los electrodomésticos más fundamentales en la cocina. | Foto: Getty Images

La humedad también influye en la sensación térmica. Mantenerla en niveles moderados —ni muy alta ni muy baja— aumenta la percepción de confort sin necesidad de subir la temperatura. En días de frío intenso, colgar una manta detrás de la puerta de entrada o colocar un textil grueso en el pasillo puede funcionar como un aislante improvisado.

Alternativas a la calefacción tradicional

Si el frío es especialmente fuerte y necesita apoyo adicional, existen opciones más eficientes que los radiadores convencionales. Las estufas de pellets o de leña generan un calor potente y estable, siendo comunes en viviendas unifamiliares.

Los radiadores de aceite o braseros eléctricos permiten calentar habitaciones específicas sin encender todo el sistema de calefacción central. Incluso cocinar con frecuencia —o utilizar ciertos electrodomésticos de manera estratégica— puede aportar un suplemento de calor puntual.

*Con información de Europa Press.