PSICOLOGÍA

Aplicarse ‘Botox’ puede servir para la tristeza

Según los expertos, la toxina que se usa para borrar las arrugas podría también aliviar los síntomas de la depresión.

23 de marzo de 2013

Muchas mujeres salen felices del consultorio después de ponerse botox en la cara porque las líneas de expresión de la frente desaparecen y se ven más jóvenes. A pesar de ese efecto instantáneo, hasta el momento muy pocos habían asociado esa sustancia con la depresión. Pero en 2003, Eric Finzi, un dermatólogo radicado en Washington, Estados Unidos, sospechó que la toxina botulínica podría servir para tratar ese mal, basado en los simples cambios de ánimo de estas pacientes. Para probar su hipótesis, se embarcó en un estudio. Y en efecto, sus pacientes, incluso algunos que habían tenido depresión severa durante muchos años, notaron un alivio en sus síntomas.


Ahora el experto acaba de publicar el libro The Face of Emotion: How Botox Affects Our Mood and Relations (La cara de la emoción: cómo afecta el ‘botox’ al estado de ánimo y las relaciones) en el que explica los alcances de esta sustancia en el tratamiento de dicho desorden mental, que afecta a más de 120 millones de personas en el mundo.

La explicación más obvia es pensar que el botox hace sentir bien a la gente, como Finzi creyó en un comienzo. En esa lógica si una persona no frunce el ceño se ve mejor, por lo que resulta más fácil que otros se le acerquen, lo cual a su vez la lleva a sentirse bien consigo misma. No obstante, Finzi descartó de plano esta razón debido a que algunos de los pacientes en el estudio que recibieron el botox no tenían marcas ni arrugas visibles en el ceño. 

Su explicación es mucho más compleja y sugiere que los sentimientos no se producen de adentro hacia fuera. Es decir, la gente no pone cara de tristeza porque se siente afligida sino al revés: es esa expresión facial lo que la lleva a sentirse deprimida. “Nos sentimos tristes porque lloramos”, dice el experto. Según la teoría de Finzi, que llama hipótesis de la retroalimentación facial, las expresiones de la cara también generan sentimientos. De esta forma, cuando alguien frunce el ceño, la expresión típica de la ansiedad, el estrés y la tristeza, el cerebro recibe más mensajes negativos que provocan una emoción similar. El botox, una toxina que inmoviliza los músculos, impediría a la persona hacer ese gesto y con ello el sentimiento de tristeza o angustia no tendría sustento y se diluiría. 

Su hipótesis no es totalmente novedosa. En el siglo XIX, Charles Darwin señaló en el libro The Expressions of the Emotions in Man and Animals (La expresión de las emociones en el hombre y los animales) que “la libre expresión superficial de una emoción la intensifica”. Por esa misma época, el filósofo William James señaló que las expresiones faciales no solo eran manifestaciones superficiales de la emoción sino vínculos cruciales en los procesos neurológicos inconscientes que la crean. De esta forma, “si usted sonríe en ese momento sentirá felicidad; si usted arruga la frente su visión del mundo será más negativa”, dice Finzi en su libro.

Eva Rivo, una médica que se aplicó botox a raíz de estos hallazgos, constató el efecto en sí misma. Cuenta que varias semanas después estuvo expuesta a un evento triste, pero de alguna manera no podía llorar. “Y como no podía hacerlo dejé de sentirme abatida. La tristeza no estaba, como si al no poderse expresar se diluyera”, escribió en su blog. 

El año pasado, Finzi hizo un estudio más grande con 84 pacientes. El grupo se dividió en dos y a uno se le aplicó botox en el entrecejo, mientras que al otro se le inyectó un placebo. Al cabo de seis semanas, el dermatólogo encontró que el 27 por ciento de quienes recibieron la sustancia reportó un alivio total de los síntomas de la depresión. En el grupo del placebo solo el 7 por ciento lo logró.

Otros científicos, como el psicólogo Michael Lewis, de la Universidad de Cardiff, también han encontrado resultados muy parecidos. En un experimento con 25 personas, observó que aquellas con botox tenían menos síntomas de depresión a las dos semanas del tratamiento, que quienes recibieron otro procedimiento cosmético para las arrugas de la frente. Como en este caso ambos grupos tuvieron un tratamiento, “el resultado se debe a los efectos de la toxina”, señaló Lewis en la reunión anual de la Sociedad Británica de Psicología. 

Los hallazgos anteriores son apenas anecdóticos pues no han sido publicados en revistas científicas. Pero estos trabajos inspiraron a Axel Wollmer, de la Universidad de Basilea, para realizar un estudio más riguroso, publicado el año pasado en la revista Journal of Psychiatric Research. La investigación mostró que los pacientes que recibieron el tratamiento con botox tuvieron un 47 por ciento menos síntomas de depresión que el grupo control, donde solo se vio un 9 por ciento de mejoría.

Algunos expertos creen que estos resultados se deben al efecto placebo. Y aunque Wollmer es consciente de que cualquier estudio puede estar contaminado por este efecto, en este caso cree que “la gran mejora que se observó en los pacientes se debe a efectos terapéuticos reales de la intervención, que involucra probablemente mecanismos faciales de retroalimentación”, dijo a SEMANA. 

Para el psiquiatra José Posada esta nueva aplicación es, por decir lo menos, muy interesante, pero señala que estos estudios deben replicarse ampliamente antes de que se pueda asegurar que el botox sirve para este mal. Jorge Eduardo Aristizábal, cirujano plástico que aplica botox, no cree que la sustancia interfiera en la química del cerebro debido a que la dosis que se aplica es mínima. Por lo tanto debe haber otra explicación para el resultado.

Lo curioso es que aunque la toxina se usa para por lo menos 12 diferentes patologías como sudoración excesiva, mal de Parkinson, migrañas y espasmos del cuello, entre otras, el uso cosmético es el más conocido. Y el hecho de que se aplique solo por vanidad ha hecho que la relevancia para el tratamiento de la depresión sea subvalorada en la comunidad médica. 

Finzi no resuelve en su libro el interrogante de qué pasa cuando la cara queda sin expresión alguna, lo cual, según sugieren algunos estudios, sucede con el botox. No tenerla hace que los demás perciban estos rostros como poco agradables y confiables. El doctor Aristizábal señala que si eso sucede es porque la sustancia fue mal aplicada, pues la idea del botox no es borrar arrugas sino mejorar las líneas de expresión. Relata que muchos hombres jóvenes van a su consultorio a tratar solo el entrecejo porque lo fruncen por costumbre, lo que lleva a que los demás crean que están bravos. “Después del tratamiento notan que tienen mayor empatía porque acaban con esa expresión desagradable”, señaló a SEMANA. Advierte que estos pacientes, cuando de verdad están bravos, pueden reflejarlo en su rostro.

A pesar de las críticas, muchos expertos celebran este nuevo potencial uso de la toxina botulínica. “La depresión es un círculo neural y si se interrumpe de alguna manera, se baja su impacto”, dice Paul Ekman, un profesor de Psicología de la Universidad de California. 

Actualmente algunos antidepresivos no surten efecto en algunos pacientes y en otros tienen efectos secundarios, como disminución de la libido. En el caso del botox, tendría que aplicarse por lo menos dos veces al año porque su acción se debilita con el tiempo. Pero lo interesante es que se trataría de un tratamiento más seguro pues, como lo dice Lewis, “el gran efecto secundario de un tratamiento para la depresión basado en el ‘botox’ sería una cara más joven”.