Italia no se libró de la revolución cultural que se diseminó por Europa a comienzos del siglo XX. Así como el dadaísmo, el surrealismo, el expresionismo, entre muchas otras vanguardias, capturaron la imaginación de artistas, poetas y cineastas de varios países, en el caso de Italia un movimiento descolló por encima de los demás: el futurismo. Entre el rechazo vehemente de las tradiciones y la admiración absoluta por las máquinas, durante más de tres décadas los futuristas, encabezados por Filippo Tommaso Marinetti, se aliaron con Benito Mussolini para revolucionar la cultura de su país y, en cierta medida, el mundo entero. “Inventaron casi todo: la performance provocadora, el teatro experimental, la poesía onomatopéyica (parole in liberta), el manifiesto combativo, la arquitectura utópica, la metáfora maquinista, el arte de los ruidos”, como dice el antropólogo colombiano afincado en Madrid Carlos Granés, con quien hablamos para entender cómo surgió y cómo se desplomó el futurismo italiano.
¿En qué contexto social y político Marinetti publicó el manifiesto futurista en 1909?
Italia era una nación muy joven. Se había unificado hacía unos 40 años y, en comparación con otras naciones europeas, en especial las potencias imperiales, era un país pobre y atrasado. Había muchos sentimientos nacionalistas –lo que se conoció como irredentismo- porque algunas provincias italianas seguían bajo dominio austriaco. Los artistas no fueron inmunes a estas pasiones. Poetas como D’Annunzio, Marinetti y sus seguidores futuristas, secundados por otro escritor, Benito Mussolini, se convirtieron en la punta de lanza de un extraño movimiento que mezclaba el anarcoindividualismo incendiario de Max Stirner con el nacionalismo más cerril. El resultado fue el fascismo: libertad absoluta siempre y cuando coincida con los intereses de la nación. Es decir, la libertad individual supeditada a los intereses de Italia, e Italia liberado para aplastar a sus enemigos internos y externos.
¿Por qué estaba el movimiento tan fascinado con las máquinas y las nuevas posibilidades industriales?
En gran medida por su atraso. Las ganas de catapultar a Italia a la vanguardia de Europa y convertirla en una gran potencia imperial, hizo que los futuristas sintieran fascinación por el emblema de los tiempos modernos, del progreso y de la guerra: la máquina. Querían que las virtudes de la turbina y del motor –velocidad, dinamismo, violencia- fueran las virtudes del hombre nuevo futurista. Convertir al pasatista italiano en un nuevo guerrero maquinizado.
¿Cuál fue el vínculo del futurismo con Mussolini y el totalitarismo?
La vanguardia artística, como las ideologías totalitarias –el comunismo y el fascismo– soñaron con crear un hombre nuevo. Su fantasía era empezar de cero, borrar el pasado, crearlo todo nuevo bajo la visión de un artista o un líder visionario. Aquí se mezcla el sueño utópico, por un lado, y la imposición de un poder vertical. El visionario dirá cómo se debe vivir en adelante. Por eso suele ser peligroso que estos personajes ganen poder. Son mucho más interesantes cuando están en los márgenes de la sociedad y combaten el statu quo.
¿Cómo y por qué se desintegró el movimiento?
El futurismo fue un movimiento revolucionario que, gracias a Mussolini, llegó al poder. Esto supuso una traición a sus principios. Pasaron de promover la destrucción de las academias a entrar en ellas. Pasaron de los márgenes sociales a la primera línea del establecimiento. Y Marinetti empezó a escribir toda suerte de manifiestos, cada vez más disparatados, para cambiar la comida italiana, para explicar el arte sacro…, que lo convirtieron en una caricatura de sí mismo. Los más anarquistas dentro del futurismo renegaron de él por no protestar cuando Mussolini pactó con el Vaticano y la burguesía. Murió finalmente en la república de Saló, fiel a Mussolini y al fascismo.
¿Cuál es su legado para la historia del arte?
El futurismo lo inventó casi todo: la performance provocadora, el teatro experimental, la poesía onomatopéyica (parole in liberta), el manifiesto combativo, la arquitectura utópica, la metáfora maquinista, el arte de los ruidos. Su afán innovador y revolucionario, sumado a su urgencia por inventarlo todo de cero, fueron el origen de muchas prácticas artísticas que tuvieron desarrollos y ramificaciones fértiles en el siglo XX. Inventaron la vanguardia revolucionaria, y en especial la idea de que el arte puede ser una fuerza política con efectos en la realidad. Eso sigue hoy tan vigente como en 1909.