Opinión Online
'Un amor inseparable' y el fin de las comedias románticas
Se estrenó en Colombia una de las comedias románticas más exitosas del año: sin embargo, su aparente complacencia puede ser una señal de que es hora de separarnos de ellas.

Un amor inseparable (The Big Sick, 2017) de Michael Showalter es la usual comedia romántica a la que nos tienen acostumbrados desde hace ya varias décadas. Lo que su título en español no traduce es la enfermedad que está en el centro (anecdótico) de la película y, por otro lado, lo que su título en inglés no revela es la condición inseparable entre el amor romántico y su verdadero proyecto: la familia. La historia de amor es protagonizada por el comediante paquistaní Kumail Nanjiani (Silicon Valley) y se basa en su propia historia de pareja con Emily V. Gordon, co-guionista de la película: Kumail conoce a Emily en un bar —él es aspirante a comediante y ella estudia psicología—, se enamoran y pelean hasta que, al menos momentáneamente, una enfermedad los separa: los tropos del género están claramente delineados.

La historia de las familias, sin embargo, es el verdadero centro de interés de la película y, en consecuencia, su mayor decepción al no poder evitar sucumbir al orden establecido de la historia de amor romántico. Por un lado los padres de Kumail, Azmat (Anupam Kher) y Charmeen (Zenobia Shroff) y su hermano Naveed (Adeel Akhtar) están empeñados en continuar la tradición familiar y quieren que Kumail se case con una mujer paquistaní: cada vez que la familia se reúne, la madre invita a una nueva “candidata” para que conozca a su hijo. Los padres de Emily, Beth (Holly Hunter) y Terry Gardner (Ray Romano) —aparentemente liberales y progresistas— en principio tampoco parecen estar muy receptivos ante la idea de acoger a Kumail dentro de las rutinas de cuidado de la hija enferma. En suma, dos familias cuyos intereses no pueden ser más conservadores: perpetuar unas fronteras (paquistaníes o norteamericanas) a través de la tradición y la lealtad consigo mismos. Es en estas escenas —algunas más cómicas que otras— donde la película logra argumentar de manera convincente cuál es el fin último de una pareja: conservar y perpetuar un orden. Pero así como la película reconoce esta verdad que subyace en toda historia de amor romántico, su desenlace termina haciéndole una reverencia a esta trampa. Si los amantes deben transgredir las leyes implícitas de un orden tradicional para estar juntos, resulta decepcionante que su respuesta sea recurrir a perpetuar ese orden en una forma aparentemente más progresista. Las comedias románticas más memorables son las que precisamente ofrecen nuevas salidas a dicha trampa: The Awful Truth (1937) de Leo McCarey o Annie Hall (1977) de Woody Allen son ejemplos de cómo el divorcio, la infidelidad y el reconocimiento de la incompatibilidad señalan el absurdo del amor romántico: su esencia misma es patética y, en consecuencia, cómica. O ni qué decir del prototipo de amor romántico atravesado por el sino trágico de la familia: Romeo y Julieta. Es la muerte la que finalmente se ofrece como romanticismo puro y negación simultánea de la sofocante herencia familiar.
Nada de esto parece importarle realmente a Un amor inseparable (The Big Sick): a pesar de que la enfermedad, las tradiciones y las familias están rodeando a sus amantes, la película parece interesarse más en la afabilidad propia de las comedias de verano. En esa medida todos sus elementos cinematográficos están al servicio de la sonrisa: sus planos, su música incidental y sus actuaciones están allí para encantar mas no para sorprender. Aún en el tratamiento satírico de las tradiciones familiares, resulta difícil no pensar en el resultado más cómico de series recientes como Master of None o en la breve secuencia de Annie Hall donde a través de un plano dividido, Allen muestra el patetismo de las familias de Alvy y de Annie para caricaturizar a través del contraste.
Al inicio decía que desde hace ya varias décadas nos tienen acostumbrados a un tipo de comedia romántica: es una comedia que en últimas es conservadora, banal y aparentemente inofensiva. Su peligro real es doble: la imaginación cinematográfica parece haberla abandonado y sus valores tradicionales siguen siendo subrayados en pleno siglo XXI donde ya se intuyen otras maneras de representar y vivir la vida en pareja. Así que se hace urgente una nueva comedia de las parejas, una no necesariamente romántica, quizá más impúdica, que incluso llegue a celebrar el tabú de la soledad, que incomode y niegue a la familia y que, sobre todo, satirice los modos de relacionarnos de nuestro naciente siglo. Es tiempo de separarnos de la vieja comedia romántica.