"Colombia vive entre los años 1946 y 1962 el periodo conocido como La Violencia. Los conflictos sociales y políticos desbordan el marco institucional y la fuerza se erige como única salida para la sobrevivencia", dice una voz mientras corren las primeras imágenes de Sargento Matacho. Esas palabras podrían resumir toda la historia del país y el ciclo interminable de agresión. Aunque la película, basada en hechos reales, cuenta la historia de Rosalba Velasco, la primera mujer bandolera de Colombia, también es una meditación oportuna sobre el conflicto.
Dirigida y escrita por el vallecaucano William González, la película empieza en el Tolima en 1948. Rosalba Velasco, interpretada por Fabiana Medina, es una campesina que pierde a su marido liberal a manos de policías conservadores. Los eventos la hunden en un ciclo de violencia y crueldad del que nunca escapa.
Medina hace un papel admirable, aunque habla, si mucho, en tres ocasiones a lo largo de la película. La actriz comunica con la mirada el destrozado estado mental de la mujer que se convertirá en la Sargento Matacho. Atormentada por la violenta muerte de su esposo, y las muertes que ella ha causado, no logra comunicarse ni conectarse con nadie. A pesar de ser madre múltiples veces, ella no es capaz de responsabilizarse ni encariñarse con los padres de sus hijos. Lo único a lo que se apega Velasco es a sus armas y a su capacidad para matar. Nunca se le muestra como una heroína, como un personaje digno de admiración: el largometraje se esfuerza en recalcar que es una asesina. El papel es una audaz representación de una mujer que ha sufrido en carne propia el conflicto en un país que venera la maternidad y la feminidad.
A pesar de eso, la película se queda corta. Tiene un buen comienzo, y se acerca a hacer una mirada interesante del papel de la religión en el sinsentido de la violencia partidista. Pero se precipita para seguir la historia y pierde fuerza. Por ejemplo, al llegar Velasco por primera vez a las guerrillas liberales, no se retrata su relación ni integración con el grupo. En vez, la película hace un salto en el tiempo que no permite explorar uno de los elementos más interesantes de la historia.
Tampoco aprovecha a Damián Alcázar (Magallanes) y Marlon Moreno (Perro come perro): el actor mexicano tiene un pequeño puñado de escenas y el colombiano solo aparece en el último tercio de la obra. Sin poder desarrollar a ningún personaje, con la excepción de Velasco, es difícil que los espectadores se interesen mucho por ellos y sus relaciones.
Por último, este filme padece de lo que padecen otras películas colombianas: a falta de un guion que se disfraza bajo la etiqueta de "cine de autor", un ritmo rarrativo excesivamente lento.
Sin embargo, la meditación sobre la naturaleza cíclica de la violencia y lo complicado, casi imposible, que es la reintegración social de los guerrilleros es rescatable como tema a explorar. La búsqueda interminable de una paz elusiva, lo arbitrarias y mezquinas que son las divisiones sociales o políticas que llevan a matar, lo difícil que es salir del camino de las armas y el aislamiento social que produce la agresión son temas dignos de análisis en la Colombia de hoy.
Sargento Matacho está desde hoy, el 7 de septiembre, en salas de cine colombianas desde. Vaya a verla para formar su propia opinión.