
GUILLERMO VALENCIA
Turquía: el sultán está desnudo
Una crisis de monedas de Turquía pondría más estrés en la deuda de los países emergentes y crearía una nueva fractura en la Unión Europea.
Dos escritores me inocularon la obsesión por entender el futuro. Hablo de Stefan Zweig e Isaac Asimov, quienes me enseñaron que el presente es la representación de un gran problema, es una gran tensión entre muchas fuerzas cuya escala no logramos imaginar. El futuro es su solución, pero el reto es identificar cuál es el problema que la humanidad debe resolver.
Las pandemias, guerras, disrupciones tecnológicas, revoluciones y crisis financieras son las soluciones a esa tensión, que nadie imaginó y son el ¡eureka! De un mundo que ha cambiado.
Hace 30 años la caída del muro de Berlín y la revelación de una Unión Soviética quebrada terminaron con la idea de un mundo bipolar. El comunismo había fracasado y Estados Unidos era el ganador con la globalización como paradigma. Sus símbolos son la producción masiva de las tecnologías de la Guerra Fría, el crecimiento de China y la creación de la Unión Europea.
Hoy, nos encontramos en un momento igual. La covid-19 desnuda nuestras realidades, la más significativa es que la globalización se derrumba y otros muros se construyen en un mundo multipolar.
La democracia que no fue
Una de las ideas más osadas de la globalización fue tratar de incluir a Turquía en la Unión Europea y se hizo creyendo que el ideal europeo podría superar la milenaria división entre otomanos y bizantinos. En ese sueño, Bruselas, quiso conquistar lo que ningún emperador romano o sultán logró: la unión del Islam y la cristiandad.
Este sueño se vio frustrado precisamente por ideas extremistas que aprovecharon la globalización para diseminarse. Me refiero a la Primavera Árabe y el wahabismo, que hizo al mundo islámico entrar en caos y prendió la mecha de la actual guerra en Siria, escenario del pulso geopolítico entre Estados Unidos, Arabia Saudita, Turquía, Irán y Rusia.
El otro sueño, el de una Turquía democrática, se desvaneció cuando su líder, Recep Tayyip Erdogan, comenzó a comportarse cada vez más como un sultán, con súbditos en el banco central, las cortes y el senado.
Hoy, Erdogan quiere que Turquía reviva el sueño otamano y proyecte su poder en Medio Oriente y el mar Mediterráneo. Su interés por la energía podría ser el incentivo suficiente para que busque conflictos en Libia -donde ya tiene presencia militar-, Egipto, Grecia, y el más peligroso, Arabia Saudita.
Erdogan, no solo controla parte del paso del gas que va a Europa, también ha sido el muro que detiene el tránsito de miles de refugiados hacia Berlín o París. En esta crisis migratoria, sacó provecho del contraste entre la explosión demográfica del mundo islámico y la vieja Europa, temerosa de la islamificación de su cultura. La mano que administra ese grifo es la de Erdogan, pero ha significado altísimos costos para la economía turca.

Todos lo saben. No existe una cosa más importante para un autócrata que su moneda. Desde Julio César hasta la reina Isabel entendieron que esta es la demostración real del poder. El problema para Erdogan es que la suya solo refleja debilidad. Una debilidad que se manifestó en la crisis de 2018, y vive en su continua depreciación frente al dólar. Por ello, el gobierno turco necesitó de la ayuda de Catar para sortear las medidas, que prohibían a los grandes bancos extranjeros prestarle liras para comprar dólares.
Esta debilidad la vemos más clara con la aparición del covid-19, que ha puesto a Turquía al borde de una nueva crisis de moneda, la cual tendrá eco en los países emergentes y podría significar una nueva fractura de la Unión Europea.
También desnuda a un Erdogan errático que ha metido a Turquía en un círculo vicioso en el que la lira se devalúa, lo que dificulta al gobierno y corporaciones pagar sus deudas contraídas en moneda extranjera; esto produce un daño en la economía real, que reduce aún más la confianza...
Se acabó la fiesta
En este momento, los bancos representan alrededor de US$150 mil millones de la deuda externa turca de US$450 mil millones. El problema es que por medio de ‘swaps’, Turquía infló sus reservas y creó una especie de piscina compartida entre la banca, y el banco central, que mostraba una deuda en el balance, pero un aumento en sus reservas.
La contabilidad mágica es insostenible en medio de una crisis, con el agravante de que Turquía es uno de los países de la región con más casos de covid-19. A pesar de que el gobierno hizo todo lo posible para evitar las cuarentenas, la realidad es que la emergencia sanitaria ha devenido en una recesión.
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En esta ‘fiesta’ que termina para Turquía, Erdogan prendió la máquina de imprimir dinero, lo que inició un nuevo proceso de devaluación para la lira, quizás más crítico que en 2018.
Un ‘default’ en Turquía sería el equivalente al de Rusia en 1998, lo que tendría consecuencias devastadoras para los papeles de deuda en los mercados emergentes y, con toda seguridad, aumentaría la probabilidad de que se produzcan conflictos geopolíticos con otros líderes autoritarios como Mohammed Bin Salman, quien al igual que Erdogan, también está desnudo.