Cocomacia lleva 35 años trabajando como organización veedora de quienes viven del río. | Foto: Iván Valencia

COMUNIDAD

Estos son los líderes sociales que defienden el río Atrato

Tres chocoanos trabajan día a día por cuidar y recuperar al río. Estas son sus historias.

15 de diciembre de 2017

Una de las tareas a las que se comprometió el Estado con el Atrato es a conformar grupos de trabajo que diseñen una estrategia integral para la descontaminación del río. La iniciativa la tomaron asociaciones de Quibdó que, con un trabajo realizado desde hace décadas, entregaron los insumos necesarios para instaurar en Bogotá la tutela que resultó en el fallo. En la capital del Chocó los guardianes del río y los grupos de apoyo se reúnen en talleres que llaman foros interétnicos. Ellos son los protectores del río.

Desde que fue conformado en el año 1982, el Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato (Cocomacia) ha trabajado como una organización veedora de quienes aprovechan el río para su beneficio económico. Vigilan si le hacen daño o no. “En el gobierno de Uribe, con los 200 títulos que otorgó en Chocó, y con la locomotora minera de Santos, crecieron las áreas de extracción ilegal sin que las comunidades se dieran cuenta”, asegura Claudio Tejada, vicepresidente de ese consejo entre 2012 y 2016.

Cocomacia comenzó a publicar comunicados para alertar sobre la situación que estaban viviendo desde el año 2000, hasta que Tierra Digna, un centro de estudios para la justicia social, llegó en 2010 a conocer las inquietudes de la región. Así, Tejada y otros pobladores conocieron a Viviana González, abogada de esa entidad con sede en Bogotá.

La pedagogía sobre la sentencia T-622 es muy necesaria porque el Atrato es la vida misma de las comunidades aledañas al río. Por eso González y su equipo organizan cuatro mesas de trabajo en las que tratan igual número de temas esenciales: descontaminación, minería, soberanía alimentaria y salud.

“Los tiempos de la corte tienen un carácter de urgencia que no son acordes con los conflictos estructurales que demandan tiempo. El principio es hacer realidad el mandato de concertación con las comunidades”, dice González. La mayor preocupación de los habitantes es que el proceso avance sin contar con ellos. La idea es que haya una reunión que los integre a todos, lo cual está lejos de concretarse porque los ministerios y las gobernaciones aún no se han articulado.

El pasado mes de julio el gobierno designó como representante legal institucional de los derechos del río Atrato, su cuenca y afluentes, al Ministerio de Ambiente. En septiembre la comunidad nombró a 14 guardianes. Siete principales y siete suplentes. Cada uno tiene un equipo de apoyo de cinco personas que interactúan con los comités del gobierno.

La ‘columna vertebral‘

Alexánder Rodríguez, guardián y abogado, cuenta que Cocomacia ha logrado llegar a 700.000 hectáreas tituladas colectivamente. Hoy tienen injerencia en tres municipios antioqueños: Vigía del Fuerte, Urrao y Murindó. En Chocó son protagonistas en cinco zonas: Yuto, Quibdó, Medio Atrato, Bojayá y Carmen del Darién.

Hace diez años, el bocachico era tan abundante que Alexánder se despertaba sin plata y para el mediodía ya tenía medio millón de pesos. Cuenta que en plena subienda era posible recoger hasta 50 de ellos y la abundancia era tal que veían a la hembra desovar en el recorrido del pescado. “Era una época en la que un animal valía 2.000 pesos. Hoy supera los 20.000 pesos”. Y agrega: “La contaminación no solo es por la minería, Quibdó y otras poblaciones aún hoy arrojan sus desechos hospitalarios al río”.

La representación indígena también está presente en las mesas de trabajo. Alba Quintana llegó a Quibdó desde Juradó, resguardo de una comunidad embera. En cinco comités se abrió un espacio a las mujeres indígenas. Alba, quien considera que “el río Atrato ha sido la columna vertebral del departamento”, recuerda cómo ha cambiado su pueblo y el entorno que habitaba. Así, el Atrato que siempre les había dado abundante pescado, ahora poco les ofrece.

Debido a esa escasez los indígenas han perdido creencias culturales. Por ejemplo, el guacuco, un pescado que las parteras emberas usan para sobar el vientre de las embarazadas y así evitar estrías y flacidez después del parto, dejó de llegar a las orillas de sus casas. “El pescado es el primer alimento que les damos a los niños, usamos el barbudo para hacer un remedio con la grasa del animal, la sofreímos y la utilizamos como crema para la piel”, cuenta Quintana.

Una pregunta subyace ante las miradas de estas cuatro visiones: ¿por qué le damos la espalda al río Atrato? Tejada, González, Rodríguez y Quintana tienen su teoría: es por el desinterés económico que implica no ver al Atrato como un medio de transporte con salida tanto al Pacífico como al Caribe, sino como una corriente inerte que va desde los farallones del Citará hasta el golfo de Urabá.

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