1950, Quibdó, Chocó. Ninfa González de Posso y Amalia Lú Posso Figueroa. | Foto: Archivo Particular

CULTURA

La escritora chocoana Amalia Lú Posso recuerda al Atrato, su río

A través de un cuento que evoca a su abuela Ninfa y cuerpos quietos que miraban sin mirar, Amalia Lú Posso, la autora del libro 'Vean vé, mis nanas negras' vuelve a navegar por este río.

Amalia Lú Posso Figueroa*
15 de diciembre de 2017

El bamboleo, cualquier meneo con bamboleo me produce la sensación de estar balseando sobre el río Atrato, mi río.

Siento las rodillas de la abuela Ninfa aprisionando mi cintura mientras las dos sentadas en el fondo, en el plan de la canoa nos dirigimos a ese largo pedazo de arena que brota todos los veranos en la mitad del río Atrato y que parece una explosión brillante de luz.

Oigo el sonido que producen las manos acunadas de mi abuela entrando en el agua, primero una, después la otra para hacer la canoa avanzar.

Siento el aroma a ‘pacó’ que brota de las flores que vienen aguabajo sobre el río y que se ven multiplicadas por el reflejo del sol sobre las piedras lisas, veo de cerca a las mininicas en cardúmen y de lejos al dentón saltando y a los pescadores que parecen detenidos en el aire quietecitos después de lanzar el copón.

La abuela Ninfa hubiera querido contarme que un día en el río empezó a ariscar la alegría, a mezquindar el amor, a merodear la zozobra, a aguaitar el pálpito del miedo, a apagar el hálito de vida: como pabilo de vela, como cusumbí sin rama, como selva sin aguacero, como culebra sin cascabel, como la araña Ananse sin ombligo, sola solitica en el soberao…

La abuela Ninfa empezó a contarme quedito muy quedito, lo que pasa cuando a las gentes les da arrechera con tontina y tienen ya la seguranza de que pueden continuar viviendo juntos después del periodo de amaño y deciden ir a casarse a la catedral de Quibdó. Necesitarán muchas yardas de tela de espejo para vestir a la novia de blanco y a las muchachas acompañantes de amarillo pollito, azul manto de virgen y rosado mañé.

Cortarán las flores de todas las paliaderas de las casas para tejer guirnaldas y se engalanarán con las cadenas granoecafé los anillos yo y tú, las pulseras barrigaeculebra y las que tienen el nombre repujado, los pescaditos de oro hechos por Juvenal Buendía, los collares de bolitas y los colgandijos de canasticas y jarritas con coral, los prendedores de minería con el almocafre y las bateas minúsculas que tienen su poquito de platino en una esquina y los aretes que cuelgan ostentosos en forma de tomín, de trébol o de racimo de uvas, todos encambambados luciendo el oro, brillando como el oro.

Los bogas irán de caserío en caserío, a todos los caseríos que quedan a la orilla del río y mientras aseguran la canoa empujando la palanca de recatón vocearán:

Vean vé mi gente váyanse alistando entual, que el río ta hablando de casorio, hay que montar a toditicos en la canoa, el potro, la champa y el chingo pero sobre todo hay que empezar a amarrar con bejucos los listones gruesos y fuertes de madera fina para hacer las balsas en donde irán montados los novios, la prole de los novios que es numerosa después de tantos años en amaño; los padrinos, la comitiva y por supuesto la chirimía: el alma del corrinche y de la fiesta.

La chirimía toca una música muy bonita, comandada por el clarinete que en compañía del bombo, los platillos, la tambora y el tambor redoblante, arman un bambazú de pies y cadera que pone a la gente contenta en actitud de abozar y sudar. Y esa era la chirimía que venía montada en una balsa el día en que tempranitico por la mañana arrancó el convite rumbo a Quibdó en medio de la algarabía.

En la balsa más grande estaba la novia contenta y descalza luciendo su cadena granoecafé, su vestido blanco como su sonrisa y un ramito de heliotropos frescos como su piel, el novio erguido y remolón la miraba en medio de los arreboles y toda la parentela descalza también, contenta también, disfrutaba de la brisa del río.

Y venían más balsas con muchos invitados: algunos hombres y mujeres muy elegantes estrenando zapatos de charol y cerquita de las balsas estaban las champas con globos de colores y muchas canoas con arcos vestidos de papel crepé.

Y de pronto, vestidos de selva sin ser selva aparecieron hombres armados que venían de lejos de muy lejos, dizque porque era menester un ejército en el Chocó, ellos no conocían la música y mucho menos la música de chirimía y lo que les sonó a ataque no era otra cosa que el tururú tita del clarinete, el bom bom bom de la tambora, el ratatatatá del redoblante y el plin plan de los platillos magnificados por el rugido del río. Miles de proyectiles volaron por el aire cercenando los sueños y la vida... y por el río siempre por el río balsiaron flores, cadenas granoecafé, vestidos de tela de espejo, zapatos de charol, cuerpos muy quietos con ojos abiertos mirando sin mirar… la matanza acababa de inaugurarse por el río.

Nueva York, noviembre de 2017.

*Escritora y poeta chocoana.

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