Con 34 años se convirtió en el primer boyacense en ser condecorado monarca del acordeón en el pasado Festival Vallenato. | Foto: Esteban Vega

MÚSICA

El nuevo rey vallenato es boyacense

Se llama Julián Mojica y nació en Paz del Río. Desde muy niño aprendió a tocar el acordeón y, como cualquier intérprete del Valle, lo hace sin partituras. El escritor Alonso Sánchez Baute lo entrevistó.

Alonso Sánchez Baute *
6 de agosto de 2018

Boyacá coronó dos veces este año en el Festival Vallenato. La primera corona fue para Ronald Torres Salamanca, un joven de Sogamoso que fue premiado en el concurso de aficionados. Al día siguiente Julián Mojica, de 34 años y nacido en Paz del Río, Boyacá, ganó la final entre los profesionales. Él aprendió desde muy niño a sacarle notas al acordeón y, como cualquier intérprete vallenato, lo toca sin partituras a pesar de haberse graduado como músico en la Universidad Distrital de Bogotá. Además, toca con maestría el violonchelo.

ALONSO SÁNCHEZ BAUTE: Aparentemente, no hay nada más antagónico que el Cesar y Boyacá. ¿Cómo fue el ingreso de la música vallenata en el altiplano boyacense?

JULIÁN MOJICA: Sucedió a finales de los sesenta, cuando Poncho y Emilianito Zuleta ingresaron a la universidad en Tunja. Poncho incluso había estudiado ahí en el Colegio Boyacá. Esa larga estadía de ellos regó una gran semilla.

A.S.B.: ¿Esa misma semilla llegó luego a Paz del Río?

J.M.: No. Mi papá y mi tío interpretaban villancicos con acordeón en los años cincuenta. No tenían idea del vallenato, que apenas comenzaba a oírse en Bogotá. A finales de los sesenta llegó a trabajar en Acerías Paz del Río un joven villanuevero de apellido Pimienta. Él se sorprendió por lo bien que mi tío tocaba el acordeón, pero le dijo que la música que interpretaba no servía para nada, que tenía que aprender a tocar vallenatos.

A.S.B.: ¿Y le hizo caso?

J.M.: Pimienta le aconsejó viajar primero a Valledupar a conocer el festival. Mi tío arrancó en un bus, acompañado solo de su acordeón. Llevaba anotado en un papel el nombre de un señor por el que debía preguntar: el Turco Pavajeau. En esa casa conoció a Luis Enrique Martínez, a Lisandro Meza, a Calixto Ochoa. Ellos le pidieron que hiciera sonar el acordeón. Mi tío lo hizo bien, pero diferente a como lo hacían allá. Lo primero que le enseñaron fue a tocar los bajos.

A.S.B: Sin duda tuvo los mejores maestros…

J.M.: No digo que en un viaje aprendiera a tocar vallenato, pero al menos volvió al pueblo sabiendo cuáles son los cuatro aires y cómo se interpretan. Regresó luego varias veces a Valledupar. Participó en tres festivales y en 1981 quedó de segundo en el de aficionados.

A.S.B: Ya tenemos la semilla sembrada en Tunja y en Paz del Río.

J.M.: En la UPTC de Sogamoso hay Facultad de Ingeniería de Minas a la que iban a estudiar muchos guajiros. El costeño, donde va, lleva su comida, su cultura y sus dichos. Estos fueron los factores fundamentales para que el vallenato se arraigara tanto en Boyacá, al punto que desde principios de los ochenta se organiza cada año el Festival Vallenato de Nobsa, que hoy es uno de los más importantes. Todo este éxito tiene que ver con la magia del vallenato para meterse hasta por los poros en cualquier región.

A.S.B.: ¿Cómo llegaste tú al vallenato?

J.M.: Inicié desde muy niño. Mis dos hermanos ya eran acordeoneros, pero mi tío vio algo en mí, no sé qué fue pero me animó mucho. En 1992, cuando tenía 7 años, me llevó a participar en el Festival de Nobsa. En esa época solo existían las categorías Aficionado y Profesional. Participé en la primera a pesar de la edad. El jurado fue Pablo López. Todo el pueblo se puso de mi parte menos Pablo, que le dijo a mi tío: “No vamos a quemar al niño, llévelo a Valledupar a participar en Infantil”. Cuatro años después, cuando ya tenía 11, mi tío me llevó de nuevo a participar, esta vez en el Festival de Valledupar.

A.S.B.: ¿Cómo fue eso?

J.M.: La emoción fue grandísima. Cuando iba en el bus, yo me pintaba en la final… Y hasta en la carátula de un CD. Al llegar a Valledupar, el impacto cultural fue muy grande. Imagínate: un niño boyacense criado a 17 grados y pasar de un tajo a los 33 o 35 de calor que hace allá. Para colmo, no entendía la forma de hablar de los otros muchachitos. Y ellos a mí tampoco me entendían. Por fortuna, siempre hubo acogida del público. Decían: “Ese cachaquito como toca de bien”. Ese año concursé con Sergio Luis Rodríguez y Cristian Camilo Peña, hoy ambos son reyes vallenatos.

A.S.B.: Tú ganaste 26 años después…

J.M.: Todo es un proceso. ¡Y constancia! Hace 12 años ganó por primera vez un bogotano, Beto Jamaica. Para que yo pudiera ganar este año tuvieron que concursar antes muchos acordeoneros de todo el país. Yo soy el resultado del trabajo y esfuerzo de todas estas personas, incluido mi tío.

A.S.B: Pero ya tenías la experiencia de haber sido rey en Nobsa.

J.M.: En Nobsa gané en 2000 como aficionado y en 2012 como profesional, pero no es lo mismo. Valledupar es La Meca. Con respeto por los demás festivales, pues todos han aportado a nuestro folclor, el de Valledupar no tiene comparación con ninguno, empezando por la cantidad de acordeoneros.

A.S.B: ¿Cuántos concursaron este año?

J.M: ¡Ochenta!

A.S.B.: En ese proceso que mencionaste, ¿cuántas veces participaste tú?

J.M.: Ocho. En cinco de ellas llegué a la final. Las veces que no lo logré, la gente me decía que era por regionalismo, que a un boyacense nunca lo iban a dejar ganar. Yo les decía: “Si fuera regionalismo no pasaría de la primera ronda” y les explicaba que estaba dejando atrás a grandes acordeoneros, pero que hay muchas circunstancias y que el festival es un concurso. Como un partido de fútbol: un equipo puede jugar mejor, pero el otro es el que hace los goles.

A.S.B.: ¿Hay más acordeoneros en Paz del Río?

J.M.: Hay un muchacho que viene con un talento gigante. Se llama Javier Santiago Pérez, tiene 14 o 15 años. Nació en Tunja, pero el papá, que también toca acordeón, es de Paz de Río. A él lo veo muy bien encaminado. No nos sorprendamos de que sea también rey.

A.S.B.: ¿Qué viene ahora para ti?

J.M.: Comercialmente hago pareja con Enaldo Barrera, uno de los discípulos del Cacique. Él grabó la música para la novela de Diomedes. Estamos haciendo un CD que va a salir antes de un mes. Son 22 canciones clásicas de entre los años ochenta y noventa. La particularidad de eso es que 13 de ellas son en tonalidad menor.

*Escritor.