"La Guerra Fría terminó con el periodo de acuerdo y abrió espacio para que los Estados se sintieran con el poder de elegir cuáles derechos hacer prevalecer. " | Foto: AFP

ANIVERSARIO

Setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

Esta se dio a conocer el 10 de diciembre de 1948, en París. Con ella se buscaba garantizar la igualdad de los ciudadanos de todo el mundo y dejar de lado los conflictos. Dos expertos analizan este documento..

Juan Méndez y Santiago Martínez Neira*
11 de diciembre de 2018

En 2018 se cumplen 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esta surge de entender que el origen de la guerra está en el desconocimiento y el menosprecio de la integridad de las personas. Solo el respeto a la dignidad de cada ciudadano consigue sociedades justas, y entre sociedades justas las guerras son menos probables. Una lección que Colombia no debe olvidar.

La declaración se proclamó en París, Francia, el 10 de diciembre de 1948, poco antes de la medianoche. El terror vivido en la Segunda Guerra Mundial motivó a las flamantes Naciones Unidas a promover consensos contra los regímenes autoritarios. Era una época llena de posibilidades. Gobiernos de distinta orientación ideológica se unieron para derrotar al fascismo, prohibieron el uso de la fuerza para dirimir conflictos internacionales y crearon instancias de concertación y de resolución pacífica de las disputas. Con la declaración se creó un catálogo de derechos para todas las personas, y se anunció que la libertad y la igualdad eran un “ideal común” que cada gobierno debía esforzarse por implementar.

En su sentido filosófico, los derechos humanos son intrínsecos a las personas. Esto quiere decir que anteceden al Estado y no son concedidos, sino declarados. En un sentido más práctico, estos representan acuerdos políticos necesarios entre los Estados y todas las personas sujetas a su jurisdicción. La declaración surgió de un acuerdo que se nutrió de aportes de muy diversas culturas. Aunque es verdad que en su redacción no participaron regiones que todavía, a mediados del siglo XX, no eran independientes, la adhesión posterior de ellas demuestra que son ciertamente universales los valores que este documento consagra.

La redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue encomendada a un comité de ocho personas bajo el liderazgo de una mujer. Se atribuye a Eleanor Roosevelt, como también a René Cassin, de Francia; y John Humphrey, de Canadá, la autoría intelectual de los derechos allí consagrados. Los representantes de China, la Unión Soviética, y el Líbano, influyeron notablemente en su contenido final. Hernán Santa Cruz Barceló, un jurista chileno, representó a América Latina en el comité, y desde allí promovió la inclusión de los derechos económicos, sociales y culturales. Algunos de estos son la seguridad social, la alimentación, la vivienda, la asistencia médica y la educación elemental gratuita.

Contra el populismo

Gracias a esta variedad de aportes, la declaración asume desde el principio que todos los derechos deben garantizarse de forma universal, interdependiente e indivisible. El mensaje fue claro, los beneficios de la libertad no pueden depender de la capacidad económica ni del estatus social de cada uno. Lamentablemente, la Guerra Fría y la competencia ideológica entre el capitalismo y el socialismo terminó con ese periodo de confluencia y acuerdo, y se abrió un largo periodo en el cual los Estados se sentían con el poder de elegir cuáles derechos preferían y hacían prevalecer. Así surgió la concepción anticuada de que unos derechos son inmediatamente exigibles, mientras que los económicos, sociales y culturales son “aspiraciones”.

Esta divergencia llevó en su momento a limitar la influencia de la declaración. Las dictaduras militares del Cono Sur, las guerras civiles de Centroamérica, el apartheid en Sudáfrica, y los conflictos en Indochina y Europa del Este, también contribuyeron a que el genocidio, las desapariciones forzadas y la tortura se mantuvieran en la agenda internacional por encima de derechos como la seguridad social, la vivienda o la educación.

A pesar de ello, hay que decir que implementar estos derechos hasta el máximo de las posibilidades de cada sociedad permite la convivencia armónica y aleja el fantasma de la violencia. Queda claro que la opresión de los menos privilegiados, el abuso de poder y la desigualdad material son las raíces de los conflictos internos que son tan difíciles de erradicar. Lo que aquí se resalta es que la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue, en esencia, una proclamación de paz genuina, con justicia social.

Hoy, lamentablemente, somos testigos de medidas represivas a partir de la concentración del poder en gobiernos cuyos líderes –aunque surgidos de la voluntad popular– asumen que su mandato es una oportunidad para ejercer la autoridad sin respetar los derechos humanos. En los países del sur global, como en los más poderosos, se cierne esta amenaza contra la dignidad humana representada por el despotismo y el populismo.

La mejor manera de honrar la Declaración Universal de los Derechos Humanos es retomar la noción de justicia que esta propuso, una que no se reduce a sus enunciados, sino que establece compromisos para alcanzar condiciones de vida digna para todos. Después de todo, sin justicia social y sin libertades públicas, difícilmente construiremos la paz.

*Profesor de Derecho de la American University de Washington, exrelator Especial de Naciones Unidas para la Tortura; y abogado especialista en derechos humanos, respectivamente.