'Poemas urbanos', de Mario Rivero, es uno de los peomarios más importantes del siglo XX en Colombia. | Foto: León Darío Peláez

PERFIL

Recordando al poeta Mario Rivero, el cuenta-cosas, el husmea-cosas

Fue actor, vendedor de enciclopedias, faquir (dicen algunos), cantante de tangos, y una de las plumas necesarias para entender la Colombia del siglo XX.

1 de agosto de 2018

Mario me llamo / soy mordisco al aire / soy un husmea-cosas / soy un cuenta-cosas”. Así comienza uno de sus más conocidos poemas: Motivos del día, que más que prosa es la mejor carta de presentación y definición de su personalidad.

Mario Cataño Restrepo, más conocido como Mario Rivero, toma su apellido literario del cantante y compositor de tangos Edmundo Rivero. Y no es casualidad que su referente fuera esta figura de la música popular. El origen y el destino de ambos guardan tan grandes similitudes que, tanto las letras del argentino como los poemas del colombiano, podrían leerse como un santoral de un tiempo ya perdido, de bullicio y algarabía en un mundo envejecido.

Tampoco es fortuito que Mario naciera en Envigado en 1935, el mismo año de la trágica muerte de Carlos Gardel en Medellín. Este suceso marcaría los puntos cardinales de una poesía que se nutrió del tango en cafetines de Moravia, Lovaina y Guayaquil. Así, el hijo del mecánico de telares y obrero de Rosellón, empezaba un periplo vital, una aventura incesante que después serían los motivos de su obra literaria.

Su imponente personalidad venía de muchas vertientes: fue voluntario del contingente que participó en la guerra de Corea en los años cincuenta. Luego recorrió varios países ganándose la vida con oficios tan diversos como vendedor de enciclopedias, actor de teatro y de circo, copista de carteles, cantante de tangos y boleros y manejador de toreros.

El 30 de marzo de 1963, en los talleres de Antares-Tercer Mundo se terminó de imprimir Poemas urbanos, libro que se impuso en corto tiempo y se instaló entre los poemarios más importantes del siglo XX en el país. Ahí Mario se convierte en un cronista de su tiempo, cuyos frescos de su época y su generación vendrían a ratificarse en otros títulos como Noticiario 67 (1967), Y vivo todavía (1972), Baladas sobre ciertas cosas que no se deben nombrar (1973), Remember Spoon river (2003), Balada de la gran señora (2003) y Viaje nocturno (2008).

En 1972 fundó con sus amigos Aurelio Arturo, Fernando Charry Lara, Giovanni Quessep y Jaime García Maffla, la revista de poesía Golpe de dados, que dirigió hasta el último día de su vida. Fueron 37 años de circulación ininterrumpida.

Durante muchos años, su voz cálida y pausada acompañó las mañanas del legendario programa Monitor de Caracol Radio, que dirigió y para el cual creó un estilo radial ameno. Allí las noticias culturales eran el mejor pretexto para conversar sobre la actualidad nacional e internacional. Como crítico también marcó una época y fundó una manera de hablar de arte para todos. Algunos de sus más destacados textos sobre artistas colombianos fueron compilados en el volumen Los de ayer y los de hoy, una obligada referencia para quienes se asoman a la historia del arte nacional. De esta época quedan importantes publicaciones, vale la pena destacar el primer libro que se escribió sobre Fernando Botero.

Un día, muy joven, salió de Medellín para no volver nunca más. Si hubiera que escoger un poema de Mario donde hablara de ese desprendimiento de su natal Envigado sería el siguiente fragmento de El padre: “El domingo siguió azul / pero el circo se llevó / la sonrisa de los muchachos / enredada en el trapecio. / La fragua no calentó más el hierro / y mi padre ya no trajo pan los viernes / se lo llevó un caballo preñado de sombra / y un árbol fue más verde. / Mi madre siguió lavando la ropa / y jugando al no-me-olvides. / El pueblo quedó como siempre / con sus techos pardos / barridos por el viento”.

Mario murió en la madrugada de un sábado santo: 11 de abril de 2009 para ser más exactos, el mismo día en que años atrás fallecieron sus dos entrañables amigos Alejandro Obregón y Héctor Rojas Herazo. Parecía una cita del destino o el cumplimiento del guiño que se habían prometido en vida estos tres gigantes.

Ese día se apagó la voz del poeta y nació la leyenda. Dejó corregidas las pruebas de su Poesía completa que apareció pocos después en España y nunca más se volvió a ver su imagen vestido de pana o de jeans caminando por las calles adoquinadas de La Candelaria. A nueve años de su partida, sus versos se instalan como patrimonio de ese país que él supo descifrar en clave de asombro y poesía.