La Corona de la Virgen de la Inmaculada Concepción de Popayán tiene dos kilos y medio de oro y 443 esmeraldas colombianas. | Foto: Cortesía del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York

INDUSTRIA DE VALOR

La Corona de los Andes, arte colombiano lejos de casa

Fabricada en Popayán en el siglo XVI, esta invaluable joya colonial hace parte de una de las colecciones del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.

6 de septiembre de 2017

La Corona de la Virgen de la Inmaculada Concepción de Popayán tiene dos kilos y medio de oro y 443 esmeraldas colombianas, que sumadas rondan los 1.500 quilates. La Corona de los Andes, como se le conoce, fue creada con un solo propósito: adornar la imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción durante las procesiones y fiestas religiosas de la capital del Cauca.

Esta joya salió de Colombia por una venta que aún hoy sigue sin tener explicación legal y llegó a Estados Unidos en la década de los años treinta. Su comprador, el comerciante de gemas Warren Piper, intentó monetizarla hasta el cansancio, pero no tuvo éxito. En diciembre de 2015, el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York la adquirió y hoy es una de las piezas más importantes de su creciente colección de arte colonial latinoamericano. Para Ronda Kasl, curadora del Ala Americana del Metropolitano, la corona “es una de las piezas de orfebrería más importantes que quedan de la época colonial en América Latina. Es clave para el museo, que desde hace cuatro años empezó a coleccionar objetos de este tipo”.

Piper compró la pieza cuando Estados Unidos apenas salía de la crisis de 1929. En ese momento, pocos querrían adquirir una corona de oro. Pero Piper, hombre de negocios al fin y al cabo, inventó historias sobre la corona para atraer al público e intentar recuperar su inversión. La más popular asegura que la pieza se confeccionó para agradecerle a la Virgen después de que salvó a Popayán de una mortal peste de viruela; y otras historias dicen que una de sus esmeraldas perteneció a un emperador inca a quien Francisco Pizarro, conquistador del Perú, asesinó sin piedad. También que unos piratas ingleses la robaron y luego Simón Bolívar la recuperó.

Piper la prestaba para todo tipo de exhibiciones a cambio de una tarifa. La alquiló para promocionar carros, viajes en cruceros e, incluso cubiertos finos, pero a fin de cuentas, su compra resultó una mala decisión financiera porque nunca logró venderla. Después de su muerte, su familia corrió con la misma suerte. Kasl recuerda que “la corona permaneció guardada en la bóveda de un banco por décadas, donde nadie podía verla. También estuvo en el mercado del arte por un largo tiempo. Pudo haber terminado en cualquier parte o incluso fundida”.

El Metropolitano estima que la pieza proviene de 1660 y que hasta 1770 se le efectuaron cambios para actualizarla a las tendencias orfebres de cada tiempo. Tal vez por décadas, la corona pudo haber sido solo una diadema realizada a partir de una lámina de oro repujada, pues de acuerdo con conservadores del museo, los cuatro arcos que adornan su parte superior corresponden a otra época, técnica y corriente artística.

La última subasta pública de la corona tuvo lugar en 1995. El gobierno colombiano quiso comprarla y traerla de vuelta al país, pero a pesar de los esfuerzos de la entonces primera dama de la Nación Jacquin de Samper y de otros actores culturales, no se hizo ninguna oferta. Aún hoy, muchos lamentan que la joya no haya vuelto a casa, pero ignoran que para Kasl y el Metropolitano “es una pieza con la que podemos sentar el precedente de cuán relevante es el arte colonial de América Latina”.

Más tesoros coloniales

Otro atractivo tesoro de esmeraldas colombianas de la Colonia viajaba en el Galeón Nuestra Señora de Atocha. El barco español, bautizado en honor a la Virgen madrileña, zarpó desde La Habana hacia la madre patria el 4 de septiembre de 1622 y naufragó días después por cuenta de un huracán en los Cayos de Florida.

Los marinos que sobrevivieron –de una flota de varios navíos solo el Atocha naufragó–, aseguraron que la embarcación transportaba un tesoro de contrabando que se hundió con él. Hasta que el cazatesoros Mel Fisher lo encontró en 1985, este fue uno de los naufragios más buscados y codiciados de la historia. Y con razón: en sus bodegas aparecieron impresionantes joyas como la Cruz de Atocha, hecha en oro y con 65 quilates de esmeraldas colombianas engastadas; la Orbe Real de Atocha, otra pieza religiosa con 37 piedras, y el Anillo de Atocha, que tiene una esmeralda de 2,5 quilates.

A pesar de que muchos de los tesoros hallados en este naufragio ya tienen dueño, el 25 de abril de este año se hizo la subasta de la colección Marcial de Gomar, que lleva el nombre de uno de los expertos en gemas que avaluó el hallazgo del Atocha y quien cobró por ello varias esmeraldas. En los lotes se encuentran joyas diseñadas por él y también algunas procedentes del galeón. Entre las más importantes sobresalen los Pilares de los Andes, nueve esmeraldas de Muzo en bruto que juntas suman 91,69 quilates y cuyo precio de venta final se mantiene en reserva.