La ‘perubólica’ nos dejó recuerdos de desayunos junto a Karina y Timoteo y noches acompañados de Torbellino. Fotomontaje Semana

Íconos culturales

La ‘Perubólica’ que marcó la infancia de millones de colombianos

La televisión del vecino país es inolvidable para quienes vivieron su infancia y su juventud en los años noventa. ¿Quién de ellos no recuerda a Karina y Timoteo?

14 de julio de 2017

*Por Daniel Páez

Así como lo hizo Don Pedrito, otros personajes de la televisión peruana de los años noventa le sirvieron a Colombia para descubrir a un país pintoresco y sorprendente. Llamábamos a la plataforma  ‘perubólica’, en un juego de palabras basado en las antenas parabólicas que se instalaron en muchos barrios y que trajeron canales internacionales a un precio razonable. Los más pudientes tenían acceso a la televisión gringa, los demás nos entretuvimos con una parrilla que incluía canales mexicanos, brasileños y, principalmente, peruanos: Panamericana, Frecuencia Latina, Global y América complementaron la oferta de telenovelas y repeticiones de series ochenteras a la que estábamos acostumbrados.

Para los pequeños, la vida empezaba en las mañanas de los fines de semana con Karina y Timoteo. Sin atender a las advertencias de mamá sobre no comer frente al televisor, madrugábamos para engullir un sancocho de programas animados mientras en otros canales pasaban la misa. La memoria seguro me falla, y algún experto aclarará que tal o cual serie se transmitió antes en un horario que los mortales ignoramos, pero me atrevo a afirmar que clásicos japoneses como Supercampeones, Ultraman, Dragon Ball, Sailor Moon y Los Caballeros del Zodíaco mostraron sus mejores momentos en esas mañanas de perubólica. Muchos abandonamos el balón de fútbol para ver a Oliver Atom –sí, ya sé: ese no es su nombre japonés pero entonces no existía Wikipedia– corriendo en canchas tan grandes que se alcanzaba a ver la curvatura de la Tierra.

En otro canal pasaban Nubeluz. Alguna vez escribí un artículo dedicado a este programa, así que evitaré repetirme. Solo diré que esta versión peruana de Xuxa me dejó mucho más que momentos televisivos: amores platónicos y ganas de hacer ejercicio sin moverme del sofá –no lo nieguen: ustedes también cantan “vamos a hacer deporte” antes de salir a trotar– hacen parte de un legado ¡que también incluía enlatados de muñequitos!

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A pesar de que se podía ver en los canales colombianos, mexicanos y brasileños (doblado al portugués, para producir más risas), lo que nos obligaba a estar pegados a América o a Panamericana era Chespirito. Alternando entre publicidad de golosinas –y gaseosas– que jamás conseguiríamos en Colombia, y episodios de series como Thundercats o Las Tortugas Ninja, nos aprendimos de memoria parlamentos enteros y pusimos en práctica los chistes recurrentes de El Chavo del 8, El Chapulín Colorado, Los Chifladitos, Los Caquitos y hasta el insoportable Doctor Chapatín.

No solo de enlatados vivía la perúbolica. De sus frecuencias nos quedan las canciones de Rossy War, Gian Marco, Tierra Sur, Miki González y Pedro Suárez Vértiz y las jugadas de Ñol Solano, el Chorrillano Palacios y Claudio Pizarro (mientras de fondo sonaba: “Perú campeón, es el grito que repite la afición”). Además, el humor de Las mil y una de Carlos Álvarez, Los cómicos ambulantes, Pataclaun, Risas y salsa y La Chola Chabuca que, en algunos hogares colombianos, incluso reemplazaron al sagrado Sábados Felices.

¿Y qué sería de este continente sin telenovelas? Me acuerdo de Torbellino y un amigo me recuerda el estribillo: “Huracán de emociones, vendaval de pasiones”. También estuvieron Pirañitas y Los Choches, que no eran propiamente telenovelas pero sí tenían su toque de melodrama latinoamericano, con actuaciones y producciones más bien baratas, pero sus historias narraban una realidad muy dura. Hay que admitir que en Colombia ese tema y otros detalles de la televisión peruana se veían con cierto desprecio, como si eso no sucediera aquí. También hay que admitir que estas series se adelantaron a La vendedora de rosas y Ciudad de Dios, dos de las mejores películas suramericanas de los últimos 20 años.

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Hacia el final de la jornada televisiva estaba Ritmo de la noche, un programa que en mi casa estaba prohibido por su sexismo y que con mis hermanos solo lográbamos ver donde algún vecino o pariente, si aún mi mamá no había convencido a esa persona de lo perverso que era. Para defensa del Perú, este segmento llegaba de Argentina y se transmitía bien tarde, cuando se supone que los niños y adolescentes debíamos estar durmiendo. Justo después era el enlatado francés, doblado al castellano de España, que nos enseñó la anatomía de Penélope Cruz: La serie rosa. Y no digo más porque los que la vimos sabemos de qué se trataba y hoy le seguimos agradeciendo a la perubólica por tantos momentos inolvidables.

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*Periodista