Gonzalo Mallarino, escritor. | Foto: Esteban Vega

OPINIÓN

De la cuna de la poesía moderna a la tumba de Proust

La lengua de oc, doña Leonor de Aquitania y su hijo Ricardo Corazón de León; y hasta el sabio Bernardo Hoyos, hacen parte de este histórico relato del escritor Gonzalo Mallarino.

Gonzalo Mallarino*
27 de julio de 2019

En el siglo XI, en el sur de lo que hoy es Francia, nació la poesía moderna en Occidente. La poesía occitana o provenzal, unida a la música medieval y al “amor cortés”, la poesía que los trovadores llevaban por los palacios, los campos y villas en la lengua de oc.

Sí, Francia, o mejor, el sur del Loira, fue la cuna de la poesía moderna en el mundo occidental. Es reconocida la traducción de la poesía provenzal de don Martín de Riquer, quien no dejó de lado a las mujeres, a las trovadoras, de las que solo un manojo de poemas subsistía.

El Languedoc, Occitania, no era Francia en ese momento. Los nobles del sur del Loira –de Narbona, Tolosa, Carcasona, Albi, entre otros– no rendían vasallaje al rey francés ni aceptaban subordinación ninguna ante los Señores de la Ile de France. De ninguna manera. Eran independientes, no hablaban el francés antiguo (llamado Oil) y no le caminaban al papa ni a la Iglesia católica de Roma. Eran, sobre todo, cátaros, acogían a los sacerdotes de esta secta herética, que eran unos tipos tan puros y bondadosos que se les llamaba “los hombres buenos”. Esto último sería su desastre, su tragedia, su desaparición casi total a mediados del siglo XIII.

El primer trovador del que se tenga noticia es Guillermo de Poitiers, abuelo de la que fue acaso la mujer más famosa del Medioevo, Leonor de Aquitania. Ella se casó en primeras nupcias con Luis VII de Francia, quien era medio bobalicón y se divorció. Entonces Leonor se casó con el rey de Inglaterra, Enrique Plantagenet, con quien tuvo, entre otros hijos, al pérfido Juan Sin Tierra (¡el de los cuentos de Robin Hood!) y a Ricardo Corazón de León. Esa alianza le abrió un boquete a Francia, pues los ingleses se les metieron a su país hasta el Languedoc y el extremo sur.

La llamada ‘Cruzada Albigense’ marcó el final y la casi extinción total de la cultura occitana. Fue uno de los últimos y más sangrientos capítulos de la violenta anexión del Languedoc a la corona francesa. El rey Capeto y el papa en Roma organizaron esa campaña religiosa y militar. Se recuerda cómo Arnaldo Amalric hizo pasar a cuchillo a centenares de hombres, mujeres, ancianos y niños refugiados en la iglesia de Béziers, sin compasión alguna. “Pero, sire, no todos serán herejes”, le dijo uno de sus capitanes. “Matadlos a todos”, respondió él, “que Dios los reconocerá en el Cielo”.

De esto vamos conversando con el gran Bernardo Hoyos, mientras caminamos por París. Es noviembre de 1981, acaba de salir el Beaujolais Nouveau y hemos bebido con holgura. Estamos conmovidos. Decidimos entonces ir al cementerio del Pére Lachaise, a arrodillarnos ante la tumba de Marcel Proust.

*Escritor