Julián Alberto Medina ahora vive de pescar en el Golfo de Morrosquillo. | Foto: Cortesía Instituto de Turismo del Meta

EMPRENDIMIENTO

Por qué el mar es la mejor oficina del planeta

Lo explica Julián Alberto Medina, un pescador del Golfo de Morrosquillo, que cambió su trabajo de administrador de empresas por una vida en el océano.

3 de mayo de 2018

Son las once de la noche y el último rayo de luz se desvaneció hace varias horas en el Golfo de Morrosquillo. En medio del mar, Julián puede ver los rostros de sus otros dos colegas por el rebote de la luz de una lámpara proyectada en el agua. Esta noche el vaivén de la embarcación y el arrullo de las olas hicieron que Jorge y Alfonso, sus dos compañeros de faena, prefirieran dormir un poco mientras los peces aparecen. Julián, en cambio, disfruta de las estrellas mientras piensa qué sería de su vida sino fuera pescador.

Julián Alberto Medina Salgado es un pescador de 49 años que nació en Santiago de Tolú (Sucre), una ciudad donde los habitantes están enmarcados por la vida del mar, y de la que no pueden desprenderse, Julián es uno de ellos. Ya tenía sus años cuando dejó la profesión de administrador de empresas para embarcarse todos los días en una lancha de fibra de vidrio de 27 pies a la que llama La Consentida, y que le ha servido de sustento a él, a su esposa y a sus tres hijos, dos de ellos universitarios.

Cuando se graduó llenó de orgullo a su padre Juan de Dios Medina, un pescador de quien Julián aprendió el oficio. Pero la felicidad del viejo marinero duró poco, su hijo tenía otros planes, soñaba con internarse en el mar y pescar. Le atraía la libertad que sentía cuando estaba en medio de las olas, el peligro que genera el océano ante la imposibilidad de descifrarlo, el olor a sal y el refresco de la brisa que ninguna oficina o un puesto bien remunerado podrían ofrecerle.

“Me hacía falta algo. Todos los días cuando salía del trabajo pasaba por la playa para ver a los pescadores. ¿Cuándo voy a estar ahí?”, se preguntaba. Hoy su sueño es una realidad. Este pescador de buenos modales y andar pausado, lidera una asociación que busca el bienestar de quienes conforman su gremio.

Julián preside la Asociación Afrocolombiana de Pescadores con Cordel (Apescordel), que desde su creación ha mostrado su inconformidad ante algunas situaciones que afectan al sector. En una protesta, en noviembre de 2016, se reunieron 300 de ellos. Todos demandaban soluciones por la contaminación con hidrocarburos en el Golfo de Morrosquillo. “Estamos muy organizados y ahora tenemos voz y nos escuchan”, reconoce.

La faena

Julián es el reflejo del hombre que conoce bien su oficio. En la mañana sale al mar a pescar la carnada que utilizará en la noche. Él es de los pescadores que prefiere la faena (como llaman a la pesca) cuando el sol se ha ocultado porque “la actividad es más rentable”. En una buena jornada se pueden pescar 50 kilos de pargo, picuda, sierra o cojinuda.

La luz de las lámparas atraen a los peces y eso hace que la pesca se incremente. Además, los pescadores prefieren la noche porque se libran de la inclemencia del sol. Es cierto que en esta oscuridad hay peligros, el capitán y sus marineros deben estar atentos a que ningún barco los arrolle, o a la aparición de peces grandes o el inicio de una tormenta.

Día de por medio a las cuatro de la tarde, Julián y sus otros dos marineros embarcan para adentrase en el océano. A lo largo del día alistaron las luces, los salvavidas, las carnadas, el cordel y las carpas, por si llueve. Una vez internados en el mar, en ocasiones a 30 kilómetros de distancia de tierra firme, anclan la embarcación, tiran la carnada y esperan a que un buen pez aparezca. En las noches mientras esperan, cantan, se cuentan chistes y charlan de cualquier cosa, incluidas las aventuras de marineros.

Una de esas historias la ha contado varias veces Julián a sus amigos, fue el día en que dice que se graduó como marinero. Ocurrió en noviembre de 2016. La muerte pasó por sus ojos por cuenta del huracán Otto. A pesar de que tenía información de que habría tormenta, él y sus compañeros se internaron en el mar. Después de unas horas, vieron cómo las olas se los querían tragar, “quise anclar y esperar a que la lancha se defendiera, pero cambié de opinión, puse el motor a toda marcha, detrás sentíamos la tormenta, por fortuna salimos con vida”, cuenta en medio de risas.

Julián sabe que tomó la decisión correcta cuando abandonó su profesión como administrador de empresas para salir a pescar. En medio de la oscuridad del mar y acompañado de las estrellas, reconoce que no podría estar en un mejor lugar, “el mar es mi oficina”.