El sector energético representa dos tercios de todas las emisiones contaminantes generadas por la humanidad. | Foto: iStock

MEDIOAMBIENTE

Uruguay es el ejemplo de Latinoamérica en energías renovables

La región es una de las más vulnerables al cambio climático. Dejar la dependencia a los combustibles fósiles no da espera.

Astrid Puentes*
25 de abril de 2018

En energía renovable América Latina tiene un potencial equivalente a casi siete veces la capacidad mundial instalada. De hecho, podría atender y sobrepasar su demanda energética sin recurrir a combustibles fósiles. Pero solo un 12 por ciento de su electricidad proviene hoy de fuentes renovables no convencionales.

Esta capacidad plantea una evidente oportunidad económica y de desarrollo regional que ayudaría a enfrentar el cambio climático y que, bien aprovechada, traería muchos beneficios sociales y sería más respetuosa con la vida de los ciudadanos.

Sin embargo, la realidad no es tan alentadora. El sector energético representa dos tercios de todas las emisiones contaminantes generadas por la humanidad. En la región, la matriz energética aún depende, en su mayoría, de combustibles fósiles (41 por ciento del petróleo y sus derivados, y 28 por ciento del gas). La electricidad proviene de fuentes costosas, que agravan el cambio climático, tienen graves impactos sociales y en algunos casos vulneran los derechos humanos. Ellas son hidroenergía, 34 por ciento; gas, 29 por ciento; petróleo, 11 por ciento; y carbón, 8 por ciento.

Tristemente, hoy la tendencia de consumo indica que hay una mayor dependencia de combustibles fósiles, como el gas natural, que genera emanaciones de efecto invernadero como el metano. Países como Chile y Colombia, especialmente, dependen cada vez más del carbón para producir energía, y para exportarla (en el caso nacional).

Se pretende también generar mayor hidroelectricidad, particularmente en la región Andino-Amazónica y Centroamérica, pese a sus impactos socioambientales (incluyendo importantes emisiones de metano), sus altos costos económicos y a que las represas resultan cada vez más vulnerables a variaciones en las precipitaciones (sequías e inundaciones), agravadas por el cambio climático.

Debido a los daños que causan los combustibles fósiles y la hidroenergía, y ante las oportunidades que las energías renovables brindan, ¿por qué seguir dependiendo de combustibles del pasado? ¿Por qué no acelerar y concretar la transición energética?

Mientras más la retrasemos, más costoso será. Los gobiernos del continente y el sector privado deben materializar urgentemente los cambios regulatorios, tributarios, económicos y sociales requeridos para descarbonizar la economía. La energía alternativa debe ser cuanto antes un componente importante de la matriz energética y no, como hasta ahora, una suma de proyectos piloto e intentos marginales.

El ejemplo uruguayo

Esto implica, entre otras cosas, quitar los subsidios e incentivos públicos a la energía obsoleta de siempre, y trasladarlos a las energías alternativas. La tecnología ha avanzado y sus costos han bajado a tal punto que moverse con estas últimas es más viable, más barato, más rápido y más competitivo.

Uruguay, a base de grandes esfuerzos, comenzó esa transición y hoy muestra importantes resultados: mayor producción de energía solar y eólica, nula construcción de represas y alejamiento de la energía fósil. Esa excepción debería ser un ejemplo regional, si se consideran siempre las diferencias de cada país para obtener los resultados esperados.

Existen muchas experiencias piloto que han dejado valiosas lecciones en Brasil, Chile, Colombia y México, con la energía solar y eólica. Pero es esencial que las energías alternativas sean una prioridad de política pública y que respeten e involucren a las comunidades locales. Así habrá más beneficios y evitaríamos casos como el del istmo de Tehuantepec, en el país azteca, donde la energía eólica ha perjudicado gravemente a los pueblos indígenas de la zona.

América es uno de los continentes más vulnerables del mundo al cambio climático. Así lo evidencian las inundaciones y deslizamientos en Colombia y Perú a comienzos de 2017 y, meses después, los huracanes en Estados Unidos y el Caribe. El cambio climático afecta el disfrute de los derechos humanos, concluyeron Naciones Unidas y la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Por eso se hace imperativo aplicar acciones efectivas que ayuden a mitigar sus efectos y así cumplir la meta del Acuerdo de París, que propone limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 grados celsius respecto a la era preindustrial.

En un mundo en el que la energía alternativa es una realidad, donde el fin de la era del carbón está anunciado y la mayoría de los países desarrollados trazan su futuro lejos de los combustibles fósiles, es vital que América Latina también se mueva pronto, inteligentemente, en esa ruta. Su progreso y el bienestar de sus habitantes y riquezas naturales están en juego.

*Codirectora ejecutiva de Aida (Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente).