Home

Nación

Artículo

CRIMEN CON FIRMA

El asesinato de Héctor Giraldo, abogado de los Cano, confirma una vez más que la mafia no perdona.

1 de mayo de 1989

Blanco es, gallina lo pone..." fue el comentario general el miércoles pasado cuando mataron a Héctor Giraldo Gálvez, abogado de la familia Cano en el caso del crimen cometido contra del director del diario El Espectador en diciembre de 1986. Era el abogado de la parte civil del juicio en el que acababan de confirmar la sentencia contra Pablo Escobar como autor intelectual del asesinato de Guillermo Cano y eso era suficiente. "No se requiere mayor esfuerzo para precisar el origen y la perpetración del asesinato", dijo el editorial del periódico El Tiempo, al día siguiente del entierro del abogado y periodista de El Espectador, Héctor Giraldo Gálvez.

"Frito se come", parecían decir las informaciones de prensa cuando afirmaban que la motocicleta utilizada por los sicarios estaba matriculada en Medellín. "Y huevo se llama" era la traducción al buen romance de lo que decía el diario de la familia de los Cano al afirmar: "El asesinato de Héctor Giraldo Gálvez es una nueva notificación sangrienta de la mafia a El Espectador". Pero más que la identificación de los posibles autores intelectuales y de las cábalas de los editorialistas, la pregunta que se hacía todo el mundo era ¿por qué lo habían matado?
Aunque la respuesta general era la de que los colombianos están viviendo una película que bien podría titularse "La mafia no perdona", los interrogantes sobre este caso en particular parecían deducirse de una frase del ministro de Justicia Guillermo Plazas Alcid: "Todo el mundo está amenazado en Colombia". Porque al parecer lo que significa el asesinato de Héctor Giraldo no es solamente la vieja idea de que el que se meta a enfrentar a los grandes capos de la droga es hombre muerto, sino que si por casualidad una persona es simbolo de algo que les estorbe, también puede convertirse en uno de sus blancos. De acuerdo con averiguaciones hechas por SEMANA, Giraldo, antes que abogado de la parte civil en el caso Cano, era el representante de la familia. Sus intervenciones en el proceso no eran necesariamente las de un hábil penalista y sus alegatos se concentraban en velar por el desarrollo formal del juicio. Más que un abogado acusador que aportaba pruebas y pedía condenas, Giraldo se limitaba a ejercer una especie de veeduría.

Como periodista, Héctor Giraldo no era precisamente el abanderado de la lucha contra el narcotráfico en el periódico. Sus trabajos periodísticos eran más dedicados a la parte didáctica del derecho laboral y sus fuertes eran los artículos en númerosas entregas sobre temas como la Reforma Laboral, Reforma Judicial, Ley de Arrendamientos, Instituto de Seguros Sociales, Fondo Nacional de Ahorro y otros por el estilo. El trabajo investigativo --en donde participó esporádicamente --tuvo su máxima expresión en el caso del Grupo Grancolombiano, lo que le valió un premio del CPB. Y en materia penal, su mayor incursión se limitó a la creación del personaje "Chucho Pérez" por medio del cual se pretendía realizar una labor educativa en una especie de cartilla de primeros auxilios del derecho.

En todo caso, el abogado y periodista no era ni mucho menos el gran acusador de Escobar en el juicio de Cano, ni el gran cruzado contra el narcotráfico en El Espectador. Pero su doble condición de ser el abogado de la familia y periodista del diario de los Cano, al mismo tiempo, lo pudo convertir en un símbolo que automáticamente lo colocaba como un buen blanco. Alguien que representaba simultáneamente la contraparte del narcotráfico en el caso Cano y en cierta medida la contraparte de los grandes capos en el diario que se les ha enfrentado con mayor vehemencia, reunía en una sola persona los dos principales dolores de cabeza para quien ha sido acusado de haber mandado matar a Guillermo Cano. Y ser doblemente protagonista en un caso en donde todo el que se ha metido ha salido mal librado, significaba en la práctica estar doblemente en la mira.

Porque en el caso Cano, como en el caso Lara Bonilla y como en tantos otros que han ocurrido en los últimos cinco años, cualquier persona que haya intentado ponerle el cascabel al gato, ha salido mal librada. No es casual que los dos jueces (Eduardo Triana y Consuelo Sánchez Durán) que se han atrevido a llamar a juicio a los principales capos del Cartel de Medellín por el asesinato del director de El Espectador hayan tenido que salir del país tan pronto dictaron su sentencia. Tampoco resultó una coincidencia el hecho de que una vez las autoridades establecieran que la banda de "Los Priscos" fue la encargada del asesinato de Cano, comenzaran a aparecer muertos varios de sus integrantes en las calles de Medellín.

Y como tampoco le parece a nadie que el crimen contra el periodista y abogado, Héctor Giraldo Gálvez haya sido una casualidad, la pregunta que se hacen los colombianos es si lo que se proponían sus asesinos era golpear el juicio de Cano y el periódico El Espectador, o si más bien lo que se vislumbra es la intención de amedrentar y silenciar a dos de las instituciones que más les estorban a los grandes capos: la justicia y la prensa.-