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ARTE-DETERGENTE

Los museos viales compiten con las vallas comerciales en la contaminación visual del espacio público

17 de diciembre de 1984

Es difícil que a alguien en nuestro medio pueda escapársele, por poca sensibilidad e inteligencia que tenga, que vivimos envueltos por una tremenda contaminación visual. Ello se debe, y no en escasa medida, al desorden de la arquitectura y la ciudad y a la proliferación de mal diseñados anuncios comerciales que desde vallas y otros medios apelan a los ojos con el fin de llamar la atención del que pasa, ofreciéndole servicios, y objetos de consumo. Esto, hasta cierto punto, puede resultar interesante cuando ocurre dentro de ritmós acelerados y coherentes como es el caso de los centros de ciudades de muchas partes del mundo así como de la misma Colombia. Pero cuando las carreteras que salen hacia el campo comienzan a llenarse de llamativos planos de color y mensaje, la cuestión se vuelve indiscutible. Porque una de las razones por las que se sale de la ciudad es disfrutar de las vistas y apacibilidades de los distintos tonos de verde y de las actividades reconfortantes que allí pueden encontrarse. Pero resulta que cada día es más difícil dar con este tipo de satisfacciones al dejar la ciudad.
Como si el asunto de las vallas comerciales en el campo no se hubiera agravado lo suficiente en los últimos tiempos, ahora, a ciertos grupos de artistas en diferentes partes del pais (y De manera que puede llevarse a cabo una discusión al respecto de si en el medio urbano la valla es o no conveniente; de si ella contamina o por el contrario lo que hace es calificar como más urbano y capitalista el espacio en el cual nos movemos cotidianamente. Pero con respecto al campo tal discusión es inadmisible. De seguro que no podemos aceptar esa presencia a menos que ocurra discreta y oportunamente a través de vallas con un marcado propósito de señalizar rutas o que lleven a cabo el diálogo inteligente o gracioso con la situación campestre, cosa relativamente improbable.
esto no lo hemos inventado en Colombia) les ha dado por lo que llaman Museos Viales,que consisten en filas de vallas con reproducciones de cuadros, situadas al aire libre, en la campiña, con dudosos resultados es téticos, con muy discutibles criterios de escogencia de los artistas incluidos, y con gran capacidad para incidir negativamente sobre la percepción de la naturaleza circundante. En estos momentos en el país existen varios de esos Museos Viales. Ciudades como Bogotá, Manizales, Roldanillo o Cúcuta, entre otras, los exhiben orgullosamente sin que a nadie se le haya ocurrido discutir con seriedad sus implicaciones. El más reciente de estos museos que conocemos es el de Bogotá, que se extiende por la autopista del Norte y que va proponiendo, una detrás de otra, una serie de imágenes supuestamente artísticas pero que, sin embargo, compiten con las invitaciones que hacen los industriales y comerciantes para que la gente compre muebles, o frutas, o consuma licores, o visite al oftalmólogo. En algunas de estas ciudades las vallas en cuestión han sido objeto de la furia justificadísima de los usuarios de la carretera, quienes las han venido utilizando a manera de tiro al blanco, disparándoles, nos imaginamos que desde carros en veloz movimiento, convirtiendo algunas de ellas en verdaderos coladores. Pero por muchos agujeros que les abran, es casi imposible eliminarlas de la vista y no sentirlas como elementos desarraigados que interrumpen el disfrute del espectáculo natural.
Por otra parte, en muchas ciudades entre las cuales las más afectadas son Bogotá, Manizales y Medellín, también les ha dado por mandar estudiantes de arte y otros pre-profesionales para que experimenten y ensayen los conocimientos recién adquiridos sobre inermes muros que no se pueden defender de los embates de estos feroces pintores que llenan con verdaderas atrocidades el paso de las vías o las culatas de los edificios. Todo ello sin contar con la reciente epidemia de paz-palomitis aguda que hemos tenido que aguantar y que ha hecho de las paredes en la calle todo un espectáculo de horror en el cual hordas de blancas aves, a la manera de lo que podría suceder en alguna de aquellas películas obsesivas de Hitchcock, parecen caer sobre nosotros como plaga bíblica o pesadilla de la cual difícilmente nos podremos librar.
Todo lo anterior corresponde a manifestaciones equivocadas que a su vez se basan sobre conceptos erróneos al respecto de lo que es el arte, su relación con las grandes masas, y el derecho que supuestamente ellas tienen al mismo. También hay aquí equivocaciones en lo que respecta a la escala, indudablemente uno de los asuntos mas difíciles de entender en todo este tinglado, y por supuesto equivocaciones sobre el papel que el artista debe asumir en la sociedad.
Porque tal parece que a los artistas se les hubiera encomendado funciones trascendentales para ser resueltas con atributos mágicos por medio de los cuales salvar el conjunto de actividades y personas que conforman nuestras comunidades, de males que las han aquejado por mucho tiempo. Por ejemplo, cuando se les asigna, aunque sea en parte, las responsabilidades por la paz, o, todavía más inverosímil, les invitan a asumir la responsabilidad por el orden visual urbano. Sólo falta que les encomienden la solución de los daños del invierno, o de las malas cosechas, etc., y que ellos, ilusos, acepten contentos. Ante tales desmanes, lo único que pueden hacer los artistas es equivocarse.
Con respecto a la ciudad y al espacio público, los profesionales del arte podrían llegar a asumir parte de las responsabilidades y hacer intervenciones significativas si estuvieran adecuadamente formados y entrenados para ello. De ser así, las intervenciones tendrían que ser las del personaje capaz de discutir el destino de dicho espacio, mucho más que intervenir directamente en él. Pero en casa que hiciera tales intervenciones, entonces ellas tendrían que estar dominadas por la intención de discutir el destino del sector y la ciudad: la función, el espíritu y el sentido del espacio público. Lo que no puede aceptar se es que el artista, a través de los Museos Viales, se vuelva otro comerciante que hace del arte y del paisaje una mercancía, ni que en su intervención puntual en la ciudad actúe como falso mesías que sirve para destartalar aun más el endeble y golpeado marco visual dentro del cual existimos.
Los resultados desastrosos de todo esto se pueden calificar, más que nada con la palabra "contaminación". Indudablemente existe una contaminación artística y visual en este momento en las ciudades colombianas y en sus campos circundantes, y todas las alarmas parecen indicar que el proceso va a empeorarse, por lo menos en el futuro próximo.--
Galaor Carbonell