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Atrápame si puedes

Steven Spielberg comprende, en esta comedia en apariencia inofensiva, el drama del estafador más joven de la historia de Estados Unidos.

Ricardo Silva Romero
16 de febrero de 2003

Director: Steven Spielberg.
Protagonistas: Leonardo DiCaprio, Tom Hanks, Christopher Walken, Martin Sheen, Nathalie Baye. 2002.

Ya ahora, con el estreno de Atrápame si puedes, nos damos cuenta de que Steven Spielberg ha contado, una y otra vez, la dolorosa historia de cómo se vino abajo una familia. Porque Frank Abagnale hijo, el protagonista de este drama increíble que ocurrió en la realidad, desde 1964 hasta 1969, y que en un primer momento parece una comedia inofensiva, en el fondo sólo quería que sus papás estuvieran juntos, como antes, cuando bailaban en la sala de la primera casa y le hablaban del día feliz en que se conocieron. Por eso, para que todo fuera como antes, para salvar una insalvable crisis económica que ya había terminado con la estabilidad de su hogar, Abagnale se convirtió, a los 17 años, en el estafador más joven de la historia de Estados Unidos.

Lo primero que vemos es la maravillosa secuencia animada de los títulos. La música de John Williams subraya el humor, la tensión, la honesta nostalgia del proyecto. Y unos segundos después, ante nosotros, aparece un programa de televisión de finales de 1969, To Tell The Truth, en el que un par de concursantes tratan de adivinar, a punta de preguntas como "¿por qué lo hacía?" y "¿quién fue el hombre que lo capturó?", cuál de esas tres personas es el famosísimo Frank Abagnale. Las respuestas correctas nos ayudan a comprender que ésta no es sólo la historia del impostor sino, también, la del aburrido agente del FBI, Carl Hanratty, quien tuvo la paciencia necesaria para atraparlo. Y nos sugieren que esos dos seres humanos, perseguidor y perseguido, sólo se tuvieron el uno al otro durante esos cinco años de sus vidas. Pronto, muy pronto, viajamos al origen de los problemas: conocemos al encantador padre norteamericano que se describe a sí mismo como "el ratón que, encerrado en un tarro con crema, hizo mantequilla" y que está convencido de que el mundo es el juego con las apariencias, y después, en un par de escenas muy tristes, nos es presentada la deprimida madre francesa que fuma y toma más de la cuenta y que es capaz de ofrecerle dinero a su único hijo para que no revele sus infidelidades.

La mentira es, pues, la gran herencia que le han dejado sus padres a Frank Abagnale hijo: con ella, gracias a ella, tendrá que convertirse en adulto: desde que escape de su casa, a los 16 años, hasta que cumpla los 21 en el borde de una cárcel, se hará pasar por piloto, médico de sala de urgencias y fiscal del distrito para cobrar miles de cheques falsos. Vivirá entre la felicidad del juego y la angustia de la farsa. Y el gran Steven Spielberg -que a los 17, destrozado por el terrible divorcio de sus padres, se ponía corbata y fingía ser todo un ejecutivo del cine en las inmensas oficinas de Hollywood- lo entiende a la perfección. Es gracias a su atención hacia los más mínimos detalles, y a su afortunada fidelidad con sus obsesiones, que olvidamos que la vida real no suele ser tan divertida.