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CASA SIN CIUDAD INICIAL

El afan de construir cada vez más viviendas en espacios cada vez más reducidos está atentando contra las mismas ciudades

3 de septiembre de 1984

La actividad constructora de viviendas apodadas "económicas" ha tenido incremento cónsiderable como consecuencia de las políticas de apoyo propuestas por el Gobierno. Por doquier se observan, en pueblos y ciudades, urbanizaciones y construcciones de casas y edificios de apartamentos, con grandes letreros que indican las ofertas de "viviendas" para la población que carece de ella. La oferta en su gran mayoría, reduce los conceptos de vivienda y de ciudad a su expresión más precaria o prácticamente los omite. El producto vendido conduce a una tugurización física y cultural del territorio, a través de asentarnientos sin futuro, premeditadamente agotados, sin posibilidades de transformarse ni en vivienda, ni en ciudad.
Debe aclararse inmediatamente que esta oferta no ha nacido ahora, que no es fruto de las políticas actuales de vivienda. Sus condiciones se han configurado a lo largo de los últimos años y en ellas se refleja no sólo un problema de políticas institucionales de vivienda sino también una ideología profesional hacia los asentamientos populares y hacia lo que se puede brindar como vivienda, todo ello enmarcado dentro del espíritu netamente comercial que ha causado el encarecimiento de la vivienda en Colombia desde la implantación del sistema UPAC.
El afán estatal por ofrecer la mayor cantidad de unidades habitacionales en el menor tiempo posible es no sólo prioritario sino también admirable.
El problema de la vivienda de bajo costo en los países del Tercer Mundo es crítico; sus cifras deficitarias crecen tan vertiginosamente, que cualquier acción que se proponga está siempre por debajo de la necesidad. Pero ese afán no puede desprenderse del hecho de que la vivienda que se realiza es también ciudad, es espacio público, es albergue, luz y ventilación, es identidad y estabilidad. Cuando se afronta el problema de vivienda a gran escala, ese problema no es sólo técnico ni económico, requiere el formular una estructura, una morfología y un sentido para una buena porción de ciudad que, en caso de contar con posibilidades, puede llegar a consolidarse y a tener un futuro.
La implantación del sistema UPAC a comienzos de la década de los años 70 entregó el control del mercado de la vivienda a los monopolios comerciales que surgieron como subsidiarios de las grandes Corporaciones privadas de Ahorro y Vivienda. La especulación a gran escala del suelo urbano y de las edificaciones de vivienda fue produciendo una reducción en las especificaciones de las viviendas del sector comercial y un aumento progresivo de su costo, por encima de tasas de inflación. El efecto de este fenómeno redundó necesariamente en cambios en la vivienda del sector público e incluso en las urbanizaciones piratas. Si la vivienda oficial ya era precaria antes del UPAC, su reducción posterior alcanzó obviamente los límites que ahora se viven.
Apoyos excelentes de este reduccionismo habitacional han sido las contribuciones profesionales de grupos interdisciplinarios de expertos en el asunto. Las "Normas Mínimas de Urbanización y Servicios Públicos", adoptadas por el Instituto de Crédito Territorial en 1971 y formuladas por un grupo consultor privado, dieron la pauta para un empequeñecimiento de los predios a unos límites que si bien pueden ser teóricamente viables, en la práctica cultural de la población de muy pocos ingresos son francamente inadecuados. Los primeros beneficiarios de estas normas han sido los urbanizadores piratas que ahora obtienen mayor cantidad de lotes en sus tierras, con las ganancias correspondientes.
Otras normas recientes, formuladas por el Centro Nacional de Estudios de la Construcción, CENAC, demostraron cómo las especificaciones urbanísticas también podían reducirse, si el diseño de las viviendas se hacía de tal o cual forma. El resultado: ahora hay predios de 2.50 metros de frente por 12 metros de fondo para una vivienda. Los beneficiarios de estas normas son las empresas constructoras comerciales que ahora obtienen dos unidades de habitación donde anteriormente sólo cabía una. Se pregunta: ¿es esto una solución al problema de la vivienda? ¿O es más bien la formación de un problema más grave en el futuro de la población y de la ciudad?
Construir vivienda, sea ésta individual o masiva, es construir cultura colectiva, es hacer ciudad y sociedad. El predio urbano es todavía un módulo básico de posibilidades de crecimiento, de consolidación, de albergue familiar, de ingresos adicionales. Un tugurio es y será siempre un fracaso social y cultural, como también lo son los apartamentos de setenta millones de pesos que se ofrecen en los Altos del Chicó, mediante afrentosas propagandas que estimulan tan sólo la codicia y el despilfarro. Cuando se requiere y es conveniente, se habla de que somos un país pobre, cuando se hacen las cosas, somos un país botaratas, no sólo por hacer obras suntuarias (los tres mil millones del Centro de Convenciones de Cartagena y los trescientos millones de la Casa de Huéspedes Ilustres se recordarán mucho tiempo) sino también por dilapidar los dineros en obras condenadas a perecer. La vivienda y más aún la que requiere ser de bajo costo no es un producto de consumo, desechable, como tampoco lo puede ser la ciudad.
La visión de los constructores y la de los comerciantes aunadas no son la respuesta ideal a las necesidades habitacionales de la población colombiana. La creencia en la infabilidad de estos agentes requiere ser filtrada a través de una visión real de lo que el futuro representa, un futuro que durará mucho más que los cortos, siempre cortos períodos gubernamentales. Para hacer vivienda se requiere algo más que haber aprendido a hacer obras y que saber llevar las cuentas de la rentabilidad de las inversiones. Se requiere un tipo especial de sensibilidad hacia la ciudad y de respeto hacia la vida humana.--
Alberto Saldarriaga Roa