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CIUDADES CON REMIENDOS

La urbanización de las grandes capitales latinoamericanas se ha hecho a empujones.

14 de enero de 1985

Uno de los problemas fundamentales que actualmente aquejan a los países del Tercer Mundo en general y a los países latinoamericanos en particular, es la formación de grandes ciudades en el seno de sociedades cuya situación política, económica y cultural no está en capacidad de dar respuestas a las innumerables demandas que ocasionan esos complejos urbanizados. Más aún, la metrópoli de gran tamaño es un problema incluso en países altamente industrializados, donde los mecanismos de manejo urbano se han refinado y tienen al menos posibilidades precisas de aplicación.
La ciudad latinoamericana se caracteriza entre otras cosas por contar con una población pobre extremadamente cuantiosa. El sector "popular" de estas ciudades alcanza cifras que usualmente sobrepasan el 50% del tamaño total de la población. Un porcentaje igualmente alto de este sector no se encuentra vinculado en forma estable a las actividades económicas formales; su empleo es ocasional, sus pautas de consumo son precarias, su alojamiento es transitorio o se encuentra en vías de un desarrollo que algunos califican como "progresivo", por el hecho de acumular construcciones a lo largo del tiempo. Los barrios populares, bien sea centrales o periféricos, forman una "ciudad dentro de la ciudad", estructurada sólo mediante las redes de servicios con el resto de la ciudad.
El manejo de estas ciudades refleja, como es apenas lógico suponer, los problemas propios de cada situación político-económica y cultural, al tiempo que refleja los rasgos idiosincráticos de la región y del lugar, de la población y de sus costumbres. La cultura urbana latinoamericana es precisamente una amalgama de situaciones diversas que conviven y compiten por la apropiación de la ciudad, todo ello bajo la mirada normativa en unos casos, complaciente en otros, de la administración pública. Esta se formó durante el primer siglo de vida republicana, con los conflictos y con las maneras de hacer administración heredadas en muchos casos del período colonial. En casi todos los países latinoamericanos sufrió modificaciones a comienzos del presente siglo y se ha tratado de modernizar "a empujones", en los últimos treinta o cuarenta años.
La mentalidad política, heredera de atavismos centenarios, entró a conjugarse con la mentalidad técnica en una parte de ese proceso reciente. Muchos gremios profesionales y muchas escuelas universitarias ingresaron en el panorama decisorio de la ciudad colombiana hacia 1930, esgrimiendo sus conocimientos como bandera frente a las actitudes políticas tradicionales. Desde entonces es muy frecuente el enfrentamiento entre los criterios técnicos y los políticos en el manejo de la ciudad, especialmente en asuntos relativos a la oferta de vivienda de bajo costo, a la dotación de infraestructura, a la planeación física general y al uso del espacio público.
En la vida de una ciudad intervienen obviamente otros elementos distintos de lo político y lo técnico. Es más, lo político y lo tecnico son modos de entender y de actuar sobre la vida urbana, la que finalmente la hacen los habitantes, los espacios, las actividades, los hábitos, etc. La cultura urbana tomada como la actitud colectiva compartida hacia la ciudad, es el común denominador que, en el mejor de los casos une al político, al técnico y al ciudadano. En el peor de los casos, es decir cuando no existe tal cultura, políticos, técnicos y ciudadanos caminan por senderos distintos, el del ciudadano obviamente el más difícil, el más accidentado, en tanto buena parte de las decisiones de los otros recaen sobre él.
A primera vista la posición del técnico, del profesional, se podría considerar mucho más objetiva y precisa que la del político, usualmente ambigua y cambiante. Pero hay que tener en cuenta que en la formación profesional latinoamericana influyen considerablemente las escuelas europeas y norteamericanas, las que proponer modelos urbanos y pautas de manejo de las ciudades acordes con sus situaciones respectivas. La transmutación sucesiva de la ciudad latinoamericana en fragmentos de ciudades foráneas ha conducido a ese carácter de remiendo, de algo incompleto, que se ha impuesto como su realidad física. La ciudad integral no existe y no puede existir, en tanto en el recinto urbano coexisten realidades culturales diversas y entre ellas no se presenta un consenso unificador.
La mentalidad política convencional trae al presente las actitudes del pasado: gamonalismo, clientelismo, usufructo electoral de las acciones e intervenciones, etc. La ciudad para el político es simplemente un campo electoral en potencia, del cual proviene su elección o reelección, su cuota de poder y las ventajas que de ella puede derivar para sí, para su partido y para sus amigos y relacionados. Las marejadas de obras que deja una administración son anuladas por las siguientes, usualmente contrarias. La desarticulación de acciones que esto acarrea se evidencia posteriormente en la estructura física y en la vida de cada ciudad. Cada obra, es cierto, cuenta con el respaldo de grupos técnicos especializados que han puesto a prueba su saber en las propuestas y realizaciones, a veces con las mejores intenciones, a veces también con las peores. Sin embargo, quien capitaliza la obra es el político, dador de bienes a la comunidad, y esto queda usualmente registrado en las placas conmemorativas correspondientes.
En todo este asunto cabe preguntarse: ¿cuál es el destino de la ciudad y de la sociedad que en ella habita? Si la imagen física de la ciudad es el reflejo de la imagen social, en Colombia se puede fácilmente dar un diagnóstico desfavorable. La cultura urbana cuando no se ha dado históricamente debe formarse, debe incluso inducirse y en ello los políticos y los técnicos intervienen a través de sus actos y de sus obras. Esta dimensión cultural de la acción es ignorada o sencillamente no se tiene en cuenta en los procesos habituales de manejo de las ciudades en Colombia, con excepciones quizá en los casos de Cali y de Medellín, que cuentan con una base de cultura colectiva importante. La ciudad de Bogotá, por su condición de ciudad del país, ha perdido aquellos rasgos que hicieron de ella en un momento una unidad cultural y ha derivado a una "tierra de nadie". Es obvio entonces que en su manejo uno de los objetivos principales sea el de hacer una cultura colectiva, metropolitana, integradora.
Ahora bien, el interrogante final es el siguiente: ¿cómo constituir una escuela de educación urbana no sólo para ciudadanos sino para políticos y técnicos, especialmente para los dos últimos, que permita hacer ver cómo por transitorio que sea el paso de cada quien por un cargo público, por eventual que sea la gloria que se deriva de cada obra inaugurada, el aporte principal radica en la contribución a formar esa cultura ciudadana, en dar al futuro de la ciudad la ocasión de realizarse?
Actualmente es aventurado intentar dar una respuesta.