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Debussy pasó casi toda su vida en una época boyante, de paz y desarrollo, pero vivió sus últimos años en medio de la Primera Guerra Mundial.

MÚSICA

Claude Debussy: un genio contra el mundo

Hace 100 años murió el francés que lideró una revolución musical a finales del siglo XIX. Hoy lo consideran uno de los precursores del impresionismo, aunque a él no le gustaba esa clasificación.

Emilio Sanmiguel
24 de marzo de 2018

Achille-Claude Debussy falleció en su casa, al occidente de París, el 25 de marzo de 1918. Lo acompañaba su esposa, Emma Bardac. A sus funerales, cinco días más tarde, asistieron 20 personas que atravesaron la ciudad hasta el cementerio de Père Lachaise. Corría la Primera Guerra Mundial y ese mismo día una bomba cayó sobre la iglesia de Saint Gervaise, íntimamente ligada a las impresiones musicales que habían sido fundamentales en el desarrollo de su sensibilidad. Tenía 56 años.

Fue el revolucionario que le devolvió la dignidad a la música francesa, que, él creía, estaba postrada desde la muerte de Bizet por la influencia que Wagner había ejercido sobre los compositores de su tiempo.

Estaba inevitablemente destinado a pasar a la posteridad. Bien por su obra para piano, por su obra orquestal, su música de cámara, sus canciones, ballets o su única ópera.

El desarrollo de su talento lo determinó su segunda profesora de piano, Mauté de Fleurville, discípula de Chopin, que le enseñó la pulsación, la correcta posición de las manos y se encargó de organizar su ingreso al Conservatorio de París a los 11 años. Desde el primer momento aborreció la institución y nunca dudó en calificarla como el mejor sitio para arruinar el verdadero talento. Pese a ello fue su alumno más destacado y ganador del máximo galardón de la época, el Prix de Rome, que obtuvo con La Demoiselle Elue, una cantata que desencantó a sus compañeros, que no la encontraron lo suficientemente provocadora, pero que hizo dudar a los jurados por sus audacias.

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Se lo considera el impresionista de la música. Un título que no lo entusiasmaba, pero que no suena tan descabellado si se acepta que su estética está determinada por el refinamiento y la audacia de la armonía que hasta llega a imponerse sobre la melodía, con un manejo magistral de ritmo. También fue definitivo el contacto con la música oriental y esa obsesión para regresar al barroco de Rameau y Couperin.

En el piano protagonizó el avance técnico más significativo desde Chopin para que el sonido emanase como de un “instrumento sin martillos”, apoyado en el desarrollo de la técnica de los pedales. No se trató de una propuesta subjetiva, para demostrarlo escribió Preludios, Estudios, Estampas, Imágenes y la Suite Bergamasque, de la que proviene su obra más popular, Claro de luna.

Creía que el sinfonismo después de Beethoven no tenía sentido. No escribió sinfonías, pero sí obras orquestales, como el evanescente Preludio a la siesta del fauno y el monumental poema sinfónico El mar, entre otras.

Una sola ópera. Sin antecedentes ni consecuencias, la simbolista Pélleas et Melisande, basada en Maeterlinck, cuyo estreno fue un fracaso estrepitoso, entre otras cosas por preferir a Mary Garden y negarse a entregarle la parte protagonista a Georgette Leblanc, amante de Maeterlinck.

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En el ballet propició uno de los escándalos más grandes de la historia cuando Sergei Diaghilev encargó a Nijinsky La siesta del fauno, y el bailarín coreografió siguiendo los relieves de los vasos griegos, renunció al baile aéreo e impregnó la obra de connotaciones sexuales. Debussy debió quedar encantado, pues un par de años más tarde le escribió Jeux, que se desarrolla en un campo de tenis.

Hoy en día su obra, más que importante, es indispensable en el repertorio de las orquestas, los pianistas y los cantantes. Sin embargo, apenas está al alcance de unos pocos y la mayor parte de quienes la abordan parecen condenados al fracaso porque demanda justamente eso que él pregonaba: estar muy lejos de la academia y los convencionalismos.