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La compañía de Bausch alcanzó a tener 40 bailarines de primer nivel que estrenaban las principales temporadas de danza del mundo

OBITUARIO

Creadora de emociones

El pasado 30 de junio falleció en Alemania Pina Bausch, una de las coreógrafas más relevantes de los últimos 40 años para la danza contemporánea.

5 de julio de 2009

Ala coreógrafa Pina Bausch (Solingen, Alemania, 27 de julio de 1940) no le gustaba que se confundiera el miedo a mostrar los sentimientos con el sentimentalismo.

"Crear emociones no es lo mismo que explotarlas", dijo en 2002 cuando Pedro Almodóvar iba a estrenar Hable con ella, en la que su Café Müller, una de las piezas de danza contemporánea más trascendentes de su carrera, le sirvió al director manchego como piedra de toque de una de sus películas más hondas sobre la feminidad.

Bausch era una mujer salida de la mente de un expresionista alemán: ojos de un azul casi transparente, la piel muy blanca y pegada a los huesos, el pelo oscuro y las manos delicadas y filosas. Las fotos que han circulado desde que falleció el pasado martes 30 de junio en Wuppertal, tienen un aura parecida a la de una actriz de una película de Fritz Lang.

Philippina Bausch es, al decir de numerosos críticos y exigentes públicos como el de la Ópera de París o la del Metropolitan en Nueva York, una de las figuras más destacadas de la danza contemporánea en los últimos 40 años. Su carrera comenzó de la mano de dos grandes coreógrafos, Kurt Joos y Sigurt Leedor, en la Folkwangschule de Essen, en donde muy pronto descolló como bailarina tras graduarse en 1959. Ese año obtuvo la primera beca obtenida por una bailarina alemana para estudiar en la prestigiosa Julliard School, de Nueva York, y en 1961 comenzó a trabajar para la compañía de Paul Taylor.

Bausch, hija del propietario de un café de la ciudad de Essen, regresó a Alemania y en 1974 tomó las riendas de la compañía de danza teatro de Wuppertal con la cual, un año después, hizo que el mundo de la danza la aclamara con su obra Café Müller, una recreación de su propia infancia en el café de su padre. "Esos recuerdos de infancia son vagos, yo los olvidé. Ahora vuelven para mi trabajo. Mi vida ha sido tratar de recuperar esas emociones que parecen desvanecidas". Después vendría su consagración con montajes como Ifigenia en Táuride, Orfeo y Eurídice, La consagración de la primavera o Barba Azul. Lo que definitivamente le dio un sello único a sus obras fue, de un lado, la idea de fundir la danza con el teatro y confrontar los repertorios clásicos con una actitud en el baile y la escenografía profundamente contemporánea.

De ahí en adelante, la delicada y furiosa puesta en escena de una mujer capaz de asumir una posición política sobre la mujer en sus creaciones, se convirtió en la principal influencia de numerosos bailarines del mundo entero. Entre ellos, dos colombianos que han persistido en el difícil camino de la danza contemporánea en el país: Álvaro Restrepo y Peter Palacio. Para Palacio "su aporte a la danza y al  arte escénico contemporáneo  es su autenticidad y haber logrado fundir la danza y el teatro en la puesta en escena de sus obras con un vocabulario y estilo propio e innovador que hoy conocemos como danza-teatro".

Pina Bausch no creó conceptos en su vida. Jamás quiso intelectualizar sus obras, así muchos lo hayan hecho. Ella, para muchos, fue la inspiración para creer que la danza y el teatro en el mundo de la posguerra debía tomar una posición menos "comprometida" y más viva. Bausch inventó su propio camino y mezcló en el escenario el teatro, el music hall, la comedia musical y el cine, pues, como lo señaló Dominique Frétard el año pasado en el diario Le Monde, a propósito del estreno de Bauhinia en el Theatre de la Ville, de París "un espectáculo de Pina Bausch es la globalización sobre la escena, mucho antes de que los economistas hubieran utilizado esa palabra. Pero en su caso, la globalización por la atención que los hombres, todos los hombres, se prestan entre sí. Ser artista es una utopía. Un acto de amor".