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DE REGRESO A CASA

Betty Friedan, la más agresiva líder feminista de los años 60, plantea ahora en un nuevo libro tesis más moderadas.

18 de abril de 1983

Hace cerca de 20 años se desencadenó una ola de feminismo recalcitrante. Las mujeres se organizaron con más entusiasmo que nunca para ganar acceso al poder fuera del círculo familiar. Betty Friedan, a la cabeza, era calificada como un "marimacho" que mal podía interpretar las verdaderas necesidades de las mujeres cuya feminidad "esencial" se hacía derivar de su domesticidad y de sus características ad hoc de madre tierna y esposa dedicada. Era la década del 60 y confluían una serie de factores: masificación de los anticonceptivos orales, una guerra inflacionaria en Vietnam, más inflación a causa del petróleo de la OPEP y medidas fiscales, así como la decisión de una generación de mujeres con educación universitaria después de la Segunda Guerra Mundial, para ganar un "lugar en el mundo" y reivindicar su condición de iguales a los hombres.
Las mujeres aprendieron a provocar cambios en las instituciones y en las actitudes propias y de los demás. Huyeron de la cocina y, una vez adquirido el control sobre la maternidad, irrumpieron con más fuerza que nunca en el campo de los negocios, la industria y el gobierno con la intención de quedarse. Muchos, no sólo los más reaccionarios interpretaron esto como sinónimo de libertinaje, abandono del hogar y desamor por los hijos. Sus límites iban más allá de la inofensiva rebeldía contra el sostén. "Quiero algo más que mi esposo, mis hijos y mi hogar" era la frase que parecía resumir la ambición de un gran porcentaje de mujeres. Como resultado, actualmente en los Estados Unidos el 52% de las mujeres entre los 19 y los 59 años de edad son empleadas. Cerca del 90% de las mujeres mayores de 40 años trabajan; en sólo el 11% de las familias norteamericanas el padre trabaja y la madre se queda en el hogar cuidando de los hijos; el 58% de las madres de niños en edad escolar trabajan. Y este cambio se ha reflejado en todo el sistema de vida americano, desde el tamaño de las tiendas hasta la frecuencia de los servicios religiosos.
Pero el movimiento feminista, sin embargo, está ahora de regreso de las posiciones más radicales y la Betty Friedan de hoy ya no es la agresiva líder de ayer. Recientemente publicó un libro, "La segunda etapa", en el cual encara de modo diferente los problemas que afronta hoy la mujer.
Friedan afirma que hay "algo fuera de lugar, borroso, erróneo" a medida que las mujeres tratan de vivir en forma más independiente y dentro de las condiciones de igualdad por las cuales ellas y otras mujeres han luchado.
"Percibo que el regocijo de las 'supermujeres' (las que se han abierto paso hasta el nivel ejecutivo y han saboreado los frutos de la igualdad profesional y política) va cediendo el sitio a una fatiga, a una cierta decepción quebradiza, a una desilusión respecto a la 'preparación para la agresividad 'y las satisfacciones del poder ".
¿Significa esto que muchos logros de los 60's están en peligro? Al parecer, según las nuevas posiciones de Friedan, el movimiento feminista está buscando de nuevo el ámbito donde, según los más ortodoxos, tiene lugar la buena vida: el pequeño grupo de consanguíneos conocido como la familia.
"Debemos al menos reconocer y empezar a analizar abiertamente la refutación feminista del valor de la familia, de las propias necesidades de la mujer de dar y recibir amor y alimento, tiernos cuidados amorosos", comenta en uno de los capítulos del libro. Pero esto no significa que haya hecho una revaluación total de sus iniciales teorías sobre la liberación de la mujer. Las mujeres quieren trabajar y decidir cuándo tener hijos; quieren participar en todas las actividades de la vida social y económica, pero tambien quieren libertad para ser ellas mismas, para tener un mundo propio, independiente de las cuatro paredes de su hogar. Quieren tener y educar a sus hijos y desean la ayuda de los hombres y las instituciones que ellos han creado.
Al parecer, como ella misma lo señala, la cuestión básica se plantea como una gran pregunta: ¿Deben --pueden- las mujeres en la actualidad alcanzar una norma de perfección en el lugar de trabajo, establecida en el pasado por y para hombres que tenían mujeres que cuidaban todos los detalles de la vida y --al mismo tiempo-- alcanzar una norma de rendimiento como madres y en el hogar, establecida en el pasado por mujeres cuyo único sentido de valor, poder y dominio dimanaba de ser amas de casa y madres perfectas, con el control total del hogar? La respuesta de Friedan es "no", porque tiene dos conjuntos de necesidades; "poder, identidad, posición y seguridad social por medio de su propio trabajo o acción en la sociedad, que los reaccionarios enemigos del feminismo niegan; y la necesidad de amor, identidad, posición, seguridad y procreación por medio del matrimonio, los hijos, el hogar, la familia, que las feministas encerradas todavía en su reacción extremista niegan". ¿Cómo lograr el equilibrio y en qué forma satisfacer esos dos tipos de necesidades? Ahí realmente, estaría el quid del problema y la Friedan en su libro no logra precisar una respuesta. Sin embargo, es evidente que el feminismo parece haber entrado en una segunda etapa.
Sin perder los logros del pasado, cuando el movimiento tenía más limadas las espuelas y había sacado con más fuerza las uñas, la segunda etapa del movimiento feminista estaría volcada hacia una nueva evolución: la revolución dentro del hogar.
Hace pocos meses, durante el Congreso Nacional del Movimiento Femenino de la Democracia Cristiana celebrado en Roma, Betty Friedan resumió el sentido de la reunión diciendo: "tenemos que participar en común defendiendo juntas nuestra identidad. Esto exige coraje y también coherencia". Y lo dijo después de una conferencia, durante la cual presentó su nuevo polémico libro que cuestiona lo que considera exceso inevitable de la primera etapa del movimiento: "no hay que cambiar un líder que impone sus criterios por otro. Durante siglos hemos sido comandadas por los hombres; es inútil delegar este papel de mando a un grupo de personas, aunque éstas pertenezcan a nuestro sexo. Lo que necesitamos es libertad ".
Con respecto a esta exigencia de elegir libremente roles, tareas y destinos coinciden las demócrata cristianas, las comunistas, las socialistas, y las batalladoras feministas de "la primera hora", pero se hace inevitable pensar en que la libertad tiene matices.
Friedan acepta recuperar el hogar como sede de la propia realización si esta opción no resulta de una compulsión social. "Hemos recorrido un camino que no nos permite volver atrás. La sociedad cambió por nuestra lucha. Los sistemas de producción nos tienen que aceptar y en igualdad de condiciones. La familia, sin embargo, tiene un nuevo perfil. Volver a casa no es hoy un regreso al pasado. No es la misma casa y no es la misma familia. Es más ya no cabe el ambiguo plural que todo lo homologa. Hay 'familias', no una 'célula base' cristalizada y rígida".
Para la Friedan de "La segunda etapa" la revolución dentro del hogar debe ampliar el concepto de lo doméstico.Hombres y mujeres deben compartir los papeles en el hogar. Pero se necesitan proyectos nuevos: nuevos tipos de edificaciones y comunidades con servicios para las familias, etc. Sin embargo, en esta nueva fase, Friedan piensa que la participación de los hombres es fundamental, porque esta segura de que una convergencia del interés mutuo "puede proporcionar nuevo poder y energía para hallar soluciones que hoy parecen imposibles".
Pero su posición parece haber cobrado fuertes matices de idealismo: "mi compromiso mayor es hoy la defensa de la paz del mundo. Tenemos que estar atentas al peligro nuclear y trabajar para evitar una catástrofe atómica que nos amenaza. Luchar sin tregua para conservar el mundo y en este mundo ocupar un espacio más nitido y más justo. En la segunda fase yo acepto la libertad legítima de volver a casa, pero tiene que haber una casa, tiene que existir un universo y esto es lo que corre peligro".
De esta forma, parecería soslayar el verdadero problema, el del regreso a casa pero no en las mismas condiciones, sino en condiciones de igualdad sobre bases diferentes. Parecería no tener a mano soluciones y propuestas concretas. De ahí ese salto hacia la defensa de la paz del mundo, loable propósito pero etéreo en términos de proyectos.-