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Días de carnaval

Un muy buen homenaje fotográfico y literario a la principal fiesta de Colombia

Luis Fernando Afanador
22 de febrero de 2004

Mariano Candela
Carnaval de Barranquilla
Amalfi editores, 2004
159 páginas

Murió Joselito Carnaval. Es martes, día previo al miércoles de ceniza. La reina del carnaval y su corte gritan y lloran a su alrededor porque hay que enterrarlo. Es el final de la fiesta y del mandato de la reina.

Pero el otro año, sin falta, regresará, como esos dioses antiguos que se enterraban y renacían de la tierra fértil y pródiga. Y, entonces, volverá a desfilar en el esperado sábado de la Batalla de las Flores, junto a las carrozas, las reinas populares y los grupos disfrazados y en la calle 17 se encontrará con el Rey Momo. Volverá el domingo de la Gran Parada con sus cumbiambas y sus danzas tradicionales de congos y garabatos. Volverá el lunes de las danzas de relación, de las letanías y las comedias. Y, otra vez, mientras la ciudad exista, el inevitable y triste martes en que será llorado desde la mañana hasta el atardecer: Ay José, te fuiste para siempre/ No te vayas José, no te vayas/ Joselito Carnaval.

Los carnavales fueron inventados por los hombres para tratar de conjurar el tiempo, para que éste, a fuerza de repetición, desaparezca. Atrapado en el círculo infinito del morir y el renacer, el tiempo pierde sus efectos letales. Pasa, pero siempre regresa al mismo punto: no hay cambio o, mejor, se crea la ilusión de que no lo hay. Si todo puede volver a ser lo que era antes, ya nada es definitivo, ni siquiera la muerte que se transmuta en vida.

El carnaval es un mito encarnado: un rito. Tiene música y danza; también, teatro. Sus oficiantes usan máscaras, se maquillan. No son ellos mismos sino los protagonistas de una fiesta dionisiaca en la que representan la vida desbordándose y renaciendo eternamente. La existencia corriente se suspende y con ella las leyes que la rigen. Deviene el acontecimiento, nacen otras reglas. "El carnaval es como una compuerta que se abre, de una forma lenta y paulatina, dejando pasar un torrente de agua que inunda el alma, que transforma, que refresca, que recrea y fertiliza".

El Carnaval de Barranquilla comparte las anteriores características de todos los carnavales pero, en la medida en que es el resultado de un sincretismo cultural -en su origen se mezclan lo español, lo indígena y lo africano- es distinto y único en el mundo. Por eso acaba de ser reconocido por la Unesco como "patrimonio oral e intangible de la humanidad". Conserva su autenticidad y su pasión, todavía no se ha convertido en una fiesta organizada: "Basta comparar al carnaval de Barranquilla con el de Rio de Janeiro. Allá el célebre Sambódromo, el desfile es fastuoso, uniforme, organizado al milímetro como un buen ballet de academia. En Barranquilla la belleza hay que aprender a descubrirla, a encontrarla en lo recóndito de cada descabezado que marcha al garete con su sangrante cabeza en la mano; de cada farota que esconde a un hombre bajo el atuendo de una pintorreteada mujer; de cada letanía que despedaza una reputación en cuatro versos simples, de cada cumbiambera que baila al compás del tambor mayor con una botella de cerveza en la cabeza".

El carnaval de Barranquilla tiene ya su reconocimiento internacional (y cada año aumenta el número de extranjeros que quieren participar en él); tiene sus documentales (el de Álvaro Cepeda Samudio, encontrado después de muchos años, y el de Ernesto MacCausland), pero le hacía falta una buena memoria escrita y visual que diera una idea aproximada -nunca fiel, es imposible- de toda su intensidad. En este libro, el periodista Mariano Candela, luego de una seria y minuciosa investigación, en forma amena nos instala en la esencia del carnaval y nos cuenta cómo ha evolucionado desde sus comienzos en remotos pueblos del río de la Magdalena. Y Beatriz Múnera, maestra en artes plásticas, con sus extraordinarias fotos, nos compensa de no haber vivido nunca un Carnaval de Barranquilla.