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EL ARTE DE NARRAR

Ya está en Colombia la mejor selección de cuentos de Rubem Fonseca, uno de los maestros del <BR>género negro latinoamericano.

19 de julio de 1999

Rubem Fonseca Alfaguara, 1998 532 páginas $ 38.000 En la literatura policíaca clásica el
detective es también un restaurador del orden, un agente de la ley que busca acabar el caos del mundo
introducido por el criminal. Hay confianza en la ley y en la inteligencia del investigador que resolverá el
enigma sin una gota de sangre. El orden de la mente racionalizadora va acompañado de un orden impecable
en el relato. A partir de la escuela norteamericana (Chandler y compañía) el detective sale del 'misterio
del cuarto amarillo', del crimen de salón, a las calles peligrosas y ya la sola inteligencia no le bastará: tendrá
que disparar, aprender a dar golpes. Aunque todavía prevalece esa convicción anglosajona en la ley (the law)
se presiente que la resolución del crimen individual no es suficiente, no aclara del todo las cosas: hay
siempre algo turbio detrás, poderes oscuros que manipulan y que no permitirán pasar de cierto umbral. Tal vez
la sabiduría de Fonseca consista en haber aprendido la lección del maestro (Chandler es mejor que
Dostoievski pero nadie se atreve a decirlo, dirá uno de sus personajes) para leer la realidad
latinoamericana a partir de la crisis de la legitimidad. En su novela Agosto el inspector Matos, al ir resolviendo
el crimen que pone en movimiento la trama, descubrirá que todo el tejido social es corrupto, nadie cree en la
ley aunque todos la invoquen como fachada en la lucha por el poder que es en definitiva lo que explica la
conducta humana en el universo de Fonseca. La búsqueda del poder y del placer. Pero llegará el día en que el
inspector Matos se canse de ser el incorruptible, el único estandarte de la ley en una sociedad que se
derrumba. En uno de sus mejores relatos, incluido en esta antología, El cobrador, Fonseca es implacable
contra otro de los falsos mitos latinoamericanos: la democracia. Hay democracia, hay igualdad. Está
bien, entonces el cobrador saldrá a exigirla, aquí, ahora, como sea y ¡ay! del que se interponga en su
camino. El cobrador vio la igualdad en la televisión y se la ha creído: él también quiere mujeres bonitas,
comida, güisqui, balones de fútbol, una dentadura completa. El cobrador ya no tiene talanqueras
morales o ideológicas. Por donde pasa el cobrador se derrite el asfalto: "El escritor debe ser
esencialmente un subversivo y su lenguaje no puede ser ni el lenguaje mistificatorio del político (y del
educador)... El escritor tiene que ser escéptico. Tiene que estar contra la moral y las buenas costumbres".
Como un buen lector moderno del género policíaco, Fonseca sabe que es necesario trascenderlo. No se
puede hacer literatura policíaca al pie de la letra, o mejor, se trata siempre de hacer buena literatura, de ir más
allá de un modelo y proponer nuevos sentidos del mundo. A pesar de su anclaje 'en lo real', 'en lo
social', las cosas que verdaderamente importan son siempre otras, más profundas y complejas de lo que
pueda aparentar una lectura superficial. Paul Morel, el personaje de El caso Morel, está relatando su
crimen, los hechos tal como sucedieron. Pero resulta que los hechos como tal no existen porque son también
las palabras que los nombran. Al contar se tergiversa, se crea otra realidad. Como en toda gran literatura, en
la de Fonseca la realidad siempre está en duda permanente. Así lo advierte en el prólogo Romeo Tello: "Las
obras de Rubem Fonseca plantean siempre la idea de que el discurso literario es una indagación cuya
finalidad no es resolver ningún tipo de problemas sociales". Se trata de la corrupción social pero también de la
posibilidad que tiene todo hombre de ser asesino; hay compasión por los pobres pero también hay humor
negro contra ellos; en medio de lo sórdido surge, indestructible, el placer; son historias políticas pero en
realidad lo son de amor; se habla del arte de matar con el cuchillo, el percor, y, entre líneas, se lee un tratado
de pintura. Muchos de los relatos incluidos en esta edición habían aparecido en otras que ya estan
agotadas. Otros se publican por primera vez en castellano. El libro llega con un año de retraso (ya se sabe,
a los colombianos todo les llega tarde), pero no importa, aquí está. Aquí, ahora. Como el cobrador. n
Novedades Luis de Góngora y Argote Romances, letrillas y sonetos Norma, colección Milenio, 1999 116
p. $3.000 San Juan de la Cruz Obra poetica Norma, colección Milenio, 1999 70 p. $3.000 Aparecen dos
nuevos libros de esta colección económica en formato de bolsillo que ya va por los 56 títulos, en los que los
lectores han tenido la oportunidad de disfrutar pequeñas joyas olvidadas de los escritores clásicos, o libros
entrañables de escritores conocidos. Para quienes se intimidan con las ediciones empastadas de los clásicos
esta es la mejor manera de encontrarlos sin reverencias ni solemnidades. El primer libro es una antología de
Luis de Góngora y el segundo la obra poética completa de San Juan de la Cruz, ambos prologados por
Juan Felipe Robledo, profesor de la cátedra de literatura española del Siglo de Oro en la Universidad Javeriana.
Góngora escribió una extensa obra dirigida al gran público, además de su poesía culta que le ha dado fama
de ser un poeta impenetrable y hermético. En dicha antología se encuentran poemas sencillos, alegres y
burlescos que invitan al goce de los sentidos: Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno; y las mañanas de invierno naranjada y aguardiente,
y ríase la gente." No sería mala idea acompañar la lectura de estos poemas con las versiones inolvidables
de Paco Ibáñez, quien acercó, como lo hace esta antología, la poesía de Góngora a la generación de los
60. Volver a Góngora es volver a la más viva tradición de la poesía castellana. La edición de la obra en verso
de San Juan tiene el mérito de ofrecer sus poemas sin interpretación doctrinal, lo que permite que el hecho
estético ocurra sin intermediarios, como quería Borges. La poesía amorosa de San Juan canta la
transformación del amante en el amado, la abolición del tiempo y el espacio que hace percibir la unidad del
mundo: ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que el alborada! ¡Oh noche que juntaste Amado
con amada, amada en el Amado transformada!"