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El asesinato de Moliere

En la serie policíaca 'Amor y muerte', Rubem Fonseca crea una intriga a partir de la muerte del dramaturgo francés.

Luis Fernando Afanador
7 de septiembre de 2003

En la realidad histórica, Jean Baptiste Poquelin, mejor conocido como Molière, murió de un ataque fulminante, momentos después de una representación (actuaba en sus propias obras) de El enfermo imaginario, aquella demoledora sátira contra los médicos.

En esta novela de Rubem Fonseca, el maestro brasileño del género negro, Molière no fue víctima de un ataque sino impunemente envenenado por alguno de sus múltiples enemigos. Un Marqués anónimo (único personaje ficticio), será el encargado de descubrir al asesino. Y también, de introducirnos en forma competente y breve, en el fascinante reinado de Luis XIV, plagado de intrigas y pasiones.

"Fui mortalmente envenenado", le alcanza a susurrar Molière a su amigo el Marqués, quien se encontraba el día de la representación. Pero, inexplicablemente, éste no sale a buscar un médico sino un sacerdote, lo cual lo convierte, de entrada, en un investigador sospechoso. Aunque nos ofrezca una justificación razonable: lo hizo para protegerse. Era amante de Armande, la esposa de Molière, y si se descubriera que éste había sido envenenado se convertiría en el primer sospechoso del crimen: "Todos saben que los amantes envenenan discretamente a los maridos a quienes engañan".

Como corresponde al mejor estilo del género policíaco, de la mano de un investigador no muy confiable, iremos repasando la lista de otros posibles sospechosos. El abanico es bastante amplio. Podría ser una mujer de alguno de los muchos salones parisienses, sin estirpe y con pretensiones de ser tomada por aristócrata, caricaturizada por él en Las preciosas ridículas. O un burgués gentilhombre, por las mismas razones. También, un sacerdote retratado en Tartufo (pieza maestra sobre la hipocresía) o un fanático religioso de la Compañía del Santo Sacramento. Un noble ofendido, un autor lleno de envidia o un actor rencoroso. Y, por supuesto, un médico que hubiera visto El amor médico y se sintiera aludido por la mención implícita a la falta de escrúpulos e incompetencia de los médicos. O su criada, nunca hay que olvidar a los criados. Cualquiera de ellos hubiera podido ser capaz de sostener en su mano un frasco de veneno.

La literatura policíaca que vale la pena debe tener, al menos, dos niveles de sentido. El del puro argumento, con su intriga bien dosificada en función de resolver el enigma del crimen. Y otro, implícito, que interroga al lector desde alguna propuesta y trasciende la trama. La que se limita al primer nivel, se queda en las estrechas fronteras del género y se agota en la primera lectura. La que se propone 'decir más', lo rebasa y se convierte en verdadera literatura. Capta la atención a la vez que invita a reflexionar. En ningún caso, valga aclararlo, utiliza el argumento como mero pretexto, como señuelo para 'mandar mensajes'. Ambos son igualmente decisivos.

Esta novela es, entonces, literalmente la búsqueda de un asesino y, también, una reflexión sobre la obra de Molière: el verdadero artista es el que cuestiona e incomoda a una sociedad, el que todos quisieran envenenar. Y, además, una reivindicación del siglo XVII, la Francia de Luis XIV, para Fonseca un período histórico pleno de creatividad en las artes y en las ciencias, que dio surgimiento, además de Molière, a grandes nombres de la literatura como Corneille, Racine, La Fontaine y Boileau.

Algunos fieles lectores de Rubem Fonseca se sorprenderán de verlo con peluca y palaciego, tan lejano de sus amadas y sórdidas calles de Rio. Pero se trata de una falsa prevención que muy rápido va a ser despejada por el sabio y entrañable Marqués quien, con sus obsesiones libertinas, mostrará su clara filiación con sus más conocidos personajes: "Cuando iba a un salón, al contemplar un cuello voluptuoso mi mente se llenaba de pensamientos obscenos; una boca carnosa me sugería los más refinados placeres; el lánguido movimiento de un cuerpo femenino me extasiaba. Sentía deseos por casi todas las mujeres, aun las que no eran bonitas".