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En cada visita a Colombia, Yuri Buenaventura se acerca más al público local, que hasta hace unos años lo desconocía. Foto: león Darío Peláez | Foto: León Darío Peláez

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“Los nervios nunca se acaban, y aumentan cuando la presentación es en Colombia”, Yuri Buenaventura

El artista vallecaucano llegó al país para ofrecer un concierto en el Teatro Colón junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia. Esta particular fusión se llama Manigua, y hace parte de un proyecto que incluye la grabación de un disco con algunos de los éxitos de su repertorio, en una mezcla salsa, bolero y tango con música sinfónica. SEMANA habló con él.

Sara Prada
5 de julio de 2018

Rodeado por sus músicos, y sin perder el acento y el caminar que lo caracterizan, Yuri Buenaventura sigue recorriendo el mundo con su mirada curiosa y sus canciones cargadas de Pacífico, que narran una Colombia desconocida. Ayer, después del ensayo general para su concierto en el teatro Colón, el artista le ofreció a Semana una conversación larga y profunda en donde habló de su nuevo proyecto, de su vida y su carrera.

SEMANA: Hace años, cuando se fue a París, fue un desconocido que se enfrentaba a una ciudad enorme, ¿Cómo se siente ahora cuando visita Colombia?

YURI BUENAVENTURA (Y.B.): Me fui sin la consciencia del verde de Colombia. Estando en el Pacífico uno tiene selva y verde. Es una riqueza en la que se vive, étnica y biodiversa, pero viajando por el mundo se da uno cuenta de que son zonas que hay que cuidar mucho porque son privilegiadas en el planeta. Colombia tiene una posición geoestratégica increíble para el planeta, por lo comercial, por su riqueza natural. Y eso hay que cuidarlo. Yo creo que, como lo veo ahora, porque estaba y vivía ahí, vengo con una consciencia de proteger el medio ambiente, las cuencas hídricas y las playas de mi país. Para mí ese es el trabajo desde la música en Colombia.  

SEMANA: Se ha convertido en un embajador de Colombia en el mundo, ¿Qué le despierta esos sentimientos que plasma en los mensajes de sus canciones?

Y.B.: Hay un amor profundo a la patria, a la cultura. Cuando uno es gestor cultural, uno está muy cerca del ADN de la nación. Lo que lo motiva a uno es una fuerza que hay por dentro, que tiene que ver con algo que al nacer Dios le imprime a uno, una vocación. Eso es indeleble, uno no lo puede hacer de otra manera.

SEMANA: Todo el tiempo está explorando y está fusionando. Esta vez es con la sinfónica, pero siempre ha buscado los sonidos afro, ha destacado la herencia del Pacífico, ¿Cómo se dan esos encuentros?

Y.B.: Fue una invitación del Ministerio de Cultura, y nos asociamos. Es una coproducción con la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia para un álbum de un repertorio en el que hay 12 composiciones mías. Es un orgullo tremendo. Yo vengo del manglar, del viento libre allá en Buenaventura, cerca de la zona de pescadores. Lograr estar con la Sinfónica, que es una institución de la música de Colombia, es un gran orgullo. La tarea es todo un proceso para encontrar los puentes entre los sinfónico y lo popular, entre lo lírico y el tambor, entre lo social de las letras y lo glamuroso de lo sinfónico.

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SEMANA: ¿Cómo fue ese proceso?

Y.B.: Llevamos 6 meses trabajando. Parece fácil, pero no lo es. Hemos trabajado fuertemente con Paul Dury, director de la orquesta; Andrés Otálora y José Aguirre para investigar y encontrar los géneros de una manera seria. Queremos que esto pueda tener un poco de la fiesta de la salsa y un poco de la emoción de lo lírico.

SEMANA: ¿Cómo se siente con el resultado, con lo que ha escuchado hasta ahora?

Y.B.: Estoy asustado. Hemos ensayado y hemos trabajado. Pero el público es el que manda, y este apenas es el primer concierto. Y no hemos grabado el álbum. Después del 10 de julio, cuando terminemos la grabación, eso nos dará unos referentes de dónde y cómo está la cosa. Por ahora, es como bautizar al hijo sin saber si es niño o niña.

SEMANA: Después de tanto tiempo, ¿No pierde los nervios y la emoción antes de subirse a un escenario?

Y.B.: Los nervios nunca se acaban, y aumentan cuando la presentación es en Colombia. Aumentan porque en Europa yo tengo mis grandes puntos de referencia socioculturales. Acá todavía la gente está descubriendo. Me descubren y yo descubro, y de eso todavía no hay un dato. Todavía no hay una ecuación, como artista, de cómo el público se siente, se comporta, reacciona a mi trabajo. Todo es nuevo. Tengo 51 años y 30 de carrera, pero para mí venir a Colombia es como volver a empezar cada vez.

A pesar de los años que lleva fuera del país, Yuri Buenacentura no pierde oportunidad para visitar su tierra natal y recargarse con la cultura local. Foto: León Darío Peláez. 

SEMANA: ¿Cuántas temporadas al año pasa en Colombia?

Y.B.: La verdad vengo muy a menudo, casi cada mes y medio.

 

SEMANA: ¿Qué es lo que busca en esas visitas al país?

Y.B.: A la gente, al colombiano. Con todo y sus locuras, y sus votos pasionales. Con todo y esa falta de rigor para ciertas cosas en las que hay que ser rigurosos. Es un proceso de construcción de nación y hay que hacer el proceso desde todas las áreas; lo jurídico, lo científico, lo tecnológico y las artes. Todos tenemos que hacer un aporte a esa construcción.

 

SEMANA: ¿Sus letras dan cuenta de cómo ve ese proceso?

Y.B.: Sí, lo mío es una reflexión de la nación. Que sea del Urabá, como la canción que habla del Urabá y la violencia, o una patria que es como una niña golpeada que ha estado llorando. O las preguntas a Dios sobre los desequilibrios sociales. Trabajo esas temáticas.

 

SEMANA: ¿Colombia lo inquieta aunque esté lejos?

Y.B.: Yo creo mucho en Colombia y en el futuro, pero ella no se va a hacer sola. Y hay que ayudarla a crecer, y hay que ser serios. Yo quiero trabajar hasta los 90 años dándole a esa tarea.

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SEMANA: ¿Qué viene después del concierto?

Y.B.: La grabación del álbum y otras presentaciones en Bogotá, pero ya no con la Sinfónica sino con salsa. También estaré en el Petronio Álvarez. Seguiré trabajando, siempre.

 

SEMANA: ¿Qué hace para descansar?

Y.B.: Descanso estando solo, orando y meditando. La soledad y la meditación me ayudan mucho.

SEMANA: Usted es una referencia distinta en el medio salsero, distinto a la rumba brava y los excesos de los grandes representantes del género.

Y.B.: Es que ya lo hice. Entre los 20 y los 40 años. Ya es prueba superada con éxito. No quedé drogado, ni alcoholizado, pero sí tuve un periodo heavy, de rumba normal. Como todo rumbero.

 

SEMANA: ¿Le llegó el momento de la calma?

Y.B.: Llegó la luz. La luz siempre nos da citas, cada día, y uno acude o no. Uno se despierta y decide si acude o no. Cuando escribí un álbum que se llamó Cita con la luz fue porque ahí llegué a la mía. La encontré a los 40 años, y ahí vamos. Es un proceso.

 

SEMANA: ¿Cómo recibe el público europeo letras y temas tan colombianos como los suyos?

Y.B.: Yo adapto el repertorio allá. Tengo temas que son eminentemente salseros, otros que hablan de campesinos, de la cotidianidad de aquí. Por lo general le hablo al público de Colombia, utilizo ejemplos de estigmatización, de nación. Cada nación vive sus estigmas, y yo aprovecho los de ellos para mostrarles los nuestros y hacerles ver que las cosas no son solamente como nos las muestran. Siempre tengo mucho contacto con el público. Aquí, por respeto a la Sinfónica, al director, no lo hice mucho, pero es parte de mi ADN. Me gusta decirle a la gente de qué les estoy hablando, porque no es un accidente llegar a esas reflexiones. No son reflexiones solo mías, sino que nos conciernen a todos. Cuando nos hacemos preguntas, eso se relaciona con lo emotivo, con encontrar que hay otros con las mismas inquietudes.

 

SEMANA: ¿De alguna manera sus canciones unen a quienes las escuchan, para que vean que no están solos en esa búsqueda?

Y.B.: Tal vez así lo ve el público. Pero cuando la gente escucha mi música y se conecta, es a mí a quien hace sentir menos solo.

 

SEMANA: En este punto de su carrera, ¿Qué es la música?

Y.B.: La música para mí es Dios. Dios existe y es real, y tienen frecuencias para comunicarse. Una de esas es la música.

 

SEMANA: ¿Es posible imaginar a Yuri Buenaventura sin música?

Y.B.: Sí, al principio lo fue. Cuando uno arranca, uno le expresa el amor a la música y ella como que no le para bolas. Es como una conquista difícil, hasta que ella dice “bueno, venga pues”. También hay gente a la que le gusta la música, pero la música no gusta de la persona. Hay muchos que quieren hacer música y no pueden, porque ella no se deja. Es una bendición cuando uno puede hacer lo que ama, así esté cansado o preocupado. Eso es lo más bello.

 

SEMANA: ¿Cómo se despoja de los miedos o inseguridades que aún lo acosan, porque son imperceptibles para el público cuando está en el escenario?

Y.B.: ¿De verdad no se nota? Yo siempre salgo asustado… A veces, dentro de la emoción de la música, si hay una equivocación y el público lo recibe como algo emotivo, no es una falta, no es error.