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EL COLOR DE MOMO

Hernando del Villar, Momo, regresa a las galerías con un tratamiento más agresivo del color en sus obras.

15 de noviembre de 1982

La historia de la pmtura registra desde finales del siglo XVI una rivalidad entre forma y color que siempre ha servido para diferenciar y clasificar pintores de acuerdo a cuál de esos dos elementos tiende el artista a enfatizar en su trabajo. Según esto, ha existido muchas veces la debilidad por parte de los historiadores y de los críticos a acomodar actitudes estéticas e ideológicas a los pintores que usan acentuadamente un elemento o el otro. Si un pintor profundiza en la forma es más intelectual o filosófico, si es básicamente un colorista es más superficial, sensual o, en el peor de los casos, 'decorativo'.
En Colombia, los artistas más originales en el uso del color han quedado atrapados generalmente en la irremediable dicotomía de la forma y la expresión colorística. Además, el temor de los historiadores y críticos de devaluar la obra de pintores como Santa María, Obregón, Wiedemann, Herrán, Beatriz González y Manuel Hernández ha resultado en la desvalorización de las cualidades intrínsecas del color como medio legítimo de expresión personal.
Hernando del Villar (Momo) es un artista que se ha sentido coherentemente ligado al color, y sus pinturas han presentado siempre problemas visuales que se resuelven únicamente si se detiene la atención sobre las combinaciones de tonos, sobre los planos yuxtapuestos y sobre la simplificación de formas exteriores. Del Villar cubre la superficie de la tela con colores brillantes y planos que utiliza estratégicamente en diferentes sitios del cuadro como recurso estructural; el paisaje, que ha sido una constante en su carrera y que lo une emocionalmente con su Santa Marta nativa, es observado a través de figuras geométricas que constituyen la directriz composicional, dando una visión analítica y al mismo tiempo espontánea del tema.
El color se ve limitado por franjas de tela cruda, que en sus últimas obras llegan a ser diminutas y que toman diferentes direcciones y formatos, realzando y confirmando las intenciones constructivistas de los cuadros. Esta capacidad integradora y abstraccionista se revela abiertamente en la obra gráfica de Del Villar ya que la planaridad inherente a la serigrafía (la técnica gráfica esencial del artista) hace que los colores absorban toda la luz posible del exterior y atraigan fanáticamente al espectador.
El desarrollo colorístico y formalista de Momo puede observarse plenamente en una retrospectiva de su obra gráfica que presenta la Galería Sextante de Bogotá a partir del 21 de octubre. Alejado desde algún tiempo atrás del círculo de galerías, Momo del Villar regresa ahora agresivo con el tratamiento del color que se vuelve tan violento como violentas son también las formas utilizadas. Si se compara "En la playa", una punta seca de 1966, con la serigrafía de 1982 titulada "Vista de Bogotá" resaltará ante todo la continuidad formal de las obras y especialmente el adelanto técnico que Del Villar le ha logrado implantar a la serigrafía.
La exhibición recoge trabajos elaborados entre 1966 y 1982; de sus primeros años como artista independiente recién egresado de la escuela de Artes de la Universidad Nacional se cuentan la punta seca mencionada y las serigrafías "Puesta de luna", "Burucuca" 1968) y "Mendiguaca" (1969), estas dos ultimas bautizadas con nombres tayrona.
Del Villar fue de los pioneros en el uso de la serigrafía y para el caso tuvo que recurrir a las agencias de publicidad para preparar los screens ya que por ese entonces no se veía en los talleres universitarios.
De la década de los 70s se encuentran las ya maduras y elegantes serigrafías que elabora Momo durante su estadía en Nueva York. De esta época provienen también serigrafías más abstractas y un bellísimo intaglio llamado "Bahía de Santa Marta" (1971). Vienen luego los trabajos hechos después de su regreso y que lo sitúan como uno de los artistas de vanguardia debido a su perfeccionamiento técnico y al refinamiento visual, en la escogencia de composiciones.
Obras sobresalientes de este período son "Guacamaya" (1975), "Peces para Picasso" (1979), inspirada en un plato de cerámica del español, y "Homenaje a Puvis de Chabanne" (1979).
Durante los pasados dos años, Del Villar ha seguido investigando sobre las posibilidades emotivas del color en la serigrafía y los trabajos producidos en este lapso utilizan los pigmentos puros de tal manera que la textura se presenta completamente homogénea. Así el color es aún más brillante y los contrastes mucho más fuertes. Esto lo demuestran trabajos como el extraño "Caballete" (1981) que es raro por lo extremadamente recto de las lineas, "Taganguilla-1930" (1982) y la famosa y evocativa "Barcabraque" (1980) que denota el continuo interés de del Villar por la obra de los pintores de la escuela de París.
El color se el verdadero protagonista en la obra del pintor samario. Y es ante todo refrescante saber que alguién puede utilizarlo con tanta valentía, buen gusto, y rigor, mental .
José Hernán Aguilar