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El abogado Frederick Aiken (James McAvoy) defiende contra sus principios a la madre de uno de los conspiradores: Mary Surratt (Robin Wright).

CINE

El conspirador

Robert Redford cuenta lo malo y lo feo que sucedió en su país partido en dos después del asesinato del presidente Abraham Lincoln.

Ricardo Silva Romero
12 de mayo de 2012

Título original: The Conspirator
Año de estreno: 2010 
Dirección: Robert Redford
Guion: James D. Solomon y Gregory Bernstein
Actores: James McAvoy, Robin Wright, Kevin Kline?

Quizás 'no es mala' sea una frase antipática, pero tal vez sea la mejor manera de definir a El conspirador. Ese tendría que ser su eslogan, sí: 'no es mala'. Porque tampoco es buena. Porque no tiene la energía que tendría que tener para narrar semejante momento de la historia. Porque ni los personajes ni la película entienden del todo la gravedad del asunto. Abraham Lincoln, el presidente número 16 de Estados Unidos, el hombre que pasó a la historia por gobernar con sus rivales, por sacar a su sociedad de la pesadilla de la esclavitud y por liderar a su nación en tiempos de guerra, ha sido asesinado en un palco del teatro Ford en plena presentación de Nuestro primo americano. Por otro error del servicio secreto, Dios mío, un espía llamado John Wilkes Booth le ha disparado en la cabeza a la vista de todos. Podría ser el fin del mundo ese 14 de abril de 1865. Pero en El conspirador todo avanza como si no lo fuera, como si no fuera más que una película histórica de aquellas.

Y es extraño. Pues su elenco, James McAvoy como el abogado defensor de la única persona condenada por el crimen, Robin Wright como la abnegada madre convertida en chivo expiatorio, Kevin Kline como el arbitrario secretario de guerra de la administración Lincoln, cumple a cabalidad con su grandísima responsabilidad. Su pulcritud técnica -aunque elogiar a una película por ello sea igual que elogiar a una novela por tener buena ortografía- resulta indiscutible. Y su icónico realizador, Robert Redford, que probó todo su talento cuando dirigió Gente como uno (1980) y Quiz Show (1994), una vez más consigue ponerse en los zapatos de los héroes y de los villanos con la convicción de que los unos no son tan diferentes de los otros como uno cree en un principio.

¿Qué hace falta? ¿Por qué El conspirador, ni más ni menos que la despiadada búsqueda de un chivo expiatorio, ni más ni menos que la historia de la primera vez que los líderes de Estados Unidos se pusieron de acuerdo para condenar al primero que pasara por ahí, se convierte tan pronto en una aceptable película de juicios? Porque le falta urgencia desde el guion hasta el montaje. Porque no cae en cuenta de que está ocurriendo ahora.

La vida de Abraham Lincoln ha inspirado decenas de producciones, de la brillante El nacimiento de una nación (1915) a la absurda Abraham Lincoln: cazador de vampiros (2012), pero John Ford filmó en 1939 el único perfil que le ha hecho justicia al mito del presidente abolicionista: Young Mr. Lincoln. A finales de este año será inevitable ver, con la esperanza de siempre, el retrato del líder que ha hecho Steven Spielberg. Mientras tanto, hay que decir que la bienintencionada El conspirador, que tendría que haber descrito al personaje al menos como un hombre cuyo asesinato estremeció a un país naciente, ha entrado a la lista de los largometrajes que se quedan cortos.