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EL MIEDO AL FIN DEL MUNDO

Cuatro eminencias, Umberto Eco, Jean-Claude Carrière, Stephen Jay Gould y Jean Delumeau, <BR>conversan sobre el fin de los tiempos

LUIS FERNANDO AFANADOR
29 de noviembre de 1999

Según lo explica Jean Delumeau, historiador, la idea del fin del mundo procede
directamente de la Biblia. Así como Dios creó al mundo, la vida, el hombre, y desde entonces éste se
halla sometido al tiempo, un buen día Dios decidirá interrumpir la aventura de la vida terrestre y será el fin de
los tiempos.
El Apocalipsis de San Juan anuncia el Juicio Final de la humanidad precedido de tres secuencias. Primero,
un período de largas y dolorosas pruebas: cataclismos, catástrofes, etc. A continuación, otro de mil años de
paz terrenal, durante el cual el diablo estará encadenado. Por último, un tercer período, muy breve pero
terrible: el combate final entre el bien y el mal que antecede al fin de los tiempos, el Juicio Final y la
eternidad definitiva, en el que los hijos serán agrupados alrededor del trono del Cordero, representado
por Jesús Redentor.
A la Iglesia le costó aceptar el Apocalipsis entre los libros canónicos por el asunto del milenarismo, "esos
famosos mil años de dicha sobre la Tierra". La creencia milenarista, que asume al pie de la letra el
texto de San Juan (el ángel desciende del cielo y encadena al dragón, al mal, "por mil años"), tiene la
convicción de que entre el tiempo que vivimos, con sus desgracias y sus crímenes, y la eternidad posterior al
Juicio Final, habrá un período de paz y felicidad sobre la Tierra. Aunque San Agustín le cerró el paso a esa
interpretación _los mil años deben contarse desde el nacimiento de Cristo_ la corriente milenarista ha
permanecido viva y fuerte dentro del pensamiento occidental y ha inspirado a casi todos los movimientos
utópicos, trátese de revolucionarios o defensores del progreso.
Tengan razón los partidarios del Reino en la Tierra o los que ya esperan el Juicio Final, lo cierto es que la
cifra 'mil' no deja de ser para ambos una cifra significativa. Delumeau descarta la idea del fin del mundo _le
cree a los científicos: la Tierra tiene por delante algunos miles de millones de años_ pero no niega que los
suicidios colectivos en sectas como la orden del Templo Solar, o Heaven's Gate, revelan que la angustia se ha
apoderado de ciertas almas frágiles al acercarse fechas que parecen apocalípticas.
El paleontólogo Stephen Jay Gould, considera que la cifra 'mil' carece de un significado especial desde el
punto de vista de los ciclos naturales en los que, por lo demás, ya ha habido varios fines del mundo: en su
laboratorio de la Universidad de Harvard tiene cajones llenos de fósiles de animales que vivieron la gran
extinción del final del Pérmico hace 250 millones de años. La destrucción fue tan radical en aquel momento
que la forma de vida que se encuentra a continuación es totalmente distinta. Entre el Cretáceo y la Era
Terciaria un asteroide causó la extinción de los dinosaurios y respetó algunos mamíferos, "razón por la que
estamos aquí, charlando". La historia de la evolución es bastante larga y dramática. Es normal que la
posibilidad de una extinción nos inquiete, pero a nuestra escala, no a la escala de la Tierra: las bacterias
estaban aquí mucho antes que nosotros y seguramente nos sobrevivirán. Para Umberto Eco, semiólogo, la
proximidad del fin del milenio es apenas una ocasión para reflexionar sobre nuestra historia: si alguien se
siente envejecido, piensa en hacer testamento y un balance de su vida. El signo 2000 es una ocasión para
replegarnos sobre nosotros mismos, una anamnesis que nos permitirá saber cuándo hemos caído enfermos
y cuáles son los medios para curarnos.
Para Jean-Claude Carrière, escritor, una conclusión sobre el final de los tiempos es bastante irrisoria. La
conclusión es obra humana: el último fruto de nuestra retórica. El universo no tiene conclusión, la historia
tampoco. Más bien, nos dice, pensemos en el único tiempo que en el fondo nos importa, el tiempo
subjetivo. En el arte, por ejemplo, que es nuestra pequeña y verdadera victoria sobre el tiempo.


Novedades
Ricardo Piglia
Crímenes perfectos
Planeta, 1999 379 páginas
$ 49.900
Ricardo Piglia, uno de los mejores críticos literarios argentinos y quien había dirigido La serie negra, famosa
colección policíaca en la cual se dieron a conocer autores como Hammett, Chandler, Goodis y Mc Coy,
realizó una interesante antología: Crímenes perfectos.
Las soluciones extraordinarias al crimen que no tiene solución: un esquema que utilizaron los primeros
autores del género. Entonces viene alguien que va más allá (puede ser Agata Christie con El asesinato de
Rogelio Achroyd) y propone que el asesino es el narrador que oculta su identidad hasta el final. El modelo
es utilizado por muchos escritores (Borges lo utiliza en su famoso cuento El hombre de la esquina rosada),
hasta que, desde luego, también se agota. Entonces hay que inventar otra cosa. El misterio y el suspenso
deben concentrarse ahora en la conciencia del criminal: la confesión de Stavroguin, de Fedor
Dostoievsky.
La historia del género policíaco es la historia apasionante de la aplicación de unos pocos modelos con unas
cuantas variaciones. Una lección permanente de inteligencia y de rigor que podemos seguir en esta
antología.


Iván Hernández
De memoria
Norma, 1998
84 páginas
$ 14.900
Según dicen, cuando a Tolstoi le preguntaron de qué trataba Ana Karenina, respondió: tendría que volverla a
contar, tal cual. Esta anécdota ha servido para explicar cómo en últimas lo que cuenta la literatura es
inseparable de la forma en que lo cuenta. Traducirla, resumirla con otras palabras, es casi siempre
una traición, un empobrecimiento. Recordar la enseñanza de Tolstoi es inevitable cuando tenemos que
hablar del relato del escritor Iván Hernández. Su historia puede llegar a ser tan trivial, tan poca cosa,
contada con otras palabras que no sean las que están allí, las que hacen que la mujer que nos habla de su
vida gris, tenue, inútil, continúe resonando en la memoria después de oírla, como si fuera una canción
monótona, triste, que quisiéramos olvidar, que no podemos olvidar.