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El oficio de enseñar

Frank McCourt, el autor de 'Las cenizas de Ángela', escribe sobre su experiencia como profesor durante 30 años.

Luis Fernando Afanador
11 de noviembre de 2006

Frank McCourt
El profesor
Norma, 2006
307 páginas

Ahí vienen y él no está preparado. Los que vienen son los alumnos de noveno grado de la Escuela Vocacional y Técnica McKee, del distrito de Staten Island, y el que no está preparado es el joven profesor Frank McCourt, que tiene 28 años y acaba de obtener un título de la Universidad de Nueva York para enseñar inglés. Está nervioso, quisiera salir corriendo -en ese instante añora el duro trabajo como operario en el puerto-, pero no hay nada que hacer: los muchachos ya saben que se trata de un profesor nuevo. Y ya lo calibraron porque son veteranos en profesores: saben de lenguaje corporal, tonos de voz, comportamientos. Llevan 11 años en el sistema escolar y además han absorbido la "tradición oral" de otras generaciones: "Cuidado con la Boyd, dicen. Tarea, viejo, tarea, y la corrige. La corrige. No está casada, así que no tiene otra cosa que hacer".

Ahí vienen y el joven profesor McCourt no está preparado. Pero así hubiera estudiado cinco años más en NYU, así hubiera escuchado con atención los sabios consejos de profesores experimentados, nunca habría estado preparado. Y en realidad, ¿quién está preparado para lidiar con una pelea por un sándwich entre dos alumnos el primer día de clase? No, eso no se aprende en los libros, de eso no habla ninguna teoría pedagógica. Y precisamente de 'eso', de lo que ocurre realmente en el salón de clase, de la desesperanza, las alegrías, las dudas y los sinsabores que implicó ser profesor de secundaria durante 30 años, es de lo que habla este libro. Un libro como los dos anteriores de McCourt -Las cenizas de Ángela y ¡Ajá! Sí lo es- lleno de humor y de situaciones duras. O mejor: de situaciones duras contadas con mucho humor. Esto y sus dotes de narrador -los 30 años pasan veloces-, su capacidad para captar los matices del lenguaje hablado y una particular visión de mundo que mezcla la burla de sí mismo con un gran sentido de la compasión, son la clave de su estilo y, por supuesto, de su gran éxito.

El Profesor no es entonces un libro edificante sobre la enseñanza. Y, por eso mismo, se trata de un libro verdadero. Es que, no nos digamos mentiras, el maestro no es una figura importante en las sociedades contemporáneas. De dientes para afuera, se exalta esa "noble profesión", pero la realidad es que se la ve como una actividad poco atractiva y mal remunerada a la que se dedican personas que no pudieron dedicarse a algo mejor. Como bien lo dice MacCourt, se habla de ellos con condescendencia y se les agradece con retroactividad, cuando ya peinan las canas: "Ay sí, tuve una profesora de inglés, la señora Smith, que realmente me inspiró. Nunca olvidaré a mi querida señora Smith. Solía decir que si en sus 40 años de enseñanza había logrado llegar hasta un solo niño, todo había valido la pena. Moriría contenta". Pero luego la inspiradora profesora de inglés desaparece de nuestra mente y nunca sabremos cómo terminarán sus días: contando los centavos de una jubilación miserable. "Sigue soñando, profesora. Nadie te celebrará".

Así tal vez habrían terminado los días de Frank McCourt de haberles hecho caso a los consejos que le dieron unos 'experimentados' profesores después del desastre de sus primeras clases: no involucre su vida y sus debilidades en la enseñanza, limítese a enseñar su materia, evite la trampa del alumno adiestrado en pedirle que les hable de su país o de su infancia para distraerlo y evitar una aburrida clase de gramática. Por fortuna, McCourt hizo lo contrario de lo que le recomendaron hacer: habló de su vida y de su infancia miserable en Irlanda y de tanto contarla y repetirla, se ejercitó para escribir Las cenizas de Ángela. Tuvo una segunda oportunidad, se convirtió en escritor. ¿Fue un mal profesor que no cumplió su programa? ¿Estafó a sus alumnos? No, el profesor que no se entrega al cinismo y busca todavía algo para sí mismo, que está vivo, enseña mucho más de lo que él cree. No lo dude, profe McCourt, su clase de poesía con recetas de cocina y música, fue magistral e inolvidable. Gracias.